Por Sergio Ortiz:
Ayer se contabilizaban acá 1.16 millón de contagiados de
Covid-19 y más de 30.000 muertos. Para seres humanos, esas cifras eran
estremecedoras; para políticos que llevan adentro un enano fascista de la
altura de lungos de la NBA, fue buena para burlarse de los 30.000 desaparecidos
de la dictadura.
La realidad es aún más ominosa, porque esos números -por distraídas miradas políticas y estadísticas demoradas – no son exactos. La Ciudad de Buenos Aires gobernada por el PRO tuvo que sumar 749 fallecidos que no había incorporado y hace poco tiempo Buenos Aires hizo lo mismo con 3.500 fallecidos.
Aunque el rebrote en Europa haya desplazado a Argentina del
quinto lugar del podio mundial, ser 6-7-8 tampoco es un halago.
Sobre todo, luego que el gobierno nacional presumiera de sus
números como que estaban entre los mejores del globo. Dime de lo que presumes y
te diré de lo que careces…
La estrategia sanitaria de Alberto Fernández ha entrado en
crisis y está ultra pendiente de la vacuna, como remedio mágico. La epidemia
sigue moviéndose a sus anchas, sin el párate drástico por tres semanas que le
propusieron reconocidos médicos como Oscar Atienza.
Por eso se explica el viaje de Carla Vizzotti a Moscú, para
ver si los rusos tienen pronto la Sputnik V, una vez que cesaron los fuegos
artificiales de que acá iban a fabricarla Astra-Zéneca-Oxford-Fundación
Slim-Insud. Pasaron cosas…
La Sputnik V fue la primera en su tipo y el gobierno de
Vladimir Putin ya pidió su homologación, superada su etapa 3, pero eso no
significa que Argentina la vaya a tener tan pronto. Eso sería en el primer
semestre de 2021, no ya. Eso es mediano plazo y en ese lapso no estaremos todos
muertos, parafraseando a John Keynes, pero sí habrá varios miles más que los
actuales 30.000.
En su conocida última carta, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner definió que «el problema de la economía monetaria es, sin dudas, el más grave que tiene el país y es de imposible solución sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina».
Éste es el meollo de su misiva pública y no tanto el apoyo
que dijo sentir Alberto Fernández ni los palos que recibieron «los funcionarios
que no funcionan» o las menciones de CFK a quienes antes la criticaban (AF),
escribían libros en su contra (Vilma Ibarra) o le deseaban la cárcel (Sergio
Massa). El punto clave de la reflexión gira en torno al problema central de
Argentina y la posible solución.
¿Bimonetarismo o monopolios?
Para la expresidenta el problema más grave es el dólar, su
precio y presión devaluadora. Sin duda es algo muy serio, como que la semana
anterior el blue llegó a los 195 pesos y en la que termina bajó 26, dando un
respiro.
Sin embargo es una obviedad que la culpa no es del dólar
billete sino de quienes lo atesoran, especulan, fugan y cometen delitos usando
de ese poder financiero. El cronista no pone en la mira -como se desprendió de
algunas declaraciones y medidas del oficialismo – a los argentinos que compraban
el dólar ahorro, 200 por mes. Ni siquiera el foco es contra los arbolitos y
delincuentes que habitan en cuevas de la City. Estos últimos son como los
flecos del poncho.
Si de dólares se trata el foco hay que ponerlo en los súper
millonarios y grandes empresas que fugaron 86.200 millones en los cuatro años
de Mauricio Macri, con Alfonso Prat-Gay, Luis Caputo, Nicolás Dujovne, Carlos
Melconián y otros exfuncionarios.
Lo que Cristina llamó bimonetarismo no debería reducirse a
una cuestión dineraria o financiera. Es un reflejo de algo mucho más profundo:
las estructuras económicas y políticas del capitalismo dependiente argentino.
Este sistema injusto pone el poder en manos de los
monopolios nacionales y extranjeros, en cuanto a la industria, las finanzas, el
comercio exterior, buena parte de la producción agrícola, etc. Esto es así en
los negocios de vieja data como en los de las modernas tecnologías. Acindar y
Techint en la siderurgia; Banco Río, Santander, Galicia y Macro en las
finanzas; Molinos, La Serenísima y Arcor en alimentos; Cargill, Cofco, Bunge,
AGD y la delincuencial Vicentín en exportación cerealera; Shell, Total,
Tecpetrol, Panamerican y otras multis en petróleo; Pampa Energía y Edesur en
electricidad; Ford, Renault, Fiat y Toyota en las automotrices; Wal Mart,
Carrefour, Coto y La Anónima en supermercadismo; Grobocopatel y Adecoagro en la
producción sojera; Benetton y Lewis entre latifundistas; Clarín en medios,
televisión y telecomunicaciones; Mercado No Libre de Galperín en ventas Online,
etc.
Parodiando a Bill Clinton y su eslogan de su victoriosa campaña contra Bush padre: «Son los monopolios, estúpido».
A la luz de sus declaraciones, el presidente Fernández no
tiene mucha idea de contra quién hay que lidiar y mucho menos lo guía un modelo
de referencia para forjar una Argentina más justa y libre, ni hablar de
soberana.
Es que, mucho antes del consejo acuerdista y erróneo de su
vicepresidenta, él venía cortejando a los factores de poder, para llamarlos con
elegancia a los susodichos monopolios. Se recuerdan sus almuerzos y comparendos
con la mesa chica de la Asamblea Empresaria «Argentina», Unión Industrial
«Argentina», Mesa de Enlace Rural, Consejo Interamericano de Comercio y
Producción. Y últimamente con las principales petroleras y con los monopolios
del Coloquio de IDEA.
Allí anida el «Círculo Rojo» del poder económico y
financiero. Y con él anduvo anudando acuerdos el ministro Martín Guzmán, sobre
todo buscando que estos sectores liquidaran divisas de las exportaciones. Lo
dijo un diario oficialista como Página/12 y no en tono de crítica: Guzmán
activó sus reuniones con el «Círculo Rojo».
Linda palabra, crímenes en su nombre
Fruto de esa franela, más la venta de bonos y licitaciones
por 750 millones de dólares, Economía logró esta semana una baja en el dólar
blue. La presión devaluacioncita disminuyó un poco, pero el problema no fue
resuelto. Tan es así que la expectativa gubernamental para no devaluar es
llegar a marzo de 2021 y que entren más dólares por la cosecha. Eso -como se
vio hasta el hartazgo – depende de la voluntad política del lobby sojero y los
pulpos agroexportadores.
Como puente para llegar a esa fecha, Fernández y Guzmán
quieren abrochar cuanto antes el acuerdo con el FMI e incluso, cosa que antes
descartaban, pedir el último tramo del crédito a Macri, no desembolsado.
Con esta obligada síntesis, de cierta superficialidad, el
lector tendrá una idea de por qué el gran problema no es tanto el dólar sino
las minorías y monopolios que lo detentan y especulan. Tal la diferencia con el
diagnóstico cristinita.
Su convocatoria a una «unidad nacional» con empresas,
políticos, medios y demás sectores es más de lo mismo que viene haciendo el
presidente Fernández desde su asunción.
AF fue a todos esos encuentros con representantes de los monopolios, hizo recibir por Economía y otros ministros a las delegaciones del FMI, planteó a la UIA y CGT un Pacto o Consejo Económico y Social; hizo las paces con Paolo Rocca y Héctor Magnetto, bajó las retenciones a las exportaciones de granos y la minería, prolongó por cuatro años los subsidios a las empresas de biocombustibles, pisó el freno sobre el ex impuesto a las grandes fortunas y la expropiación de Vicentín, redujo al mínimo la llamada «reforma judicial», buscó la amistad con Horacio Rodríguez Larreta y Gerardo Morales, en Diputados Massa postergó la reunión con movimientos de mujeres por ley del aborto, la cancillería votó en contra de Venezuela en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, etcétera.
Y algo gravísimo sucedió el jueves 29, que podría llamarse
el Día de la Oligarquía. En Guernica la policía de Axel Kicillof, comandada por
el fascistoide Sergio Berni, desalojó violentamente a muchas familias pobres y
sin techo. Y en Entre Ríos una jueza de Paraná ordenó el desalojo policial de «Casa
Nueva» en detrimento de Dolores Etchevehere y el proyecto Artigas, y en
beneficio de los agrogarcas varones Etchevehere y en general la Suciedad Rural.
El contubernio de jueces, policías y gobernadores no se
limitó a violar los derechos humanos, con detenciones y heridos, sino que
consolidaron la aludida injusta estructura económico-social monopólica.
Llama la atención que Cristina, que supo lidiar tanto con
Clarín por la ley de medios, ahora recomiende un acuerdo con este y otros
monopolios. El 12 julio pasado ella elogió la nota de Alfredo Zaiat en
Página/12, donde se desnudaba «al mundo empresario concentrado, que desde hace
más de 40 años ha intensificado el combate contra el proyecto de desarrollo
nacional». ¿Ahora les propone un acuerdo? La unidad con todos no sirve ni
contra el Covid-19 pues Macri ya le dijo al presidente que «van a morir todos
los que tengan que morirse».
Pedir al establishment que tenga buen corazón es un camino
trillado. Su víscera más sensible es el dólar y cuentas offshore. La unidad que
vale la pena es nacional, democrática y popular, con los de abajo y del medio.
ortizserg@gmail.com
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