Por Homar Garcés:
La categorización del sociólogo alemán Max Weber, según la
cual “el político por vocación está al servicio de ideales mientras que el
político profesional hace de esta noble actividad una carrera para mejorar su
status social mediante el dinero y el poder”, tiene -de una u otra manera-
raíces en el modelo de Estado burgués liberal heredado de Europa y las
relaciones jerarquizadas de poder derivadas de éste, limitando enormemente la
existencia de una democracia ejercitada efectivamente y en tiempo real por el
pueblo.
Con muy reducidas excepciones, cabe aseverar que esta es una
situación común en todas nuestras naciones a través de las diversas etapas de
su historia, convirtiéndola en una fatalidad aparentemente inexorable. Sin
embargo, han surgido métodos y líneas teóricas que tienen por objetivo la
construcción de un género de democracia que responda verdaderamente a los
intereses y las necesidades de las mayorías y no únicamente sirva de
instrumento para satisfacer las ambiciones egoístas de una minoría.
Si bien es cierto que las crisis económicas producidas
cíclicamente por el capitalismo afectan considerablemente a millones de
personas en todo el planeta, obligándolas a sobrevivir de cualquier forma, en
algunos casos, en condiciones extremas de explotación y de semi esclavitud,
éstas han facilitado la elaboración de diversas propuestas que tienden, en un
primer plano, a deslegitimar todo lo existente y, en un plano más profundo, a
la sustitución absoluta del sistema múltiple de dominación engendrado por el
capitalismo y su par, el Estado burgués liberal.
Algunas de ellas, echando mano a las tesis del socialismo
revolucionario mientras otras pretenden resultar más originales respecto a sus
fuentes de inspiración (como el nacionalismo y la socialdemocracia); lo que
dificulta -de alguna manera- la convergencia de voluntades y de esfuerzos
contra dicho sistema, cayendo en sectarismo y dogmatismos que, en vez de
dirigirse a su destrucción y reemplazo, conspiran contra sus propios objetivos;
desenmascarándose, incluso, contradictoriamente, su carácter antidemocrático.
En cuanto a este punto, vale citar a Oscar Enrique León,
quien en su libro “Democracia burguesa, fascismo y revolución”, expone que “el
papel de la revolución no es salvar a la democracia burguesa, mucho menos
haciendo causa común a tales efectos con una derecha moderada. El papel
histórico de la revolución es destruir la democracia burguesa, única forma real
y realista de acceder a la democracia participativa y el poder popular que ella
postula como forma política. En la medida que lo logre, y sólo en tal medida,
habrá derrumbado el orden burgués”.
Aun cuando ésta no sea la aspiración de los políticos
profesionales (llámense de derecha o de izquierda), los sectores populares
tendrán que entender que ya no es suficiente el voto ni el logro de ciertas
reformas (económicas, políticas y sociales) mientras se mantengan inalterables
las estructuras y subestructuras que sostienen y legitiman al Estado burgués
liberal.
Ellos tienen que vencer el condicionamiento ideológico que
les hace desconfiar de sí mismos y depender de esta clase de políticos,
proponiéndose actuar un modo autónomo en la concepción del poder popular
soberano, así como de nuevos paradigmas que marquen el comienzo de un modelo
civilizatorio diferente al existente. Ello representa una necesidad histórica
impostergable. En especial, cuando el gobierno de Estados Unidos amenaza con
arremeter contra los pueblos y los gobiernos que se muestren reacios a
someterse a su estrategia de dominación imperial.
Para aquellos que lo dudan, o sencillamente no comparten tal
punto de vista, les bastará tener presente (y comprender, si se empeñan un
poco) que el mayor cuestionamiento a este sistema múltiple de dominación lo
realizan, justamente, los sectores populares por la vía de los hechos.
Por consiguiente, la confrontación que estos llevan a cabo
-en su triple condición de oprimidos, explotados y excluidos- sin ser teórica
(o teorizada), deja al descubierto la escasez de argumentos sólidos por parte
de los defensores del sistema actual, ya que niega (en muchas situaciones, por
medio de la fuerza) la posibilidad de hacer realidad los postulados
democráticos, igualitarios y emancipatorios que suelen esgrimirse para
perpetuarlo y presentarlo como la mejor opción.
En el otro extremo, quienes se oponen obcecadamente a la
transformación estructural, implícita en las demandas populares, se hallan al
margen de una correcta interpretación de la realidad que tomara forma bajo el
capitalismo globalizado en los últimos treinta años. Por ello, ante la
inutilidad de su discurso político y de sus acciones violentas para contener la
puja democratizadora de los sectores populares, optan por plegarse a los
proyectos neoimperialistas estadounidenses, esperanzados en su eficacia para
preservar el poder usufructuado.
No obstante, la presente etapa de luchas por objetivos
comunes constituye un fundamento sólido para impulsar y concretar, como debiera
ser, el poder popular soberano y tender a la edificación dinámica de un nuevo
modelo civilizatorio, en simbiosis armónica con la naturaleza y el resto de las
personas.-
mandingarebelde@gmail.com
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