Por Diego Olivera Evia:
Para evitar equívocos y mejor centrar la problemática
abordada, vale la pena aclarar y acotar conceptualmente lo que se entiende por
"poder", "dominio" y "hegemonía" a fin de
entender las luchas entre los dos bloques mencionados y analizar las
contradicciones inherentes a tal enfrentamiento para poder, entonces, señalar,
hipotéticamente, los posibles desenlaces de aquéllas.
Cuando se remita al "poder" en este trabajo, se estará destacando una acción netamente política, una relación o un conjunto de relaciones políticas que se despliegan, específicamente en este caso, entre Estados Unidos y el conjunto de los 27 Estados que conforman la UE (integrados por voluntad explícita de sus pueblos con el fin de recuperar su papel protagónico en el concierto mundial, posición perdida a partir de 1945 por sus afanes imperialistas y su excesivo patrioterismo).
El dominio y la hegemonía son, a su vez, atributos
inherentes a potencias que han buscado imponer sus propias reglas al juego
internacional, ya sea en lo económico, en lo político o en lo militar. En este
sentido, descuellan Estados Unidos y la Unión Soviética por ser las dos
superpotencias que dominaron el escenario internacional a partir de la segunda
posguerra, ora mediante la imposición de la fuerza y la violencia (dominio)
mediante la influencia de sus respectivas ideologías (hegemonía).
Para lograr tales imposiciones, las dos superpotencias
utilizaron estos recursos de diferentes maneras y niveles de acuerdo a sus
necesidades y circunstancias. Así, el convencimiento y la persuasión
intelectual y moral fueron ejercidos mediante la propaganda y el
adoctrinamiento ideológico intentando imponer su peculiar "visión del
mundo"4 e inculcando su cultura; cuando esto no fue suficiente, utilizaron
gradualmente el dominio directo, la violencia, valiéndose de la policía y el
ejército, especialmente para subordinar a los Estados nacionales.
Estas relaciones políticas asimétricas se fundamentaron en
su poderío económico y en sus fuerzas armadas. En efecto, ambas potencias,
antes de la Segunda Guerra Mundial, ya habían acumulado un enorme poder
económico gracias al desarrollo industrial y tecnológico que la primera y
segunda revoluciones industriales impulsaron. De allí que no fue nada difícil
mantener al mismo tiempo su desarrollo económico y su poderío militar en los
espacios directos de influencia y, de modo indirecto, en el ámbito mundial.
La hegemonía estadounidense que amenazaba con un mundo
unipolar una vez caído el Muro, ha tenido que ceder y compartir con la Unión
Europea buena parte de las decisiones que mueven la política y los mercados
internacionales. Es ya clara la necesidad de distribuir el poder y encarar,
como una mega unidad económico–política, los retos diversos que le aguardan a
la humanidad en este todavía muy joven siglo XXI.
La historia de las relaciones Estados Unidos–Europa muestra
que, a pesar de las dificultades, discordias y heridas entre ellos infligidas,
han podido salir avante y ponerse cada vez más de acuerdo en aquellos asuntos
que resultan torales para la buena marcha de la política internacional. Quizás
se podrá pecar de excesivo optimismo, pero no resulta tan descabellado poder
otear escenarios menos caóticos y peligrosos para la humanidad que aquellos que
se presentaron luego de la Segunda Guerra Mundial y del colapso de la Unión
Soviética. A pesar de requiebres tan dramáticos como las campañas bélicas en
Iraq y Afganistán, pueden encontrarse salidas lentas, pero mucho más seguras
para la solución de los conflictos internacionales.
Esto es justamente lo que los líderes de la UE han buscado y
buscan. Estados Unidos tendrá que recapacitar sobre sus reiterados errores y
optar por la mejor solución que deberá pasar necesariamente por la colaboración
con sus socios europeos en un mundo que, lejos de ser ejemplo de orden y
justicia, es inmisericordemente zaherido por la pobreza, la desigualdad social,
la explotación, el atraso tecnológico, el armamentismo, las amenazas nucleares,
la guerra y la impunidad criminal.
A ello habría que agregar la multiplicación de diversas
pandemias y problemas medio ambientales, como el calentamiento del planeta, a
la par de una larga cita de etcéteras. Por todo ello, las acciones conjuntas de
Estados Unidos y de la UE deben encaminarse para incidir en la mejor marcha del
planeta. Mientras más rápido esto se entienda y aplique, mejores posibilidades
habrá de rediseñar, con mucha más claridad y justicia, las reglas del
intrincado juego internacional.
La construcción de un mundo mejor puede dejar de ser mero
anhelo. Pero para ello, es urgente entender la conveniencia del diálogo, la
negociación y el acuerdo y repudiar la fuerza del músculo, el fusil y la
invasión. Discutir tal posibilidad sería ya un avance formidable.
Periodista, Historiador y Analista Internacional
diegojolivera@gmail.com
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