Por Homar Garcés:
Muchos ignoran (a veces por gusto propio) lo que pocos
quieren que se sepa y se divulgue entre los sectores populares (detalles,
desarrollo y consecuencias históricas) respecto al mayor acontecimiento de
repercusión mundial que tuvo lugar en la antigua y semi feudal Rusia de los
Zares a comienzos del siglo XX: la Revolución Bolchevique y el surgimiento de
la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas bajo el liderazgo de Vladimir
Illich Uliánov, mejor conocido como Lenin.
Posición que es compartida, de un modo u otro, por algunos
(aunque el porcentaje resulte todavía mayor) que se reconocen a sí mismos como
revolucionarios, marxista-leninistas o, sencillamente, socialistas. Y todo por
un simple motivo: la Revolución Bolchevique -tras la fallida experiencia
revolucionaria de la Comuna de París- elevó la potencialidad que los sectores
populares tienen la suficiente capacidad de ejercer autónomamente el poder y de
suprimir radicalmente toda estructura política, social y económica que
legitimara la explotación capitalista de los trabajadores y la diferenciación
de clases sociales.
En lo que se ha catalogado como su Testamento político.
Lenin, en una nota del 26 de diciembre de 1922, enunció: “es imposible
modificar un aparato, en una medida suficiente, en cinco años, dadas, sobre
todo, las condiciones en que se realizó entre nosotros la revolución”. En este
mismo tenor, en otra nota escrita el 30 de diciembre, se refiere a la situación
creada con el control del Estado: “Se afirma que era necesaria la unidad del aparato.
¿De dónde emanaban esas afirmaciones? ¿No provenían acaso del mismo aparato de
Rusia que […] tomamos del zarismo, limitándonos a recubrirlo ligeramente con un
barniz soviético?....” Unas líneas más adelante agregaba: “denominamos nuestro
a un aparato fundamentalmente extraño y que represente una mezcolanza de
supervivencia burguesas y zaristas; que nos fue en absoluto imposible
transformarlo en cinco años”.
De una manera similar a la conclusión a que llegara
tempranamente Alexandra Kollontai (destacada revolucionaria feminista electa
Comisaria del Pueblo para la Asistencia Pública del nuevo gobierno socialista
soviético) sobre este tema, Lenin reconocía la imposibilidad de transformar
radicalmente -de la noche a la mañana- el conjunto de la sociedad y del
anticuado régimen zarista y acceder en un periodo relativamente corto al Estado
y al nuevo orden que sobrevendría con la construcción colectiva del comunismo.
Pese a ello, la dirección del gobierno y
del partido comunista de la Unión Soviética reflejaron todo lo contrario, lo
que se reforzara con la situación de guerra interna y externa que ésta hubo de
enfrentar, propiciada por los sectores dominantes del capitalismo, incluida la
agresión del nazismo alemán y la confrontación política, económica y militar
sostenida con el imperialismo gringo y sus aliados de la Organización del
Tratado del Atlántico Norte durante la Guerra Fría.
Suele atribuírsele de forma exclusiva a Stalin (Iósif
Vissariónovich Dzhugashvili) la responsabilidad de los errores, las
desviaciones y las contradicciones que, siete décadas después, bajo el
liderazgo de Mijaíl Gorbachov, darían al traste con el desarrollo y
consolidación de esta experiencia revolucionaria que serviría de base de la
Revolución Proletaria Mundial. Sin embargo, se pasa por alto el hecho la
influencia ejercida por la socialdemocracia en muchos de los militantes y
dirigentes del Partido Comunista, lo que permitió el ascenso de una burocracia
(integrada por individuos en los puestos de dirección del aparato administrativo,
productivo y distributivo del Estado) que, según León Trotsky, era el “grupo
dirigente” en la URSS que, a la postre, terminaría por usurpar la soberanía del
pueblo. Stalin estaba consciente respecto a la posibilidad de restauración del
capitalismo, por ello apuntará: “no hemos extirpado las raíces del capitalismo.
¿Dónde anidan estas raíces? Anidan en la producción mercantil, en la pequeña
producción de la ciudad y, sobre todo, del campo”. Sin embargo, no se previó
que dicha restauración se daría de la mano de la nueva clase burguesa que
surgió y se expandió al calor de la edificación socialista, apropiándose de la
plusvalía creada por los obreros manuales; además por el detalle que aún
pervivía la división social del trabajo y el trabajo asalariado.
A cien años de producirse la Revolución Bolchevique, los
propagandistas anticomunistas siguen (y seguirán) difundiendo la matriz que
ésta fue un total fracaso, que su modelo económico sólo serviría para hundir a
los pueblos en la más extrema miseria y su régimen político es todo lo
contrario a un régimen de libertades públicas. Todo esto se ha repetido
incesantemente, sin ubicarse en el contexto de los acontecimientos que marcaron
su historia y los factores reales que la condujeron a su eclosión en 1991. Se
busca disminuir de este modo su posible influencia (no obstante sus
distorsiones y corrupción por parte de la burocracia corporativa que la
rigiera) en las luchas populares de la actualidad, especialmente en aquellas
naciones donde algunos gobiernos se presentan a sí mismos como revolucionarios
y socialistas, pasando éstos por algunas situaciones parecidas a las
experimentadas en su tiempo por los soviéticos.
Podrá decirse, en consecuencia, que este «fracaso» de hace
cien años continúa iluminando al mundo, esta vez con el conocimiento exacto de
lo que pudo ser y de los errores cometidos, en función de alcanzar la verdadera
emancipación de la especie humana; despojada de toda pretensión mesiánica y de
todo tipo de control por parte de una minoría dominante. Este sería otro legado
de la Revolución de Octubre para los pueblos que ahora confrontan al
capitalismo neoliberal globalizado y sus planes de dominación mundial.-
mandingarebelde@gmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario