sábado, 24 de junio de 2017

Petróleo, geopolítica, intelectuales y ética

Por Julio A. Louis

El conflicto que vive Venezuela tiene dos fundamentos básicos: petróleo y geopolítica. La humanidad depende del recurso petrolero, aún para desarrollar energías alternativas que en un futuro preponderen. Y ¡oh casualidad!, Venezuela es una de las naciones que posee más recursos petroleros, si no, la que posee más. Por eso está sufriendo lo que Ucrania o Brasil, esto es, el intencionado agravamiento de sus condiciones de vida, la promoción de la guerra civil, con el propósito deliberado de destruir al Estado-Nación (población, territorio, tradiciones, poder). Además, la contrarrevolución en marcha es vital a Estados Unidos -amenazado por el nacionalismo emancipador- para separar a América del Sur de la influencia rusa y china, y recuperar el “patio trasero”, después del viraje a su órbita de Brasil y Argentina. 



Desde la prensa, hay quienes entrecomillan “la revolución bolivariana”. Sin embargo, el simple hecho de haber nacionalizado gran parte de los recursos petroleros, de que PDVSA sea una poderosa empresa mundial, gracias a la política de Chávez continuada por Maduro; y que las Fuerzas Armadas Bolivarianas estén consustanciadas con su pueblo y no sean brazos ejecutores de planes imperiales, como sucedió en el Cono Sur sudamericano, alcanza y sobra para hablar de la Revolución Bolivariana, sin considerar otros aspectos. En síntesis, está en juego la soberanía nacional de Venezuela, y detrás, la soberanía de los restantes Estados nuestro-americanos, agredidos por el imperialismo norteamericano.  

El rol de los intelectuales. ¿Cuáles? 

Mientras en “Voces” del 8 de abril, he escrito “La izquierda, ¿con quién se identifica?”,  José Manuel Quijano ha escrito “Los intelectuales y la masacre como arma revolucionaria”, dos posiciones antagónicas. Considero necesario explicar que los intelectuales se distinguen entre sí, en tanto expresan aspiraciones de clase o categorías sociales diferentes, o directamente opuestas. Contribuyen a elaborar conciencia de clase -de la nobleza, de la burguesía, del proletariado, etc.- y a persuadir de sus virtudes a otras clases o categorías (etnias, naciones, religiones, etc.). Por ejemplo, parte de la intelectualidad fundamenta la estabilidad del orden burgués -hoy trasnacional, neoliberal- y rechaza lo que lo altere, en nombre de principios tales como la libertad o la propiedad. Su presencia es bien considerada en la academia o en los medios masivos de comunicación por su rol conservador o reaccionario, aunque ninguno reconocerá que es un servidor funcional del sistema capitalista.

 Distinto es el rol de la intelectualidad al servicio de las clases populares  puesto que su elaboración ideológica y política trabaja por la contra hegemonía de esas clases, combatiendo la del gran capital. Es “peligrosa” para el sistema, e incluso, a veces, molesta a los dirigentes de su clase.

El perfil de este intelectual (orgánico, le llama Gramsci) es el de inmiscuirse activamente en la vida de su clase o bloque de clases, construyendo, organizando, persuadiendo, porque expresado con las palabras y poesía de José Martí, “con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”. Y, además de poseer la amplitud mental para el estudio y la investigación, por sobre todas las cosas no se desentiende de la realidad, y sabe jugarse la vida o la libertad, como ha sucedido, por ejemplo, en las dictaduras de la Seguridad Nacional, o sucede ahora  con la ofensiva imperial en Brasil, en Venezuela, en varios  países de la región.

Son filósofos, docentes, artistas, periodistas, profesionales, científicos, técnicos, etc. capaces de ligar la teoría a la práctica (praxis). Se convierten en trabajadores ejemplares en sus funciones específicas y pueden ser cuadros sindicales, sociales, políticos. Y están obligados a distinguir las contradicciones con el enemigo y las habidas en el seno del pueblo, a apreciar cuál es la contradicción principal en cada realidad concreta. Para ejemplificar: era totalmente legítima la oposición a Stalin, pero cuando la Alemania nazi agrede a la Unión Soviética, no cabía otra actitud que defender a ésta. Y eso mismo, vale para los críticos de Maduro con intenciones revolucionarias, en las condiciones de agresión presentes.  

 Acerca de la ética y de la moral    

Hay una relación entre estos conceptos semejantes, pero no iguales. La ética, surge en el interior de una persona, como resultado de su reflexión, y es notorio, su carácter teórico, nítido en las grandes concepciones de la naturaleza y la sociedad (el cristianismo, el liberalismo, el marxismo, etc.). La moral guía las conductas en un contexto determinado, se aplica a situaciones concretas y está determinada por las culturas diversas de los pueblos.  En tal sentido, cuando las clases dominadas se sublevan, abandonan las virtudes que les enseñaron (tal como la obediencia) y asumen las propias (la rebeldía). No hay una moral neutra, sino, siempre, moral de clase, o en algunas situaciones, de etnia. Así, el ideal moral de libertad, la burguesía lo asocia a su derecho de explotar. Será “libre” la sociedad en que pueda explotar; será “tiránica” aquella en que no pueda. El objetivo siempre del burgués es la defensa de la propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio para lograr la ganancia, con lo que impone el sufrimiento para los desposeídos y desata la corrupción.

Si toda moral es de  clase, para los intelectuales orgánicos también lo es pues “está enteramente subordinada a los intereses de la lucha de clases del proletariado. Nuestra ética tiene por punto de partida los intereses del proletariado en la lucha de clases” (Lenin, “Tareas de las Juventudes Comunistas”, 1920)  Y agregamos que, cuando el capital trasnacional intenta destruir los Estados Nacionales opuestos a sus designios, su ética también asume como irrenunciable, la defensa de la soberanía nacional. 

Coincido con J.M. Quijano cuando afirma que la masacre como arma revolucionaria solo puede germinar en tierra de odios. En mi artículo del 8 del corriente, también digo que la masacre germina con el odio. Ahora bien, Nuestra América toda, con altibajos pronunciados según las regiones y países, ha sido y es tierra de odios. Corresponderá a los intelectuales orgánicos evitar en lo posible la venganza, la de Espartaco, la de Toussaint-Louverture, la de la Revolución Francesa o la de nuestros gauchos frenados por Artigas con su “clemencia para los vencidos”. Pero a la vez, comprender que toda revolución, que en sí es violenta, traerá inevitablemente excesos.

En tal sentido, un ejemplo virtuoso fue el de Fidel Castro, cuando fusiló en el paredón a los asesinos al servicio de Batista, evitando con ello, matanzas peores. O la política de Mandela una vez que se hizo del poder en Sud África, evitando la venganza de los negros sobre los racistas blancos, que hubiera provocado un baño de sangre de los responsables del apartheid como de quienes no lo fueron. Lo hizo con determinados criterios. Propagó por todos los medios disponibles que se procedería a amnistiar a quienes dijeran la verdad y justificaran que su  conducta obedecía a órdenes recibidas. Cada caso se estudiaba en particular y la amnistía se concedía o no. Por la Comisión de Verdad y Reconciliación pasaron 212.800 personas y fueron amnistiados 1121 implicados. Así se logró la eliminación del rencor y la catarsis colectiva. Sobre estos ejemplos debemos elaborar nuestras propuestas.  

jlui@adinet.com.uy

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