Por Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Decisiones como las que ha tomado la corte constitucional
respecto al pacto político de paz negociada, ya suscrito entre el estado y la
insurgencia; la insistencia de los líderes de grupos político-religiosos por
limitar derechos; iniciativas para favorecer a responsables de delitos atroces
de paramilitarismo o corrupción con medidas especiales de reclusión, rebaja de
penas o; la continuidad de contratos con empresas cuestionadas por violaciones
a derechos, advierten de la existencia de tres tendencias en la concepción que
orienta y somete a confusiones y estrategias de poder la vida judicial del
país.
La segunda es la Ley del Estado Laico, defendida por sectores
progresistas, intelectuales, sectores
políticos minoritarios y la gran mayoría de organizaciones sociales que
resisten contra las políticas del estado, que aceptan la existencia de un mundo
cambiante movido por intereses de emancipación y deseos de libertad. En común
en esta concepción se entiende el derecho como instrumento de regulación social
y protección de derechos conquistados. Y la tercera es la Ley de las Mafias,
que defienden sus conquistas a base del terror y consideran que el derecho es
una mercancía a la que pueden acceder según su deseo personal, porque como todo
conocimiento o cosa material la ley es un objeto de mercado que tiene precio y
otorga el beneficio a quien pueda pagarla, y permite comprar inclusive a
jueces, magistrados, funcionarios, condenas, vidas humanas y gobiernos.
La ley de Dios, es invocada para negarse a aceptar que el
viejo régimen, de la constitución de Núñez de 1886, fue derrotado por las
convulsiones sociales, civiles y armadas, cuyo punto de encuentro fue la Asamblea
Nacional Constituyente que forjó la nueva constitución de 1991, que, abrió la
puerta al estado moderno, respetuoso de los otros, de sus derechos y sus
conductas, dejando atrás al antiguo régimen confesional en el que el estado
estaba entregado al sagrado corazón, la política al frente nacional
liberal-conservador y la vida personal a los prejuicios morales de los
capataces de las fincas. De la puesta en escena política de la ley de Dios,
para entorpecer derechos, no son responsables sus feligreses, que también hacen
parte de los sectores vulnerados, excluidos y marginados por el poder.
Sus responsables hay que buscarlos entre congresistas,
magistrados, gobernantes y directivas de instituciones que no separaran su fe
personal y prejuicios de su oficio y a veces convierten sus despachos en
capillas de oración, izan las banderas de fe de los cruzados, celebran oficios
religiosos en nombre de las instituciones, fomentan la segregación en nombre de
la hermandad y maldicen a quienes no acogen sus mandatos, sin precaución por
entender que sus comportamientos violentan derechos, irrespetan y ofenden la
conquista común llamada laicidad, consignada en la constitución que a pesar de
ser agredida con frecuencia trata de afianzar el estado moderno, diverso y
plural.
La ley del Estado, de carácter civil, se funda en la
construcción humana de la justicia. Reconoce la historia de los pueblos, su
fuente es la razón y funciona separada de todo prejuicio, reconoce a la ética
no a la moral y juzga sin distinciones. Aunque es la única con validez
efectiva, su aplicación resulta débil, por la inexistencia de un real estado de
derecho, obstaculizado justamente por la solidez de las otras leyes. Es la ley
que fundamenta sus actuaciones en la justicia material y reconoce a los derechos
en la base de sus decisiones. Acoge los resultados de luchas sociales y sus
formulaciones son técnicas, objetivas e imparciales con el fin de regular la
convivencia y además contiene la letra y espíritu de los grandes aportes
universales de protección de la vida humana y del planeta.
Es la ley que debe imponerse en el estado de derecho, más
ahora que su capacidad es requerida para que el estado en cada uno de sus
poderes entienda y aprehenda que los pactos políticos, como el acuerdo de paz
entre el estado y la insurgencia, tiene esencia política y la ley del estado ha
de ser el instrumento de garantía, no al contrario, máxime cuando al amparo de
la ley de dios se produjo la derrota electoral del primer acuerdo, y que sus
líderes tratan de cobrar para poner en retroceso la paz negociada.
La tercera ley que impera en Colombia con fuerza suficiente
para provocar daños irreversibles, bien porque esta incrustada en el estado o
por su alcance afirmado en las reglas del mercado, -para el que nada es legal o
ilegal-, es la ley de las mafias, asociada a una idea de ley de la selva, del
más fuerte, extendida a través de esparcir horror y sufrimiento, con la astucia
del que delinque y sabe tapar o borrar las huellas de su crimen. Esta ley
fomenta el espíritu mafioso y criminal del todo vale, del astuto, el cínico, el
perverso que desconoce toda construcción humana colectiva, se hace y aplica con
base al interés propio de un sector, grupo o cofradía que invalida lo que sea
para imponer lo suyo.
La existencia entrecruzada de estas tres concepciones ponen
en tensión el valor de la ley impidiendo consolidar un estado de derecho real,
solido, legítimo y capaz de responder en democracia a los retos que plantea
este tiempo de complejidades, de interconexiones que superan todo limite
previsto y de creación colectiva de una paz estable y duradera. El primer paso
para todas las concepciones es abandonar su ideologización respecto al espíritu
contrainsurgente que provoca odios y discriminaciones, al tiempo que el estado
emprenda la tarea de imponer para todos los poderes, instituciones y
funcionarios, la soberanía del derecho de concepción civil y laico, que es
único con capacidad para representar legítimamente a la nación entera y
fomentar la protección y respeto por los derechos humanos. Solo de esta manera
se podrá garantizar el transito no otra vez del antiguo régimen a la sociedad
moderna, si no de la guerra a la paz con plenos derechos.
El objetivo común tiene que ser el de crear una cultura de
la legalidad que fomente la convivencia democrática, sirva para recuperar el
valor de la vida como esencia de toda actuación humana y contribuya a
reconstruir las instituciones y aceptar con respeto la ley como norma
fundamental de garantía para que Colombia no sea una buena noticia para
turistas, sino una maravillosa realidad para vivirla con paz y dignidad.
mrestrepo33@hotmail.com
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