Por Leandro Albani/El Furgón
El aislamiento, la tortura, los trasladados intempestivos,
la negación a una defensa justa y a ver a sus familiares. Estos son los métodos
que el Estado de Israel aplica desde hace casi siete décadas a los presos y las
presas palestinos. Por eso, el pasado 17 de abril más de 1500 prisioneros
palestinos encerrados en cárceles israelíes iniciaron una huelga de hambre
indefinida, encabezada por Marwan Barghouti, dirigente del Movimiento Al Fatah,
reconocido líder del pueblo palestino y, tal vez, el detenido palestino más
peligros para Tel Aviv.
Desde su misma creación, el Estado israelí aplica una
política de genocidio contra el pueblo palestino. No es una exageración, sino
la confirmación de la naturaleza del sionismo, la ideología que rige al Estado
desde 1948 y que, de manera permanente, niega no sólo los derechos más básicos
de los palestinos y las palestinas, sino que rechaza que -alguna vez en la
larga historia de la humanidad-, ese pueblo de mayoría árabe haya habitado la
Palestina histórica.
Cuando la vida cotidiana en los territorios palestinos se vuelve,
día a día, más crítica, los prisioneros tomaron esta decisión ante el rechazo
por parte de Israel de mejorar sus condiciones de vida. Al iniciar la medida de
fuerza, los presos políticos informaron que uno de los principales objetivos es
poner fin a la detención administrativa, “figura legal” que Israel utiliza para
detener a las personas, encarcelarlos por tiempo indefinido sin pruebas y
negarles la asistencia de abogados. Las detenciones administrativas, está de
más decirlo, no cumplen con ninguna ley internacional o respetan tratados
judiciales aceptados por la mayoría de los países.
Con la huelga de hambre, los prisioneros también demandan el
fin del régimen de aislamiento, una asistencia médica completa dentro de los
presidios, derechos de visita ampliados y el acceso a teléfonos públicos y
medios de comunicación para informarse.
Al comenzar la medida, Fedwa Barghuthi, esposa del líder de
Al Fatah condenado a cinco cadenas perpetuas, resumió de forma clara que el
reclamo apunta a “peticiones humanitarias previstas en el derecho internacional
y reconocidas como parte de los derechos humanos”.
Sin inmutarse, el gobierno israelí de Benjamín Netanyahu
desplegó toda su furia para intentar tapar una protesta que tiene una fuerte
repercusión internacional. Gilad Erdan, ministro israelí de Seguridad Interior,
fue el encargado de rechazar cualquier tipo de negociación con los palestinos.
“Son terroristas y asesinos encerrados que reciben lo que merecen y no tenemos
razones para negociar con ellos”, aseveró el funcionario. Aunque las denuncias
contra el sistema penitenciario israelí se acumulan en los despachos de la
Organización de Naciones Unidas (ONU), Erdan argumentó que “no hay razón para
darles beneficios adicionales a los que ya tienen”.
En la misma tónica negacionista, el 18 de abril pasado el
ministro israelí de Inteligencia, publicó en su cuenta de Twitter que la “única
solución” frente a la huelga de hambre “es ejecutar a los terroristas”.
En la actualidad, Israel mantiene prisioneros a 6.500
palestinos, de los cuales 62 son mujeres y 300 menores de edad. De total de
presos políticos, 500 se encuentran bajo el régimen extrajudicial de la
detención administrativa. Como si fuera poco, entre los detenidos se encuentran
13 diputados palestinos a los cuales, por supuesto, Israel no les respetó su
derecho a ejercer el cargo luego de ser elegidos en comicios democráticos en
2006.
Durante las décadas de ocupación israelí en los territorios
palestinos, “cerca de un millón de palestinos han sido detenidos, torturados,
humillados física y psicológicamente, y sometidos a condiciones duras y
degradantes en las Bastillas del bárbaro colonialismo sionista”, denunció el
propio Barghouti en una carta dirigida a los parlamentarios del mundo.
El líder palestino, que iniciada la huelga de hambre fue
trasladado a una celda de aislamiento, explicó que “la huelga de hambre de los
prisioneros es un medio legítimo y pacífico para confrontar la violación de los
derechos de los prisioneros”. Barghouti detalló que la medida de fuerza fue
decidida “tras meses de desgaste de todos nuestros esfuerzos y todos nuestros
intentos de conseguir nuestras legítimas demandas relativas a la detención
administrativa arbitraria y colectiva de los palestinos, las torturas, las
medidas punitivas ejercidas contra los prisioneros y la negligencia médica
deliberada, así como la privación de las visitas de nuestros parientes y del
derecho a comunicarse con ellos y el derecho a la educación, que son los
derechos más básicos que deberíamos tener”.
En la carta, Barghouti señaló que “la ley israelí permite el
colonialismo, el castigo colectivo, la discriminación racial y el apartheid” y
que los tribunales de Tel Aviv, que forman parte de la “ocupación militar
colonial”, han condenado “a los palestinos con una proporción que llega hasta el 90-99 por
ciento”.
“Esto es un apartheid judicial que condena la presencia y
firmeza palestina y al mismo tiempo da inmunidad a los israelíes que cometen
crímenes contra nuestro pueblo”, sintetizó el dirigente de Al Fatah en la
carta.
La huelga de hambre que encabezan los palestinos y las
palestinas es una de las denuncias más visibles y claras de la política
represiva israelí. Como sostiene el historiador judío Ilan Pappé, las
categorías conocidas para definir los métodos de Tel Aviv contra el pueblo
palestino no alcanzan. Términos como apartheid, ocupación, colonización ya
quedan desactualizados, por eso Pappé afirma que Israel comete una “genocidio
progresivo”, con la venia de las grandes potencias, principalmente Estados Unidos
y la Unión Europea.
Los presos y las presas palestinas no sólo se encuentran
entre rejas, sino que el sistema carcelario israelí se expande en Cisjordania
y, sobre todo, en la Franja de Gaza, un territorio de apenas 360 kilómetros
cuadrados en el cual habitan casi dos millones de personas. Bloqueada, asediada
y bombardeada, la Franja sobre el mar Mediterráneo es, sin dudas, la
demostración fehaciente del poder represivo de un Estado moderno que mantiene
en la opresión cotidiana a una población.
“Algunos pueden creer que este es el fin y que nosotros
pereceremos aquí, en este confinamiento solitario –escribió Marwan Barghouti-,
pero yo sé que a pesar de este aislamiento cruel no estamos solos, sé que
millones de palestinos y otros en diferentes lugares del mundo están con
nosotros respaldándonos y les digo a todos que tendremos un encuentro, así como
tendremos una cita con la libertad”.
Ese encuentro y esa cita son un desafío para quienes
observan, indignados y rabiosos, el dolor del pueblo palestino.
leandroalbani@gmail.com
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