sábado, 3 de septiembre de 2016

Caracas no fue tomada


La derecha venezolana sacó a sus seguidores a las calles. Recorrieron diversas vías de Caracas. Sus dirigentes pronunciaron discursos e hicieron declaraciones. Periodistas nacionales e internacionales informaron de la manifestación. A lo sucedido este jueves no le cabe otro calificativo que el de “normalidad democrática”.

Paradójicamente, lo anómalo es hablar de normalidad democrática en lo que respecta a la derecha del país caribeño. A pesar del mensaje del supuesto autoritarismo represor chavista con el que martillea su enorme potencia de fuego mediático, lo cierto es que el venezolano medio contiene la respiración ante cada movimiento opositor. No le faltan precedentes. En abril de 2002, una manifestación derivó en un golpe de Estado. Pocos meses más tarde, el sabotaje por parte de una oligarquía aún a los mandos del entramado petrolero paralizó la vida cotidiana durante semanas  y originó pérdidas por valor de 20.000 millones de dólares. Más recientemente, en 2014, las movilizaciones callejeras tuvieron en jaque a la población durante tres meses. Las algaradas terminaron por concitar una repulsa unánime. Hasta el 80% de los venezolanos, aterrados ante una cuenta de asesinatos que ascendía sin cesar y ya se situaba en 43, rechazaba la estrategia de desestabilización. Las barricadas desaparecieron por consunción ante el alivio generalizado.


También este jueves la mayoría de la gente respiró con tranquilidad tras el final de la marcha. Por mucho que la prensa pusiera el foco en la posibilidad de una represión por parte del chavismo, la realidad es que  las miradas de los y las venezolanas estaban puestas en los dirigentes de la derecha. Nunca han tenido reparos en poner muertos encima de la mesa para lograr sus propósitos. Esta vez tampoco tenía por qué ser una excepción.

Más allá de esta primera consideración, cabe concluir a partir de un análisis más profundo de la convocatoria que los planteamientos de la derecha carecen de una legitimidad de base. En primer lugar, el supuesto motivo de la marcha era la exigencia de un calendario para un referéndum revocatorio contra Maduro. Sin embargo, ya el Consejo Nacional Electoral viene estableciendo el cronograma de los diferentes pasos del revocatorio, algo que los medios de comunicación internacionales silencian sistemáticamente.

Sucede que la derecha quiere acelerar esos plazos, retorciendo la legalidad, para que la consulta tenga lugar este año y no el próximo, como una lectura desapasionada del reglamento sugiere. No es un asunto baladí. Si se celebrara ahora y Maduro fuera revocado, se convocarían elecciones. Si tuviera lugar en 2017 y el resultado también fuera adverso al actual presidente, asumiría el vicepresidente hasta el término del mandato, en 2019, al haberse cumplido cuatro años del periodo presidencial. Tampoco hay que olvidar las previsiones de un aumento de los precios del petróleo, lo que supondría un balón de oxígeno para la economía venezolana, el escenario que más teme la derecha y que daría al traste con su estrategia de “cuanto peor, mejor”.

La segunda falla de legitimación democrática de la derecha es su verdadero objetivo. Su aspiración real no es derrocar a Maduro o enviar al chavismo a la oposición. Eso forma parte del juego político y es perfectamente asumible en términos democráticos. Pero lo que persigue en último término es eliminar al chavismo como movimiento político y social, ignorando la voluntad de millones de personas -no hay que olvidar que el chavismo mantienen una base electoral superior a 5,5 millones de votantes, más del 40% de los participantes en los pasados comicios legislativos-. Se trata de silenciar y finalmente neutralizar a esta masa, ubicada en los estratos más pobres de la población. Es, en definitiva, volver a implantar la concepción neoliberal de la política como la imposición acrítica de un supuesto consenso en lugar de la gestión de conflictos entre posturas antagónicas. Quienes no aceptan el consenso neoliberal son enviados a los márgenes. Queda por ver si podrán hacerlo con esos millones de militantes y simpatizantes chavistas.

En tercer lugar, y estrechamente relacionada con la carencia anterior, se encuentra la construcción de un relato que poco o nada tiene que ver con la realidad pero que su potente artillería mediática instala sin dificultades como sentido común. Es la narrativa de buenos y malos; demócratas frente a antidemócratas; libertad contra dictadura. La verdad no puede ser un obstáculo. El tratamiento informativo de la manifestación es revelador. Prácticamente ningún medio internacional se hizo eco de que en paralelo había una marcha de apoyo al chavismo que, más allá de una guerra de cifras, también fue multitudinaria. Se trata de impostar la voluntad de la mayoría, aunque hechos y datos, tozudos e impertinentes, les desdigan.

Por mucho que rezara el lema de la convocatoria, Caracas no fue tomada. Tampoco Venezuela. Simplemente se realizó una manifestación expresando un punto de vista político. Es, cabe reiterarlo, normalidad democrática. Y en esa normalidad, quien quita y pone gobiernos es la gente con su voto, como viene sucediendo en Venezuela desde 1998.


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