Por Leandro Albani:
La editorial Sudestada acaba de publicar “Mujeres de
Kurdistán. La revolución de las hijas del sol”, un libro compilado por Roma
Vaquero Diaz y Leandro Albani. En El Furgón publicamos como adelanto el
artículo “La danza como ritual de resistencia identitaria”, de Roma Vaquero
Díaz.
En enero de 2015, milicianos y milicianas kurdas de las
YPG/YPJ celebran la victoria en Kobanê danzando sobre los escombros de la
ciudad. Tomados y tomadas de las manos sonríen y festejan mientras cantan. ¿Por
qué eligen esta manera de celebrar? ¿Por qué la música y la danza se encuentran
presentes en cada uno de los momentos de la vida del pueblo kurdo?
El Kurdistán es un pueblo que se ha establecido durante
miles de años en la parte septentrional de Medio Oriente, entre los ríos Tigris
y Éufrates, y en las alturas de las montañas de Anatolia y los montes Zagros.
Después de la Primera Guerra Mundial este territorio se repartió entre Turquía,
Siria, Irán e Irak, naciones que desde ese entonces intentaron e intentan
separar y desaparecer al pueblo kurdo.
Las expresiones culturales kurdas se han prohibido
infinitamente, pero el pueblo las retoma y resiste a través de ellas. La música
y danza kurda no existen una sin la otra. Ambas son la expresión del sentir, de
la lucha y de la historia del pueblo kurdo. Ambas son una facultad de
resistencia para proteger la identidad de su sociedad. Ante todo intento de
prohibición y de destrucción contra su cultura, el arte es la herramienta
constituida a través de la herencia. Los pueblos de Kurdistán bailan y cantan
porque el arte y la cultura son la transferencia testimonial de su historia y
de su identidad.
Cuando en los hogares la música y la lengua kurda estaban
prohibidas, las mujeres les cantaban a sus hijos para transmitirle sus raíces.
Históricamente, las mujeres han sido quienes mantuvieron vivo el arte,
transmitiéndolo de generación en generación.
Para el pueblo kurdo la expresión cultural es un arma de
autodefensa, por este motivo en Rojava se crearon centros culturales donde se
coordinan talleres –que estaban prohibidos antes de la revolución– de música,
danza, dibujo, poesía, teatro y escultura. En cada centro cultural se creó una
coordinación de mujeres y una academia por y para la cultura y el arte de las
mujeres, ya que estas, más allá de haber sido las transmisoras históricas, se
enfrentan a formas de represión patriarcales y capitalistas que subestiman sus
haceres.
Existen diferentes estilos de danzas kurdas en las cuatro
regiones del Kurdistán: algunas tratan acerca del amor, de la belleza de la
naturaleza, de las escenas de la comunidad; de tareas cotidianas como preparar
el pan, el ordeñe de las vacas, la relación con los animales y el trabajo en el
campo. Cada una de las danzas representa los elementos propios de la cultura y
en sí mismas son la historia viva del pueblo. Aquí nos interesa adentrarnos en
las Govend, para entender cómo estas danzas funcionan no sólo como poder
identitario sino también como construcción política y colectiva.
Espirales colectivas y fraternas
Todos los 21 de marzo, con el equinoccio de primavera, se
celebra el Newroz que indica el año nuevo para los pueblos de la Mesopotamia.
En este festejo, los y las participantes danzan alrededor del fuego como
símbolo de vida y de resistencia.
Recuerdo mi primer Newroz en la ciudad de Buenos Aires:
luego de que los kurdos residentes en Argentina pronunciaran palabras de
acompañamiento a la lucha de su pueblo y en demanda por la liberación para
Abdullah Öcalan, uno de ellos tomó un pañuelo y salió a bailar; espontáneamente,
los y las presentes comenzaron a sumarse, y yo decidí hacerlo también: al
acercarme al círculo, este se abrió y me brindaron un espacio. Al dar el primer
paso, los dedos meñiques se encontraron sujetos y las manos tomadas comenzaron
a dibujar círculos en el aire y cerca del pecho. Los pies, por su parte, como
si conocieran los pasos de lo colectivo, se dejaron guiar por el flujo del
corro. Así, más despierta y presente, percibí cómo mi energía se modificaba y
se sentía reflejada en cada una de las sonrisas de este cuerpo comunitario en
celebración.
Las danzas Govend, presentes en cada Newroz, afirman el
tiempo circular de renovación de la vida y de los lazos sociales, pero sobre
todo sostienen la identidad del pueblo.
La manera en que cada pueblo danza con los integrantes de su
comunidad, en que aproximan sus cuerpos y se organizan en el espacio, da cuenta
de la cosmovisión en la que se encuentran sumergidos en su presente y denota
aquellos elementos sobre los cuales pudieron sostenerse a lo largo de la
historia como identitarios de su cultura. En las danzas kurdas no existe
segregación por sexo ni por edad como si, de alguna manera, en la rítmica
ritual de una Govend, ya se encontraran latentes las ideas con las cuales
Öcalan pensó el Con federalismo Democrático. El líder del Movimiento de
Liberación de Kurdistán sostiene que no puede lograrse una sociedad libre de
todas las formas de opresión mediante la continuación de las estructuras
existentes del Estado-nación, el patriarcado y el capitalismo; y que la
alternativa a estos sistemas existentes es el Con federalismo Democrático. Este
modelo basado en la idea de una sociedad construida sobre la democracia, la
ecología y la liberación de las mujeres, y una coexistencia pacífica entre
todas las etnias y religiones, es evocado a través de las Govend, donde la
mirada está puesta en la comunidad y en lo colectivo. Así, unidos y unidas
entre sí, a través de la danza, la revolución del pueblo kurdo forma círculos
inmensurables que se acrecientan al compás del erbane, pandero percutido
principalmente por las mujeres.
Las Govend son danzas comunitarias y grupales donde hombres
y mujeres de edades disímiles bailan juntos en círculo, en semicírculo o en
línea recta, direccionando el movimiento hacia la derecha; y se unen entre sí
tomándose por las manos, en contacto hombro con hombro, entrelazando los dedos
meñiques o mediante la colocación de las manos en la espalda. Las y los
danzantes se encuentran siempre simbólicamente alrededor del fuego y dan cuenta
de la forma de vida de los kurdos y de las kurdas a través de miles de años, ya
que, al tomarse de las manos, entre sus dedos circulan siglos de cultura, lucha
y resistencia. Al mismo tiempo, personifican la unión de los pueblos a través
de la historia. Este tipo de danza se pone en acto para celebraciones
especiales, compromisos, bodas, el Newroz y los momentos de victorias. En este
tipo de manifestación, no hay diferencia de roles salvo con uno de los
partícipes: el Serchopi´, quien se encuentra a la cabeza del círculo y es el
encargado de guiar la danza y modificar la dinámica a lo largo de la práctica.
En su mano derecha sostiene un objeto alusivo, generalmente un pañuelo donde se
encuentran presentes los colores del Kurdistán, amarillo, verde y rojo que simbolizan
el sol, la naturaleza y el fuego, respectivamente. Nadie puede ocupar su lugar
hasta que haya completado una vuelta al círculo, de manera tal que quien entra
a la danza se ubica entre el resto de las y los danzantes, llamados Gawaní.
La danza es la transformación de funciones y expresiones
comunes en movimientos fuera de lo habitual para propósitos extraordinarios.
Incluso una función básica de locomoción como el caminar se realiza en la danza
de una forma mítica, en círculos o en un ritmo concreto y dentro de un contexto
especial. Las Govend son cadenciosas, siempre a tempo, y quienes las danzan no
sólo acompañan con el canto, sino también con las típicas vocalizaciones
“Tilili” que se producen al vibrar las cuerdas vocales y movilizar la lengua rápidamente,
dentro de la cavidad bucal, hacia arriba y hacia abajo. Ondulando en marcha
acompasada, estas danzas pueden versionarse en Dilan, Sepe o Chapi: en las
Dilan, el paso de danza se encuentra más cercano a la tierra y se realiza
sincrónicamente, aunque la energía y calidad de movimiento se va modificando
según la dinámica rítmica de la música; en las Sepe, los pies derechos acentúan
la rítmica y se dirigen hacia el centro del círculo; y en las Chapi, el
traslado consiste en dar dos pasos hacia adelante con el pie izquierdo y luego
dos pasos hacia atrás con el pie derecho, mientras se mantiene el curso
circular.
En este tipo de prácticas, la danza y la música van unidas
de manera tal que la dinámica de una modifica a la otra. El ritmo binario se
refleja en ambas, el pulso es marcado por la entrega de peso del pie derecho y
del pie izquierdo alternadamente, mientras que las manos y el torso se unen a
la subdivisión rítmica. Las danzas se desarrollan en series continuas y
repetitivas de pasos cortos mientras se desplazan en el espacio. Los y las
bailarinas discurren en la repetición de movimientos y en la reiteración de las
células rítmicas, afirmándose a sí mismos y a sí mismas en su identidad,
enfatizando la unidad y la continuidad donde ningún tiempo ni movimiento es más
importante que otro, y donde la danza es una totalidad que los comuniona.
Por lo tanto, esta circularidad puesta en común a través de
la danza se presenta tanto en el tiempo como en el espacio construyendo una
sensación de comunidad, fraternidad e identidad.
Silvia Citro y Adriana Cerletti en Las danzas aborígenes
siempre fueron en ronda, sostienen que “danzar colectivamente en círculo,
repitiendo simultáneamente los mismos movimientos y unidades musicales,
usualmente promueve sentimientos de fraternidad y cercanía entre los
performers” (Citro – Cerletti, 2012, pág. 163). Así la acción colectiva se
encuentra sobre la individual, idea que se presenta tanto en los haceres
cotidianos de la agricultura o el amasado de pan, como en el paradigma del
movimiento kurdo que busca una democracia colectiva y comunitaria. Siendo así,
el foco de la danza es interno y se encuentra entre quienes danzan y el espacio
que los contiene. No es para ser mirados ni miradas, no es para un público,
sino que es para ellas y ellos mismos: un cuerpo colectivo para ser vivido y no
para ser espectado.
Símbolo de identidad y práctica de resistencia
Las Govend nacieron junto al pueblo kurdo a través de su
historia y de su geografía, son danzas que tienen más de 5.000 años de
antigüedad. En su serpenteo colectivo y mixto, donde los pies se desplazan y
las manos unidas se mueven como manivelas en el aire, se constituye una
sensación de unidad y comunidad que aúna al pueblo y lo empodera. A través de
este acto intangible y fugaz, los cuerpos se fusionan en desarrollo del respeto
mutuo. Mediante el ritual, el pueblo y el territorio se vuelven continuos uno
del otro. Esta acción que involucra al cuerpo les permite conectarse con su
esencia trascendente y volver una y otra vez al origen de su civilización. Al
mismo tiempo, todo ritual cultural permite vincularse con lo sagrado y tomar
conciencia del sí mismo colectivo. De esta manera, el espacio cotidiano se
torna espacio mítico y de autodefensa, creando un puente entre sociedad y vida,
entre pasado y presente, reforzando la pertenencia cultural. Es decir, mito y
ritual acompañan los momentos importantes de la vida del pueblo kurdo y ello
sostiene su existencia, a la vez que actualiza los relatos propios de su
sociedad.
La danza kurda en el contexto de la guerrilla, de la lucha y
de las victorias, es un poderoso símbolo de identidad, es una práctica de
resistencia y complicidad que da cuenta de lo que el imperialismo cultural no
pudo deshacer. Si en la danza se reflejan las características de un pueblo y de
su tierra, la regularidad de sus ciclos y la temperatura de sus días; las
danzas colectivas kurdas reflejan no sólo el movimiento del sol y la sabiduría
de las montañas, sino también el deseo de fraternidad y de libertad, el anhelo
de un paradigma basado en la igualdad y el respeto; el saber vivencial, la
alegría y la lucha.
Para consultar sobre el libro:
http://www.revistasudestada.com.ar/edicion/316/mujeres-de-kurdistan/
leandroalbani@gmail.com
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