Por Ilka Oliva Corado:
No llegan a ser ni los últimos de la fila, son los del
subsuelo, los de la alcantarilla, los de las zanjas a piocha y a chuzo, los que
cargan en sus hombros el agravio y la insolencia de una sociedad indolente y de
doble moral que los deshonra.
Los del lomo curtido y las manos agrietadas, los del alma
herida, milenariamente. Los de la mirada transparente y pecho acribillado.
Los parias, los huele pega, los marchantes, los indios patas
rajadas, las putas de arrabal, los pueblerinos, los jornaleros, los
indocumentados, los tostados por el sol, los insignificantes, los
impronunciables. Los vendedores de mercado, los ambulantes. Las sirvientas, los
albañiles, los mil usos, los inservibles. El peón.
Los de los dientes podridos y la piel supurante. Los de los
pies destrozados entre astillas y ansiedad. Los que se cortan las venas con
botellas quebradas en el caos y la precariedad. Los locos de mierda deambulando
en las calles, inyectándose historias que nadie quiere contar. Un trago que
quema el buche llagado, del paria que llora la desolación, de ser nadie en un
mundo de mierda, donde lo importante es la adulación.
El paria olvidado camina de frente, a veces deambula en la
ensoñación, que un día la angustia se largue y lo deje, que un día el hambre se
vuelva raudal, la alegría de la lluvia cayendo en el cerro y la de los niños
saltando jugando a soñar.
El paria cansado jamás se detiene, le pone el pecho a
cualquier deshonor, sabe que su nombre no es delincuente, aunque así lo señale
el estafador. Aguanta y resiste milenariamente, porque es brasa roja en el
folletón, la llama encendida que nunca se apaga, es el verso libre en el
ventarrón.
ilka@cronicasdeunainquilina.com
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