Por Gerardo
Szalkowicz
El Mercado Común del Sur
(Mercosur) se convirtió en las últimas semanas en el principal teatro de
operaciones de la disputa en el continente y en un nítido reflejo de la
pronunciada reconfiguración del escenario geopolítico regional.
En la superficie de las retóricas
diplomáticas y del abordaje mediático promedio aparece en el centro del meollo
la férrea negativa de los gobiernos de Brasil, Paraguay y Argentina a reconocer
el traspaso de la presidencia pro tempore a Venezuela, como debió darse
naturalmente si se respetaban los estatutos del bloque.
El artículo 12 del Tratado de
Asunción de 1991, documento fundacional del Mercosur, establece que “la
Presidencia del Consejo se ejercerá por rotación de los Estados Parte y en
orden alfabético, por períodos de seis meses”. El traspaso semestral se venía
dando de manera religiosa en los 25 años de vida del organismo, y de hecho
Venezuela ya la ejerció durante 2013.
Tal cortocircuito derivó en una parálisis
inédita del Mercosur en medio de un estruendoso tiroteo verbal. El gobierno
paraguayo aseguró que “no acepta la autoproclamación de Venezuela” y habla de
“una presidencia de facto”. Para José Serra, canciller brasileño, “la
presidencia se encuentra vacante”. Y, tras semanas de mutismo público, Mauricio
Macri blanqueó la postura argentina: "No estoy de acuerdo con que
Venezuela asuma la presidencia del Mercosur. No tiene derecho a ejercerla”.
Sólo el Ejecutivo uruguayo defendió –aunque con cierta tibieza- la base legal
del procedimiento.
La reacción venezolana fue
contundente. Su canciller, Delcy Rodríguez, denunció que “Macri pretende la
destrucción del Mercosur, atendiendo el libreto desde EEUU que lo lleva a
cometer errores históricos”. Y un auténtico Nicolás Maduro analizó sin
eufemismos: “Ahora nos persigue la triple alianza de torturadores de
Suramérica: la oligarquía paraguaya corrupta y narcotraficante, el demacrado
Macri de Argentina, fracasado, repudiado por su pueblo, y la dictadura impuesta
en Brasil. Triple alianza, aquí los vamos a enfrentar y a derrotar, a Venezuela
se respeta”.
No suena paradójico el nulo apego a
la legalidad practicado por esta “triple alianza” teniendo en cuenta los
prontuarios de sus protagonistas. Eladio Loizaga, canciller paraguayo y
principal vocero de la arremetida antibolivariana, fue funcionario de la
dictadura de Alfredo Stroessner en los años ´70 y activo miembro de la Liga
Mundial Anticomunista que colaboró con el Plan Cóndor. Qué decir de los
personeros del gobierno interino de Brasil, surgido de un golpe institucional y
salpicado por múltiples denuncias de corrupción. El derrotero de Macri también
es conocido; por si acaso, sus recientes declaraciones sobre la “guerra sucia”
y la cifra de desaparecidos en la dictadura confirman de qué lado de la
historia se para.
Pero, ¿cuáles son los objetivos
detrás de esta conspiración? Por un lado, lo más visible: desterrar a Venezuela
del Mercosur, sacarse de encima al socio incómodo, acorralar a la revolución
bolivariana como parte de una estrategia más amplia timoneada desde Washington
y propagada por las grandes usinas mediáticas. Una campaña que no cesa: el
jueves pasado, 13 gobiernos latinoamericanos, junto EEUU y Canadá, lanzaron un
comunicado para presionar los tiempos del referendo revocatorio contra Maduro.
Pero lo central pasa por dinamitar el
Mercosur. Paralizarlo para avanzar luego en su flexibilización y tener vía
libre para firmar acuerdos comerciales bilaterales sin necesidad de consenso en
el bloque. Abonar el terreno para el anunciado giro hacia la Alianza del
Pacífico, el Acuerdo Transpacífico (TPP) y la restauración del paradigma de
“libre comercio”. En síntesis, revivir el espíritu del ALCA.
Queda pendiente aún la autocrítica de
los gobiernos progresistas sobre los pasos que no se dieron en la etapa previa,
sobre todo desde la articulación económica (¿qué pasó con el Banco del Sur,
firmado en 2007, que nunca terminó de arrancar?). Lo cierto es que en este
nuevo tiempo en América Latina la correlación de fuerzas es bien distinta: los
proyectos que hegemonizan apuntan a desandar aquel proceso de integración de
los últimos 15 años y trasladar al escenario regional la impronta, las lógicas
y la concepción política que vienen imponiendo en sus países. Vienen a
reorientar el rumbo, porque su norte es el Norte.
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