Por Juan Pablo Cárdenas S.
Siempre hemos asociado al izquierdismo la aspiración de
justicia social, la defensa y promoción de los Derechos Humanos, como la
adecuada relación con el medio ambiente natural. En el pasado ser izquierdista
significaba compromiso con la igualdad de oportunidades entre hombres y
mujeres, así como por la equidad entre las distintas naciones. Por lo mismo es
que la lucha contra el apartheid fue una de las banderas de lucha más
importantes de los progresistas y revolucionarios, buscando la redención de
todas las minorías étnicas no reconocidas o reprimidas por los estados.
El izquierdismo declaraba, consecuentemente, su internacionalismo, de tal modo que las protestas contra la guerra de Vietnam y el apoyo a los movimientos independentistas se expresaba universal y activamente por generaciones. Desde que teníamos uso de razón, salíamos a las calles a protestar y demandar las más distintas y distantes causas, aún cuando no las entendiéramos cabalmente.
Todo el movimiento izquierdista internacional tuvo siempre muchos
referentes intelectuales y políticos. Franceses, por ejemplo, que prescribían
con arrogancia lo que debíamos hacer en América Latina, además de tantos
ideólogos que fueron elevados a los altares de la gloria por los partidos y
movimientos sociales comprometidos con el cambio, el anticapitalismo y la
promoción de la democracia. Aunque respecto de este último término siempre se
manifestaron diferencias en la política, las que incluso hasta hoy prevalecen.
El firmamento progresista se pobló también de todo tipo se
escritores y artistas que pusieron su talento al servicio de las ideas
libertarias. En Chile y otros países, los jóvenes empezaron a perder interés
por la música y la canción tradicional, interesándose mucho más en los
múltiples creadores e intérpretes de la “nueva ola”, mientras que muchos de los
anteriores fueran francamente estigmatizados. En este sentido se hizo
vanguardista hasta la forma de vestir y peinarse, lo que ha quedado tan
certeramente plasmado en el cine, la literatura y otras creaciones culturales y
artísticas de franco contenido ideológico.
Se nos hace ineludible reconocer que Chile es uno de los países más racistas del mundo, aunque este calificativo se disfrace con la falsa idea de que somos en realidad solo “clasistas”. Aquí la gente se distingue demasiado por la forma de hablar y hasta de caminar.
Sin perjuicio de que la educación pagada o de elite a lo que
más contribuyó fue a marcar agudas diferencias en la población, además de las
que nos impone la pertenencia a los distintos niveles socioeconómicos, los
apellidos que portamos o el lugar donde nacimos o vinieron nuestros
antepasados.
En un momento, la propia Iglesia Católica se abrió a
reconocer estas poco cristianas asimetrías, impulsando reformas educacionales
en sus establecimientos escolares y universitarios. Pero a la postre la acción
de sacerdotes y fieles vanguardistas muy poco consiguió efectivamente. Se puede
decir que todavía existen odiosas distancias entre nosotros y hasta en la
confrontación del Coronavirus se ha podido comprobar que han sido de nuevo los
pobres los más afectados por este virus tan letal si se considera el número y
condición de los fallecidos y hospitalizados oficialmente.
La era del izquierdismo
Se dice que el tiempo que siguió a la última guerra mundial
es uno de los más brillantes de la historia cuando emergieron líderes mundiales
de la talla del Mahatma Gandi y Jawaharlal Nehru en la India; o Martin Luther
King, Fidel Castro y el mítico Che Guevara en el continente americano. Tanto
así que el rostro de este último todavía se reproduce profusamente hasta en las
poleras o playeras que llevan miles y miles de jóvenes que jamás lo conocieron
o apenas recibieron algunas vagas referencias de sus padres. Siempre relato
que, en el segundo año de Periodismo de la Universidad de Chile, a propósito de
la vestimenta de uno de mis alumnos, le pregunté a todo el curso quién era para
ellos el “Che”, cuya imagen todavía se enarbolaba en las movilizaciones
estudiantiles. Pero la reacción fue realmente decepcionante como que ninguno
supo qué responderme, salvo uno que me anotó: “mire profesor, lo único que yo
sé es que se trata de un guerrillero, pero no me pregunte por favor de donde…”
Ser de izquierda llegó a constituirse en una verdadera moda,
lo que rápidamente atentó contra la solvencia ideológica y ética de sus
militantes y simpatizantes. Siempre recordaré aquel magistral discurso de
Salvador Allende en la Universidad de Guadalajara en México cuando le señaló a
los jóvenes que lo escuchaban con fervor que la principal responsabilidad que
debían asumir los estudiantes revolucionarios era la de aprender mucho,
formarse y capacitarse ejemplarmente, reconociendo el privilegio que habían
tenido de ingresar a la universidad. Cuando a lo sumo el uno o dos por ciento
de ellos provenía del mundo obrero, como efectivamente sucedía entonces en toda
nuestra Región.
El auge del izquierdismo prácticamente logró acorralar a los
derechistas, los que debieron discurrir variados eufemismos para identificarse.
Porque defender el orden constituido y oponerse a la Reforma Agraria, las
nacionalizaciones y otros fenómenos constituía una verdadera vergüenza. Sobre
todo, entre los jóvenes. No podemos olvidar que nuestro Congreso Nacional
aprobó por unanimidad la expropiación de la gran minería del Cobre en Chile,
día en que los sectores reaccionarios empezaron a conspirar y promover el
cruento golpe de estado pinochetista de 1973, renunciando a la competencia
ideológica y electoral.
Claro: Allende se convertía en el primer líder marxista del
mundo que llegaba a la Presidencia de la República mediante una contienda
democrática y después de varios intentos fallidos. Esto hizo tañer con furia
las alarmas en Estados Unidos y en todas las naciones tensionadas por la
llamada “Guerra Fría”. Esto es un fenómeno silencioso y sinuoso en que las
potencias se esforzaron por consolidar sus zonas de influencia en el mapamundi,
evitando la confrontación abierta entre las grandes potencias. Simplemente
porque se temía que de una tercera conflagración mundial todo el orbe podría
verse reducido a escombros, como los que dejaron las terroríficas bombas
lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki.
Hasta los pontífices romanos abrieron las ventanas de El
Vaticano para que “entrara el aire nuevo”. En pocos años se derogaron muchas
proscripciones y rápidamente se reconocieron como santos a religiosos como
Alberto Hurtado, por su compromiso con los pobres y la niñez desvalida.
Particularmente notable fue la renovación de la Conferencia Episcopal chilena y
su consolidación como un importante bastión en la lucha contra la dictadura de
Pinochet. Al mismo tiempo, destacados obispos latinoamericanos como Helder
Camera, Oscar Romero y tantos otros les dieron la bienvenida a la Teología de
la Liberación como a sus lúcidos teólogos y activistas. Toda una filosofía que
en muchos sentidos se puso a la vanguardia de las propias ideas marxistas
leninistas y, desde luego, superara con creces el ideario de la
socialdemocracia europea. Muchos cristianos ingresaron con bríos y masivamente
a las huestes izquierdistas especialmente en América Latina, con lo que se
abolieron excomuniones y otras estigmatizaciones que afectaban a los referentes
socialistas o comunistas. Aviniéndose unos y otros como humanistas y
reconociéndose como “compañeros de ruta”.
En algunas décadas de lucha y sacrificio, la acción del
izquierdismo logró derrumbar el régimen segregacionista de Sudáfrica y dar
sólidos pasos para el reconocimiento de los derechos de los afroamericanos en
los Estados Unidos. Así como se consumó la victoria de los vietnamitas como la
independencia de Argelia y otras naciones africanas y asiáticas. Gracias a lo
cual un luchador de la talla de Nelson Mandela, después de 27 años de
cautiverio e irrevocable voluntad y consecuencia, se erigió en el principal
líder moral de la Humanidad, junto a otros héroes y mártires que serán largo
tiempo reconocidos por la historia.
Pero el poder del imperialismo, mediante golpes de estado e
invasiones criminales, logró la consolidación del sistema neoliberal, es decir
la versión más salvaje del capitalismo. Se trató de una nueva restauración al
modo de lo que había acontecido en el viejo continente después de la Revolución
Francesa. Prácticamente todo el cono sur de nuestra América cedió a las
presiones de la Casa Blanca y el Pentágono materializadas, también, en el
asesinato de innumerables luchadores políticos y sociales.
A lo anterior se suma posteriormente la traición de muchos
partidos y dirigentes de izquierda devenidos en sociales demócratas,
renunciando a la lucha conformacional y entrando rápidamente en connivencia con
aquellos políticos y empresarios que arribaron a los gobiernos después de la
caída de los Pinochet, Videla, Strossner y varios dictadores en Brasil,
Argentina, Chile, Paraguay y otras naciones. Tiranos que terminaron por
fastidiar a la propia Casa Blanca y al Departamento de Estado Norteamericano,
obligándose Estados Unidos a arbitrar una salida política negociada con los
propios militares golpistas, políticos de viejo cuño y, por supuesto, los
poderosos grupos empresariales consolidados durante la larga y tenebrosa noche
de interdicción ciudadana.
Al respecto, cómo olvidarse de la confesión que nos hizo el
embajador de Estados Unidos a un grupo de periodistas que lo escuchábamos
atentamente después de una multitudinaria y radical protesta social en
Santiago: “mi gobierno, dijo, no va a permitir que de toda esta convulsión
social surja otra Cuba en América Latina, por lo que ahora mi país va a
trabajar por la apertura y una transición pacífica hacia la democracia”.
Y así fue como empezaron a desfilar por Washington
dirigentes políticos del exilio latinoamericano para hacerlos partícipes de
seminarios y atractivos encuentros de alto nivel, en que se dieron cita
analistas, empresarios, académicos, cuanto políticos republicanos y demócratas
de aires progresistas. Sin duda que, en la promesa de ser apoyados ahora para
retornar y establecerse en sus países, financiar nuevos referentes políticos e
intelectuales, bajo la condición de que se negaran a asociarse con los partidos
comunistas y aquellos sectores que trabajaban por el derrocamiento de sus
dictaduras mediante el fabuloso instrumento de las jornadas de movilización
social y la lucha armada. Un creciente proceso de Insurgencia que tenía exasperada,
ya, a la dictadura chilena, a la Dina, la CNI y a los propios empresarios
temerosos de que la salida política acabara con sus apropiaciones ilícitas y
consabidos privilegios.
A los periodistas que trabajábamos en las revistas
disidentes como Análisis y APSI se nos ofreció dotarnos de un millón de dólares
por cada medio como contribución a nuestras respectivas tareas, bajo la única
condición de que cesaran de escribir y ser entrevistados en nuestras páginas
los dirigentes de Movimiento Democrático Popular (MDP), el principal referente
unitario de izquierda. Según el representante norteamericano en Chile, los
fondos saldrían de todo lo acopiado por la Enmienda de Edward Kennedy, cuando
Estados Unidos se dispuso a cortar el flujo económico hacia La Moneda y la Casa
Rosada destinada a adquirir o renovar armamento.
Confiados en la promesa estadounidense de tomar distancia
respecto de nuestros dictadores es que muchos de los más jacobinos dirigentes
del pasado desahuciaron sus convicciones vanguardistas y diversos partidos y
movimientos decidieron conformar la llamada Alianza Democrática, la que abjuró
de cualquier esfuerzo común con el propio MDP y muchas organizaciones
sindicales, de Derechos Humanos y de la sociedad civil que después de muchos
esfuerzos estaban acordando la unidad para enfrentar a la Dictadura.
Con recursos de varias fundaciones europeas y dineros
triangulados desde Estados Unidos se financio el proceso de la Renovación
Socialista, se estimuló el insólito oportunismo político del radical partido
Mapu y hasta de otros referentes como el MIR boliviano liderado por un
abominable personaje como Jaime Paz Zamora, que terminó cogobernando con el
dictador que lo había torturado y desfigurado el rostro. Y a todo esto
siguieron otras increíbles deserciones y espurias alianzas que llevaron al
poder a los otrora golpistas demócratas cristianos como Patricio Aylwin. Qué
públicamente defendió ante el mundo la legitimidad del alzamiento militar
chileno.
Un viraje que siguió con la encarnizada disputa de poder
ofrecidos por aquellas alianzas gubernamentales como la Concertación y la Nueva
Mayoría durante los treinta años que siguieron a la salida del Dictador.
Período en que se mantuvo y se mantiene la vigencia de la Constitución de 1980,
así como el modelo económico y social heredado de la Dictadura.
Michelle Bachelet, la última Jefa de Estado, tuvo el acierto político electoral de sumar a su gobierno al propio y esmirriado Partido Comunista que por tanto tiempo fuera resistido por los sucesores de Pinochet, como por los que vigilaban nuestro proceso desde el exterior y las plataformas de los distintos poderes fácticos del país, en particular las organizaciones patronales.
Pero esta argucia de la Mandataria no impidió que después
tuviera que devolverle el mando a un Sebastián Piñera, un brioso y ambicioso
pinochetista además de inescrupuloso multimillonario que hasta concurrió a
Londres para solidarizarse con el ex dictador y abogar por su retorno a la
impunidad y una muerte placida como la que finalmente tuvo. Si no fuera porque,
al momento de sus exequias, un nieto del asesinado Carlos Prat le lanzara un
escupitajo a su féretro a vista y estupor de todos los aduladores que le
estaban rindiendo postrer homenaje en la Escuela Militar.
Historia conocida es lo que ha ocurrido en estos últimos
años en que el principal empeño de muchos izquierdistas ha sido la pugna por
obtener un ministerio, un curul parlamentario, una embajada u otro cargo dentro
de la prolífica nómina de altos funcionarios públicos y asesores muy bien
remunerados. Tiempo que se plasma tan bien en las secciones de Vida Social de
estos periódicos, en los directorios de los Bancos y empresas privadas, donde
los ex pinochetistas, ex allendistas y hasta unos cuantos ex guerrilleros se
solazan con el poder y el enriquecimiento descarado. La historiadora chilena
Mónica Echeverría nos dejó un magnífico libro en que nombra y describe la
deserción o traición de los más importantes líderes de la izquierda, de los
fueron tan vociferantes, por cierto, durante las décadas de los 70 y 80.
Recién ahora Chile, Argentina, Perú, Brasil y otras naciones
ventilan procesos judiciales que debieran terminar con la condena de ex
mandatarios, parlamentarios, gobernadores y otros “servidores públicos”
seducidos por las poderosas empresas nacionales y transnacionales. Entidades
que han reconocido haber financiado sus gastos electorales, comprar la
conciencia de legisladores, obtener concesiones públicas y garantizarse que,
desde el poder, nadie se atreva a arremeter contra sus inversiones y pingües
negocios.
Desgraciadamente, ni la flagrante corrupción de algunos líderes ha impedido que salgan en defensa de estos partidos y voceros de la izquierda latinoamericana y chilena, endilgándole a la derecha y al imperialismo los pecados cometidos por estos nuevos corruptos. Depositando tal vez su esperanza en que los acaudalados bolsillos de los defraudadores del fisco y sobornados los haga aferrarse al poder, evadir la acción de los tribunales o retornar a la política después del fracaso de la derecha y de todos los golpistas tan auto asumidos como demócratas y fervientes defensores de lo que señalan “estado de derecho”.
De esta manera es que los históricos partidos de izquierda
del Continente han derivado en meros aparatajes electorales sin rumbo
ideológico que no sea abogar a lo sumo porque el sistema se comporte de manera
más humanitaria. “Economía social de mercado” es el eufemismo que se usa para
sumar votantes incautos y ofrecerse como alternativa a la actitud de un pueblo
cada vez más consciente y radicalizado, con más ira y convencido de que es el
conjunto de la clase política coludida la que desbarató las promesas
democráticas y la justicia social tan largamente demandadas. Corrupción moral e
ideológica que ha llevado a nuestros países al dantesco espectáculo de la
inequidad, el creciente poder del narcotráfico, la desesperanza de los
jubilados y los trabajadores cuyos ingresos se ven cada día más menguados en su
poder adquisitivo. Especialmente con la crisis sanitaria y el coronavirus.
Vivimos tiempos en que la riqueza se ha hecho extrema y la
pobreza asume el rostro de la miseria y exclusión. Realidad que ya muy
condenada por los líderes religiosos y morales que han vuelto una y otra vez a
señalarle a los ricos que viven en pecado grave, divorciados completamente de
la fe que muchos dicen profesar. Aunque haya de nuevo tantos pastores
latinoamericanos que parecen estar dormidos, pese a que la violencia ha llegado
en las manifestaciones populares hasta atacar e incendiar los propios templos
que alguna vez sirvieron de refugio de los oprimidos y perseguidos. Seguramente
que los abusos sexuales y otros vicios en que han incurrido pastores y clérigos
tienen a las Iglesias tan inhibidas ante los problemas de sus respectivos
feligreses.
Con el pueblo de pie
Consecuencia de la inmensa decepción ciudadana es el
resultado del reciente plebiscito chileno en que un 80 por ciento de los
ciudadanos optó por una Convención Constituyente sin representantes del
Ejecutivo y Legislativo. En que solo los elegidos directamente por el pueblo, y
en una elección ad hoc, tengan la misión de redactar la nueva Carta Magna. Sin
embargo, pese a esta drástica sentencia popular en contra del conjunto la clase
política, los arreglos espurios convenidos por los partidos de la derecha y la
llamada centro izquierda (salvo honrosas excepciones) lograron ponerle trampas
a la postulación electoral de muchos independientes o no militantes en favor de
los nominados a dedo por las colectividades políticas.
Con lo anterior se persigue evitar que se alcancen los dos
tercios en el número de los convencionales pro reformas que se requieren para
aprobar cada norma de la nueva Carta Magna. A ello se suma que el oficialismo
sí fue capaz de conformar una sola lista de candidatos, lo que evidentemente le
da mejores opciones a la derecha. Mientras los opositores se diluyen en un
sinnúmero, confuso y hasta intraducible número de referentes y siglas.
Ante estas maniobras anticipadas y denunciadas, hay quienes
prometen “rodear” a quienes resulten elegidos como constituyentes, de manera de
forzarlos a darle curso a las demandas de la población, consiguiendo que
nuestra próxima Carta Fundamental facilite la aprobación de las reformas
políticas y sociales, además de profundizar la democracia chilena. Se busca con
esta advertencia que no se malogre una salida electoral que logró tanto
aquietar los ánimos, pero que ya se descubre tramposa y con el riesgo de que,
en lo fundamental, la Constitución de Pinochet siga proyectándose en el tiempo.
Ya hay quienes vienen rumiando su frustración y sabemos que
habrá muchos que después de la elección de la Constituyente van a descubrir que
nuevamente fueron engañados y, en conformidad con los pactos multipartidistas,
van a quedar excluidos de la nómina oficial de escogidos para diseñar nuestro
futuro institucional. Por la falta de unidad y debilidad en las convicciones
tememos que, en general, sea la misma casta política la que imponga las
decisiones y la izquierda incauta o corrupta se transforme en el vagón de cola
de una derecha que estaba en el suelo a causa del desastroso desempeño de
Piñera. Pero que, sin embargo, en la hora precisa fue capaz de unirse por completo
para competir y asegurarse ese tercio necesario que la clase política convino
para que poco o nada cambie efectivamente en materia institucional.
Pensamos que la pandemia y los confinamientos obligados han contribuido enormemente a que los sectores izquierdistas de encuentren algo rezagados y muy delimitados por las redes sociales.
Esperamos, sin embargo, que esto sea temporal y, a la luz de los nuevos procesos electorales, retorne el fervor de las grandes movilizaciones, cuando ya ha quedado de manifiesto que para las Fuerzas Armadas y policiales la acción del pueblo unido se ha tornado muy contundente y difícil de aplacar sin llegar a la represión extrema o genocida.
La última incursión
de los efectivos fuertemente armados de la Policía Civil (PDI) en la Araucanía
dejó en evidencia su estrepitoso ridículo. Tanto así que, para vergüenza del
mandamás director de la PDI, los familiares del policía ultimado supuestamente
por terroristas mapuches, terminaron visitando a los loncos de esta etnia y
condoliéndose con el padre y la familia del mártir Camilo Catrillanca,
asesinado hacía un año por carabineros en esta misma zona.
Con franqueza, lo que más duele en el debilitado trayecto
ideológico de la izquierda es la pérdida de su perfil ideológico y
revolucionario, como si los objetivos históricos de sus luchas estuvieran ya
consumados. Aunque debemos reconocer como algo muy positivo la fuerza que ha
concitado en todos los vanguardistas los temas de la eco política, tales como
el cuidado del medio ambiente, los peligros del calentamiento global y otros
que no alcanzaron a ser visualizados por los ideólogos del siglo XlX hasta
mediados del XX.
Pero las fuerzas políticas de izquierda quedaron muy
rezagadas respecto de la conciencia que adoptaron las organizaciones sociales,
los movimientos estudiantiles, los grupos feministas y tantas otras instancias
de la sociedad civil. Convicciones que dieron origen a contundentes protestas
mientras los partidos inspirados en Marx y Lenin o en el socialcristianismo,
por ejemplo, se hacían presos de las ambiciones de poder, la parafernalia
electoral y su distanciamiento progresivo de las aspiraciones populares por
trabajo, pan, justicia y libertad.
Hasta las demandas por una educación igualitaria, un sistema
de salud al alcance de todos y una democracia más participativa terminaron en
muchos casos por aceptar un sistema de pensiones intrínsecamente inmoral, por
convivir con las universidades elitistas empeñadas en el lucro y tolerar un
conjunto de instituciones privadas de salud que se comen los recursos fiscales
y profitan de las cotizaciones obligadas de los trabajadores.
Asimismo, qué duda cabe que gobiernos que se decían de
centro izquierda terminaron por otorgar a inversionistas privados y extranjeros
las concesiones viales, las grandes obras de infraestructura, así como bancos y
otras instituciones financieras, algunas de las cuales han reconocido que en
Chile es donde obtienen su más alta rentabilidad. Los gobiernos que siguieron a
Pinochet completaron la tarea de privatizar y extranjerizar empresas y
servicios que ni los propios militares se atrevieron a concesionar.
Es paradójico que la Dictadura haya dispuesto que la
educación superior no debiera lucrar y curiosamente haya ocurrido durante los
gobiernos de la Concertación donde más se transaron universidades en el mercado
o se implementaron iniciativas que impusieran carísimas colegiaturas para todos
los que quisieran ingresar a ellas. Sin considerar siquiera que los egresados
de la enseñanza media tuvieran las mínimas aptitudes para emprender una
formación profesional. Tal es así que la vieja aspiración de la “universidad
para todos” que tanto irritaba en el pasado a los sectores retardatarios del
país pasara a convertirse en el cometido principal de los gestores
educacionales privados.
Vergonzoso asoma en este sentido la iniciativa del gobierno
de Ricardo Lagos de ofrecerle a los estudiantes un crédito bancario con el aval
del Estado, lo cual permitió el masivo ingreso a las aulas universitarias de
jóvenes que quedaron fuertemente endeudados, mientras los centros de enseñanza
recibían ingentes recursos y se debilitara al extremo la demanda por una
educación pública de calidad. Llama la atención el tardío mea culpa hecho
recién por un ex ministro de esa administración que, por supuesto ahora busca
competir en las próximas presidenciales.
Chile ya está comprobando los efectos de una formación que
se hizo cada vez más mediocre y que es responsable que varias generaciones de
titulados universitarios carezcan de la solvencia ética para desempeñarse en un
país en que a los niños y jóvenes se les enseña tempranamente que el gran
cometido de la vida es competir unos con otros, consumir hasta el hartazgo y
desinteresarse por la suerte de los demás. Lo que está en la esencia de los
disvalores ultra capitalistas, como en la posición de quienes se proclaman en
la política como “liberales”, algo tan vacío y fatuo, pero que le sirve mucho a
quienes así se definen así para ser fácilmente aceptados y valorados por todos
los actores del poder. Ya sean de derecha o izquierda.
Cuando la pandemia ha desnudado en nuestros países que
todavía existen millones de seres humanos que padecen hambre, desempleo crónico
y son tan discriminados, duele comprobar una conformidad tan generalizada en la
política por un sistema que hace cada día más ricos a los ricos, mientras los
pobres van quedando tan rezagados en sus derechos esenciales. Esto es,
postergando su sueño de la casa propia, un salario justo o una pensión digna
para los que llegan a la Tercera Edad y son prácticamente obligados a jubilarse
o seguir trabajando en lo que sea para subsistir.
Pero para el tema que nos ocupa en este artículo nos extraña
que la principal ocupación de muchos sectores vanguardistas sea promover el
derecho al aborto libre y, ahora último, la eutanasia, con su eufemismo de la
“muerte asistida”. Tenemos el más alto respeto por quienes han logrado tantos
avances en los derechos de la mujer, la paridad de género en los gobiernos y
procesos electorales, como en favor de sus fueros laborales y maternales.
Además de exigir que se castiguen debidamente el femicidio y la discriminación
salarial. Celebramos también con ello que tantos varones se hayan sumado como
aliados de sus demandas y todos estemos abandonando nuestras tradiciones y
prácticas machistas.
Nos preocupa que, en las manifestaciones públicas de
Argentina, Chile y otros países predominen las consignas pro aborto ante tantas
otras vindicaciones, cuando debiera estar en la esencia del progresismo
promover, más bien, en la paternidad y maternidad responsable, el deber de los
estados de garantizar el desarrollo de toda vida humana, proteger la existencia
de los que deben seguir naciendo y puedan convertirse en seres humanos sujetos
de todos sus derechos esenciales. Más que idealizar la interrupción del
embarazo, creo que sería preferirse luchar para que no haya madre que se
obligue a perder un niño o niña y los hombres estén obligados a cumplir con las
obligaciones que surgen de la procreación.
Nos parece repugnante que China haya ejecutado por tanto
tiempo la ejecución de las niñas recién nacidas y de los varones que mostraban
síntomas de discapacidad. Es el colmo que tantos países y entidades
internacionales y hasta sanitarias hayan sido cómplices de esta monstruosidad
como “solución” para frenar el crecimiento demográfico y lograr el desarrollo
de mano de obra “más útil para los objetivos del desarrollo” del cual hoy se
ufana la nueva superpotencia.
Qué difícil concebir una iniciativa más machista y criminal
como ésta desde los tiempos de Herodes y que hoy tiene como resultado que el
Asia existan tantos millones de trabajadores prácticamente cautivos y
automatizados por el trabajo incesante y explotado. Pero a China y otras
naciones los neoliberales e izquierdistas evitan criticar en mérito de los
negocios con este país o que todavía se les considera socialistas o comunistas.
Así como también se omiten de condenarlas los gobiernos de sus naciones y los
altos comisionados de las Naciones Unidas que debieran velar por los Derechos
Humanos en todo el mundo.
En el sueño o la utopía socialista debiera prevalecer la
idea de un mundo mejor en que todos tengan posibilidades de nacer, educarse,
trabajar y acceder a los bienes necesarios para nuestra subsistencia digna y
felicidad. Los adelantos de la ciencia y la tecnología nos indican que nadie
sobra en el mundo y que la agricultura y la industria pueden perfectamente
dotarnos a todos y a muchos más de lo necesario para vivir, multiplicarnos y
vivir en paz sobre la Tierra. Si entendemos que hay que ponerle atajo al
consumismo, a la sobre explotación de nuestros recursos naturales y eliminar
los ingentes recursos dilapidados por la carrera armamentista. Prohibir, sin
duda, la riqueza extrema de la que se jactan y presumen hasta quienes nos
gobiernan. Algo tan bien representado en las listas de Forbes, el escandaloso
peculio de un Donald Trump o la codicia de un Sebastián Piñera.
Vaya que nos resulta lamentable que tantos líderes políticos
y sociales permitan el acceso al poder de tantos delincuentes como éstos y,
desde luego, tan criminales como los más poderosos narcotraficantes. Por
cierto, que mucho más perniciosos para el mundo que esos cientos de miles de seres
que violan las leyes de migración y disposiciones del mundo “civilizado”, a
quienes se les oponen los muros y leyes a su imperiosa necesidad de buscar
trabajo, alimentar y educar a sus familias.
Es necesario que
quienes se dicen progresistas acepten sin evasiones y justificativos hipócritas
la legitimidad de la insurgencia y la desobediencia civil. Se avengan con la
palabra “revolución” y asuman la necesidad de unirse y rebelarse contra “el
orden establecido”. En estos días, el mejor izquierdismo debiera expresarse,
por ejemplo, en asistir a los que desfilan y desfallecen en el camino hacia una
nueva patria y un mejor destino. Antes que las potencias mundiales discurran
esterilizarlos o eliminarlos.
Más allá de la solidaridad que se merecen las naciones
acosadas por el imperialismo, el bloqueo económico y otras prácticas
deleznables, el izquierdismo debe velar por la integridad de los regímenes
realmente vanguardistas y atreverse a condenar los evidentes rasgos de
corrupción que manifiestan líderes y gobernantes de izquierda encaprichados por
prolongarse en el poder. Objetivo por el cual es tan fácil corromperse.
Renovar las ideologías no debe ser sinónimo de abandonar los
principios permanentes, el humanismo y la lucha política y social. Cuando la
justicia es todavía tan incierta en todo el mundo. Y en tantos casos estén
creciendo las brechas de la desigualdad.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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