Por Carolina Vásquez Araya:
La concentración del poder es una enfermedad que solo se
cura con justicia y democracia.
Una auténtica democracia tiene un sistema de pesos y
contrapesos gracias al cual se produce un equilibrio saludable entre la
voluntad del pueblo soberano y la de sus representantes en los estamentos del
Estado, del gobierno y de las organizaciones del sector civil; un sistema en el
cual no existen polos de poder absoluto contra cuyos excesos la ciudadanía sea
impotente por no contar con los mecanismos para intervenir. Ese ideal de
democracia parece no existir. De hecho, actualmente se vive un anti sistema
impuesto por los países dominantes, caracterizado por extrema codicia, abuso y
privilegios destinados a convertir a un pequeño círculo de políticos y
empresarios en auténticos emperadores.
A este complejo escenario se suma, entonces, el peligro de
tener a un hombre poco instruido, de innegable tendencia racista, xenófoba y,
para colmo, irreflexivo, a cargo del gobierno más poderoso del planeta, de cuya
fuerza gravitacional está cautivo nuestro continente. Las decisiones emanadas
desde la Casa Blanca –la mayoría de las cuales responden a intereses
específicos de esa nación- pesan como leyes en prácticamente todos los países
dependientes de su enorme poder, al punto de deberle todas y cada una de las
operaciones y estrategias que han desequilibrado nuestra institucionalidad y
han impedido la construcción de democracias sólidas e independientes a lo largo
y ancho de América Latina.
Esta preeminencia del poder del imperio estadounidense sobre
nuestros pueblos reviste la mayor gravedad ante el nuevo cariz que ha tomado la
administración de la Casa Blanca, reflejado en un resurgimiento de los
movimientos extremistas –Ku Klux Klan, entre otros- amparados por el discurso
de odio emanado por su máximo líder. El permiso que el presidente Trump tácitamente
otorga a estos fascistas al no condenar de manera explícita sus actos de
violencia constituye un aval a sus desmanes y repercute en un serio riesgo para
los ciudadanos e inmigrantes latinos y de otras culturas y etnias que habitan
en ese país.
Este año hemos presenciado el resurgir de una tiranía
reeditada y fortalecida por un pensamiento xenófobo y racista. A ello se suman
las amenazas de invadir Venezuela, un país soberano, las cuales no son ajenas a
esta nueva tendencia imperialista carente de visión política. Sin importar si
el resto de países latinoamericanos está o no de acuerdo con el gobierno
venezolano, todos –sin excepción alguna- deberían pronunciarse de manera clara
y tajante para rechazar cualquier intento de invasión. Por respeto a la
dignidad de los pueblos del continente y a los valores de las democracias,
sólidas o no, que tanta sangre y dolor le han costado a los pueblos americanos,
es imperativo recuperar esa dignidad que hoy suele estar opacada por la
corrupción, la codicia y la falta de visión de nuestros líderes.
ROMPETEXTO: América Latina debe cuidarse de las decisiones
de un gobernante tan volátil como Trump.
elquintopatio@me.com
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