Por Homar Garcés:
En tiempos que parecen condenar a la diversidad a ser
reemplazada por la uniformidad del pensamiento y se pretende eliminar la
ambivalencia moral para imponer en su lugar un orden social disciplinado,
coherente, predecible y sin espacio alguno para la duda ni el caos, la
posibilidad que surja una subjetividad subversiva entre los individuos que
conforman la civilización actual es algo que los sectores dominantes temen y
buscan reducir antes que se extienda y termine por perjudicar su hegemonía.
El anhelo de seguridad que muchos expresan, incluso con bastante insistencia, irracionalidad y urgencia, propicia que esto ocurra, como ya se ha manifestado en Estados Unidos y diversos países de nuestra América con regímenes inclinados a poner en práctica postulados fascistas que harían retrogradar, hasta su mínima expresión, todos los derechos democráticos alcanzados en los últimos cien años de historia humana.
De forma paulatina comienzan a hacerse visibles las acciones
de un control corporativo global, especialmente a través del dominio de la
ciencia y de la tecnología, conformando, a su vez, una monopolización mediática
que censura todo contenido radical u opuesto a sus intereses y que tiende a
ubicarse por encima de cualquier soberanía. Su propósito principal es -en
palabras del profesor y periodista Enrique Contreras Ramírez en su libro El
Estado profundo- «borrar nuestras culturas, nuestra historia, posesionarse de
nuestros espacios geográficos que consideran importantes en sus estrategias de
desarrollo, forma parte de esa dominación, haciendo uso del discurso ideológico
para señalar, que todo esto es parte del progreso al servicio de las naciones».
Es, en resumen, la imposición de un nuevo sistema de
dominación en escala mundial que se manifiesta en lo técnico-científico, lo
cultural, lo ideológico, lo político, lo jurídico, lo militar y, sobre todo, en
lo económico, subyugando a todas aquellas naciones cuyo subsuelo es rico en
yacimientos estratégicos, además de una biodiversidad única, con lo cual se
persigue asegurar -sin amenazas a la vista- el modo de producción capitalista
globalizado.
Ya no es suficiente anticipar y denunciar esta posibilidad,
para algunos extravagantes y, por ende, irrealizable; siendo necesaria la
organización, la lucha y la comprensión simultánea de los pueblos para
impedirla. En un planeta cada día más sobreexplotado y contaminado, esto exige
que la humanidad tome conciencia plena e inmediata de lo que esto representa
para su futuro. Las redes de este suprapoder, representado por el imperialismo
(ahora imperio) gringo y sus aliados europeos e Israel, se han extendido a tal
grado por el mundo que es difícil ignorarlo; lo que se evidencia a través de la
manipulación económica y política de los Estados nacionales.
El sobregasto, el derroche y el desperdicio de recursos
materiales de distinta índole, estimulados durante más de treinta años por el
desmedido afán de ganancias del capitalismo neoliberal ha incidido,
paradójicamente, en un alto grado, en la percepción de la necesidad de generar
cambios radicales en el tipo de civilización vigente. La noción de equilibrio
general con que se quiso instaurar un nuevo orden mundial bajo la égida del
capitalismo neoliberal globalizado (con Estados Unidos a la cabeza) se ha roto,
gracias a la desigualdad abismal creada entre una minoría dueña de capitales
que superan los presupuestos de varias naciones y una mayoría empobrecida, con
grandes dificultades para sobrevivir dignamente; lo que impone la puesta en
práctica de unos nuevos paradigmas que les permita a todas las personas una
verdadera emancipación integral y el ejercicio de una verdadera democracia, más
directa y más efectiva que la existente hasta ahora.
mandingarebelde@gmail.com
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