Por Julio A. Louis
El conflicto que vive Venezuela tiene dos fundamentos
básicos: petróleo y geopolítica. La
humanidad depende del recurso petrolero, aún para desarrollar energías
alternativas que en un futuro preponderen. Y ¡oh casualidad!, Venezuela es una
de las naciones que posee más recursos petroleros, si no, la que posee más. Por
eso está sufriendo lo que Ucrania o Brasil, esto es, el intencionado
agravamiento de sus condiciones de vida, la promoción de la guerra civil, con
el propósito deliberado de destruir al Estado-Nación (población, territorio,
tradiciones, poder). Además, la contrarrevolución en marcha es vital a Estados
Unidos -amenazado por el nacionalismo emancipador- para separar a América del
Sur de la influencia rusa y china, y recuperar el “patio trasero”, después del
viraje a su órbita de Brasil y Argentina.
Desde la prensa, hay quienes entrecomillan “la revolución
bolivariana”. Sin embargo, el simple hecho de haber nacionalizado gran parte de
los recursos petroleros, de que PDVSA sea una poderosa empresa mundial, gracias
a la política de Chávez continuada por Maduro; y que las Fuerzas Armadas
Bolivarianas estén consustanciadas con su pueblo y no sean brazos ejecutores de
planes imperiales, como sucedió en el Cono Sur sudamericano, alcanza y sobra
para hablar de la Revolución Bolivariana, sin considerar otros aspectos. En síntesis, está en juego la soberanía nacional
de Venezuela, y detrás, la soberanía de los restantes Estados
nuestro-americanos, agredidos por el imperialismo norteamericano.
El rol de los intelectuales. ¿Cuáles?
Mientras en “Voces” del 8 de abril, he escrito “La
izquierda, ¿con quién se identifica?”, José Manuel Quijano ha escrito “Los
intelectuales y la masacre como arma revolucionaria”, dos posiciones
antagónicas. Considero necesario explicar que los intelectuales se distinguen
entre sí, en tanto expresan aspiraciones de clase o categorías sociales
diferentes, o directamente opuestas. Contribuyen a elaborar conciencia de clase
-de la nobleza, de la burguesía, del proletariado, etc.- y a persuadir de sus
virtudes a otras clases o categorías (etnias, naciones, religiones, etc.). Por
ejemplo, parte de la intelectualidad fundamenta la estabilidad del orden
burgués -hoy trasnacional, neoliberal- y rechaza lo que lo altere, en nombre de
principios tales como la libertad o la propiedad. Su presencia es bien
considerada en la academia o en los medios masivos de comunicación por su rol
conservador o reaccionario, aunque ninguno reconocerá que es un servidor
funcional del sistema capitalista.
Distinto es el rol de
la intelectualidad al servicio de las clases populares puesto que su elaboración ideológica y
política trabaja por la contra hegemonía de esas clases, combatiendo la del
gran capital. Es “peligrosa” para el sistema, e incluso, a veces, molesta a los
dirigentes de su clase.
El perfil de este intelectual (orgánico, le llama Gramsci)
es el de inmiscuirse activamente en la vida de su clase o bloque de clases,
construyendo, organizando, persuadiendo, porque expresado con las palabras y
poesía de José Martí, “con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar”.
Y, además de poseer la amplitud mental para el estudio y la investigación, por
sobre todas las cosas no se desentiende de la realidad, y sabe jugarse la vida
o la libertad, como ha sucedido, por ejemplo, en las dictaduras de la Seguridad
Nacional, o sucede ahora con la ofensiva
imperial en Brasil, en Venezuela, en varios países de la región.
Son filósofos, docentes, artistas, periodistas,
profesionales, científicos, técnicos, etc. capaces de ligar la teoría a la
práctica (praxis). Se convierten en trabajadores ejemplares en sus funciones
específicas y pueden ser cuadros sindicales, sociales, políticos. Y están
obligados a distinguir las contradicciones con el enemigo y las habidas en el
seno del pueblo, a apreciar cuál es la contradicción principal en cada realidad
concreta. Para ejemplificar: era totalmente legítima la oposición a Stalin,
pero cuando la Alemania nazi agrede a la Unión Soviética, no cabía otra actitud
que defender a ésta. Y eso mismo, vale para los críticos de Maduro con
intenciones revolucionarias, en las condiciones de agresión presentes.
Acerca de la ética y
de la moral
Hay una relación entre estos conceptos semejantes, pero no
iguales. La ética, surge en el interior de una persona, como resultado de su
reflexión, y es notorio, su carácter teórico, nítido en las grandes
concepciones de la naturaleza y la sociedad (el cristianismo, el liberalismo,
el marxismo, etc.). La moral guía las conductas en un contexto determinado, se
aplica a situaciones concretas y está determinada por las culturas diversas de
los pueblos. En tal sentido, cuando las
clases dominadas se sublevan, abandonan las virtudes que les enseñaron (tal
como la obediencia) y asumen las propias (la rebeldía). No hay una moral
neutra, sino, siempre, moral de clase, o en algunas situaciones, de etnia. Así,
el ideal moral de libertad, la burguesía lo asocia a su derecho de explotar.
Será “libre” la sociedad en que pueda explotar; será “tiránica” aquella en que
no pueda. El objetivo siempre del burgués es la defensa de la propiedad privada
sobre los medios de producción y de cambio para lograr la ganancia, con lo que
impone el sufrimiento para los desposeídos y desata la corrupción.
Si toda moral es de
clase, para los intelectuales orgánicos también lo es pues “está
enteramente subordinada a los intereses de la lucha de clases del proletariado.
Nuestra ética tiene por punto de partida los intereses del proletariado en la
lucha de clases” (Lenin, “Tareas de las Juventudes Comunistas”, 1920) Y agregamos que, cuando el capital
trasnacional intenta destruir los Estados Nacionales opuestos a sus designios,
su ética también asume como irrenunciable, la defensa de la soberanía
nacional.
Coincido con J.M. Quijano cuando afirma que la masacre como
arma revolucionaria solo puede germinar en tierra de odios. En mi artículo del
8 del corriente, también digo que la masacre germina con el odio. Ahora bien,
Nuestra América toda, con altibajos pronunciados según las regiones y países,
ha sido y es tierra de odios. Corresponderá a los intelectuales orgánicos
evitar en lo posible la venganza, la de Espartaco, la de Toussaint-Louverture,
la de la Revolución Francesa o la de nuestros gauchos frenados por Artigas con
su “clemencia para los vencidos”. Pero a la vez, comprender que toda
revolución, que en sí es violenta, traerá inevitablemente excesos.
En tal sentido, un ejemplo virtuoso fue el de Fidel Castro,
cuando fusiló en el paredón a los asesinos al servicio de Batista, evitando con
ello, matanzas peores. O la política de Mandela una vez que se hizo del poder
en Sud África, evitando la venganza de los negros sobre los racistas blancos,
que hubiera provocado un baño de sangre de los responsables del apartheid como
de quienes no lo fueron. Lo hizo con determinados criterios. Propagó por todos
los medios disponibles que se procedería a amnistiar a quienes dijeran la
verdad y justificaran que su conducta
obedecía a órdenes recibidas. Cada caso se estudiaba en particular y la
amnistía se concedía o no. Por la Comisión de Verdad y Reconciliación pasaron
212.800 personas y fueron amnistiados 1121 implicados. Así se logró la
eliminación del rencor y la catarsis colectiva. Sobre estos ejemplos debemos
elaborar nuestras propuestas.
jlui@adinet.com.uy
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