Por Rafael Hidalgo Fernández*:
Los estereotipos simplistas, en política como en la vida,
solo sirven para hacernos perder de vista los aspectos esenciales de las
realidades que nos rodean. No permiten, por ejemplo, captar las esencias no
perceptibles en la actuación de las personas, las clases y los grupos sociales
que convergen, o con frecuencia chocan, en virtud de sus heterogéneos y/o
antagónicos intereses.
Aunque pueda parecer una verdad de Perogrullo, es pertinente y útil subrayar que la decencia también fructifica entre quienes consideran que existen otros caminos de convivencia humana, diferentes a los proclamados y practicados, históricamente, por los patriotas y los revolucionarios cubanos. Hoy, el socialismo, ése que está marcado por una identidad ético-humanista que se distingue a mil leguas de distancia.
Ello explica la sabiduría de la que hicieron gala José Martí
y Fidel Castro para lograr sus respectivos aportes políticos a la construcción
de la unidad posible: demostraron que es factible sumar voluntades dispares
para un proyecto de emancipación política y social, si ello se hace mediante el
apelo a normas morales y principios éticos compartidos.
El primero, sumando a héroes de mil batallas a fuerza de
honestidad, capacidad de escuchar y pasión por la libertad de Cuba (entre otros
muchos valores positivos), para organizar la “guerra necesaria” a partir de un
partido de incuestionable raíz unitaria y democrática.
Y el segundo, sin perder una sola de las enseñanzas del
autor intelectual del asalto al Cuartel Moncada, demuestra cómo es factible
integrar flexibilidad política, al nivel táctico, con el apego intransigente a
los principios y los valores morales en el plano estratégico, justo en los
tiempos que corren, donde la verdad y la decencia figuran entre las primeras
víctimas de las políticas hegemónicas del gran capital. Tema para otros
análisis.
Solo quienes actúan desde la soberbia y la mediocridad
combinadas, suelen auto-adjudicarse el dominio omnímodo de la verdad: no podría
haber un rasgo más lejano al modo de pensar y actuar de los verdaderos
revolucionarios, en este caso de los cubanos.
¿Cuál es el sentido de lo expresado hasta aquí?
Primero: llamar la atención de quienes no conocen la
verdadera historia de la Revolución cubana, por la razón que sea, o que la
conocen desde los enfoques de sus enemigos. A ellos los invito a encontrar
respuesta a esta otra pregunta: ¿Quiénes han sido en estos 62 años los más
seguros aliados de las élites de poder estadounidenses, las que siguen buscando
una Cuba arrodillada , y no una más democrática? ¿Acaso personas decentes y
patriotas, que por prejuicios temían al “fantasma del comunismo”?
Los hechos hablan por sí mismos: el liderazgo
contrarrevolucionario siempre estuvo hegemonizado por lo más corrupto y vil que
nació en Cuba: los asesinos batistianos pioneros en las más atroces torturas;
los empresarios inescrupulosos que lucraron a costa del pueblo que hizo la
Revolución; los sectores marginales que aceptaban, por dinero u otras prebendas
asesinar a un canciller como el chileno (Letelier); colocar una bomba en una
aeronave civil (el avión de Barbados); quemar un círculo infantil con niños
dentro (Le Van Tan), o asesinar de modo cruel a un maestro adolescente (Manuel
Ascunce). Miles de ejemplos se podrían mencionar.
Hoy, pasado el tiempo, se podría lanzar al aire esta
hipótesis: en Cuba, desde los años 60 a la fecha, no ha surgido una oposición
contrarrevolucionaria con densidad de masas, simple y llanamente porque no ha
habido sector social de cuyo seno hayan emergido figuras decentes reconocidas
por el pueblo, ni mucho menos figuras y proyectos con propuestas mejores que
las proclamadas (y sobre todo practicadas) por la Revolución y su honesta
máxima dirección político-estatal.
Esta circunstancia explica por qué, una y otra vez, con éste
o aquél rostro, la CIA, el Departamento de Estado y todo el sistema de
instituciones que integra la comunidad de inteligencia de los EE.UU., se han
visto en la necesidad de fabricar oponentes apelando a los descontentos con
egos hipertrofiados; a marginales, aquí con frecuencia llamados “escorias”,
así, de forma tan dura como lamentablemente objetiva; a personas para las cuales
el único valor significativo es el “dichoso” dinero; y a no pocos aspirantes a
que Cuba vuelva a la década de los 50, sobre la cual se tejen no pocos mitos.
El espectáculo anticubano más reciente, el ocurrido en el
barrio habanero de San Isidro, cuya noble población ha pasado a la ofensiva
para reivindicar toda la decencia que en él predomina, no escapa a la regla
expuesta.
Se equivocaron los enemigos de la Revolución: en su prisa
por crear un espectáculo contrarrevolucionario que satisfaga el ego del
narcisista e imprevisible empresario-presidente de los EE.UU., una vez más
recurrieron a un núcleo de jóvenes cuyas maneras de actuar, razonar y hablar,
tornan innecesario cualquier calificativo para identificar el perfil moral y
ético que poseen.
Envalentonados por el apoyo internacional que creen tener
(no saben que es solo un apoyo mediático-digital limitado, aunque parezca más),
se han auto-presentado a nuestra sociedad y al mundo en toda su desnudez moral.
Los culpables del fracaso que tendrán, serán ellos mismos y los “estrategas”
que les pagan.
Lo sucedido, de paso, pone en claro la fragilidad política y
social del plan contrarrevolucionario, a la vez que enardece el patriotismo de
este pueblo que en estos años sí aprendió, y muy bien, a interpretar y captar
los matices presentes en el comportamiento de quienes tiene delante. Por tanto,
tampoco hay que exagerar el real simbolismo político de los hechos que nos
ocupan.
Esta constatable realidad ayuda a explicar la cautela que
están teniendo los medios de comunicación más serios de occidente, así como
ciertos políticos que desearían la derrota de la Revolución cubana. Estos
sectores saben que es norma de ella, cuando dice algo en público, dejar en
reserva informaciones de fondo para mostrarlas en el momento oportuno. Quizás
sea el caso.
Segundo: reafirmar apoyo irrestricto al modo sereno,
pedagógico y firme con que la dirección del país está conduciendo esta nueva
batalla, todo ello desde una premisa que Fidel siempre puso en primer lugar: el
protagonismo insustituible del pueblo patriota y revolucionario en la lucha
contra los enemigos de la Revolución.
Tercero: refutar el criterio que malosamente ha hecho
circular la contrarrevolución implicada en este intento de “golpe blando”, en
el sentido de que en Cuba existe una situación próxima a un estallido social,
fruto de reales problemas objetivos y subjetivos que de forma diáfana la máxima
dirección del Partido y el Gobierno exponen todos los días al pueblo, en cuanto
primer garante de la Revolución.
Lo que habrá, si siguen provocando los mercenarios y sus
patrocinadores, será un estallido de acciones a favor de la Revolución,
escenificado por el pueblo revolucionario y las instituciones que él avala como
legítimas. No será la primera vez que esto suceda.
Cuarto: compartir la convicción de que lo que está
sucediendo, es una oportunidad política para los sectores jóvenes y patriotas
de nuestro pueblo, que no han vivido el látigo de la contrarrevolución, por
esta razón: les enseña que para los nuevos mercenarios la única opción válida
es que la “verdad” de ellos prevalezca y que las ideas anexionistas se
impongan. Basta verlos vestir prendas con la bandera de los EE.UU., o declarar
que Trump es su presidente. Así, desde
una ignorante prepotencia, pretenden colocar en posición defensiva a nuestras
instituciones. Nacieron en Cuba, pero no la conocen.
Quinto: reconocer la oportuna advertencia de presidente
Díaz-Canel, en el sentido de que esta es la primera escaramuza de una guerra
que apenas está empezando. No olvidemos que para las élites de poder de los
EE.UU. constituye un objetivo geoestratégico, que se ha transformado en
existencial, derrotar desde la raíz el socialismo en su frontera sur, justo
donde está nuestro rebelde Caimán verde olivo. Preparémonos para una lucha
larga, para nuevas batallas de ideas y hagamos bien, cada uno, la parte de
responsabilidad que nos toca. Así será más fácil vencer cualquier plan
imperial.
Como las ideas no se matan, comparto estas con la debida
convicción y humildad, listo para el debate.
*Sociólogo y analista político.
rafaelhidalgo31@yahoo.es
0 comentarios:
Publicar un comentario