Alquimia
política
Por:
Ramón E. Azócar A.
Hoy
día sigue prevaleciendo errores de precisión teórica en las posturas de quienes
abordan el tema del comportamiento organizacional y gerencial; se busca
presentar el tema del liderazgo como una especie de “talento” especial, cuando
en realidad el liderazgo es manejo del poder y de las relaciones de poder en
cualquier organización, sobre todo, las denominadas organizaciones complejas.
Según
autores como David Goleman, R. Boyatzis y A. McKee, las tipologías clásicas que
describen el tipo de líder, van desde el líder laissez faire, cuya capacidad de liderazgo es cuestionada,
por cuanto realmente no lo ejerce, sino que se deja llevar por las
circunstancias, o bien deja en manos de los demás la toma de decisiones; el
líder autocrático, quien tiene su
capacidad de liderazgo basada en el poder sobre los demás; el líder demagogo,
cuya capacidad de liderazgo se basa en su capacidad de utilizar a su favor los
temores o las diferencias entre los demás; y el líder democrático, que perfila
un estilo de líder que se abre a las discusiones, opiniones y participación
general para la toma de decisiones, en las cuales toma parte de manera activa,
sin perder de vista su papel rector.
Pero
las teorías de la inteligencia emocional, propuesta por Goleman, y la teoría
sistémica de las organizaciones inteligentes, del estadounidense Peter Senge,
las tipologías de liderazgo tienen a su vez sub-categorías que permiten definir
el perfil del líder dentro de un marco psico-social que lo interrelaciona con
su medio social y organizacional. Esta la percepción del líder coercitivo, el
cual demanda conformidad y aceptación inmediata de las decisiones que él toma,
se equipara al líder autocrático; el líder orientativo, que se caracteriza por
conducir o movilizar, a la gente hacia su visión o sus objetivos, sin aparente
forzamiento de los intereses o visiones de los demás; el líder filiativo, que fomenta
los lazos de afecto y la armonía dentro de una organización; el líder
participativo, crea consenso a través de
la participación, equiparándose con el líder democrático; el líder imaginativo,
que es líder promueve la excelencia y autonomía de su equipo; y el líder
capacitador, cuyo estilo de liderazgo desarrolla a su personal para el futuro.
En
ese marco de clasificación, según la teoría de David McClelland, descubrió que
los directivos con inteligencia emocional eran más efectivos que otros. En este
sentido, conjuntamente con Richard Boyatzis y Annie McKee, propuso una
tipología de líderes basada en la inteligencia emocional, la cual presentan en
el texto “El Líder Resonante”, estableciendo seis estilos de liderazgo: el
visionario, que inspira a las personas, orientándolas en términos de largo
plazo; el coaching que construye capacidades a largo plazo, conjugando las
actuaciones y habilidades individuales con las metas organizativas; afiliativo, crea una atmósfera cálida, armónica y
centrada en la gente, conectándola entre sí; el democrático, que describe al liderazgo que se obtiene a
partir de los aportes y acuerdos de todos en el grupo; el timonel, cuyo liderazgo traza metas ambiciosas y
continuamente monitorea el progreso hacia esas metas; y el autoritario, cuyo estilo dirige a través de la autoridad, es
efectivo cuando se requiere cambiar los hábitos de una organización que
atraviesa una situación crítica o frente a una emergencia.
En
el plano de la inteligencia emocional, el líder resonante, tiene la capacidad de
sintonizar los sentimientos de las personas y encauzar sus emociones en una
dirección positiva, movilizando lo mejor de ellas; cuando esto ocurre, se crea
un efecto denominado resonancia, a diferencia de las disonancias que sucede
cuando no se crea esta sintonía o los sentimientos se enfocan en dirección
negativa.
A
todas estas, tomando ideas de Ana Arteaga y Soraya Ramón, en su ensayo “Liderazgo
resonante según género”, el líder resonante constituye una ventana abierta entre
todas las nuevas propuestas para beneficiar el desempeño laboral, es decir, un
líder emocionalmente inteligente, alienta en sus equipos cierto grado de
bienestar que les lleva a compartir ideas, aprender los unos de los otros,
asumir decisiones grupales y permitir, en suma, el funcionamiento correcto de
las cosas.
En
concreto, para constituirse en un tipo de líder resonante, la base está en el
desarrollo de la inteligencia emocional, donde las habilidades que implica,
para reconocer y manejar adecuadamente los propios sentimientos, requieren
aprender a estructurar relaciones interpersonales efectivas. En este aspecto,
es donde falla el liderazgo político (sea de oposición o de gobierno), porque
no asume la necesidad de que las capacidades han de ser desarrolladas en
diversos niveles, donde se pueda distinguir las fortalezas y debilidades en sus
acciones con la gente, destacando un vínculo con sus aptitudes emocionales.
Los
líderes, en el plano del poder político global, no son buenos líderes, porque lo
fundamental, que es estar en contacto con las propias emociones y las del colectivo,
es imposible establecer empatía; sin un liderazgo emocional, es complicado obtener
un equipo de trabajo creativo y eficaz; es por ello que, como destaca Arteaga y Ramón, los líderes tienen el deber
de encauzar sus emociones y las de sus seguidores en una dirección positiva,
provocan un efecto que se difunde sobre estos y que, según Goleman, el
liderazgo resonante, que incita a vibrar
sincrónicamente en razón del sonido aplicado al contexto humano, le dan
vivencialidad al papel del líder político en la construcción de un diálogo
activo y perenne, que haga de la masa (pueblo), un componente activo de las
ejecutorias de las políticas públicas de Estado.
Se
nos hace necesarios líderes que coadyuven emocionalmente con la dirección
política de sus pueblos, el problema se ha presentado cuando se prioriza una
emoción efímera, superficial, carnal, viciosa; y no una emoción que esté ligada
con la productividad, acá el liderazgo resonante le da reflejar una actitud
entusiasta ante sus seguidores y movilizarlos a actuar conforme a los
objetivos, encauzando las emociones de cada uno de ellos en forma optimista.
Por
otra parte, el líder gestiona las emociones para incentivar a un determinado
grupo en el alcance de sus objetivos, depende del grado de inteligencia emocional,
siendo esta referida a las capacidades que le permite no solamente el
conocimiento y manejo efectivo de sus propias emociones, sino encauzar las de
sus seguidores en la dirección adecuada hacia el logro de las metas que un
proyecto de país tenga. Esto hace que nos formulemos una gran pregunta
generadora: ¿Cómo entender, desde el
espíritu del liderazgo, que es necesario estar en sintonía con los sentimientos
de las personas en dirección emocionalmente positiva, para buscar empatía
propia entre él y el liderado, haciéndolos sentir parte de un mismo sueño?
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