Por Manuel Cabieses Donoso *:
Santiago de Chile (Prensa Latina) La Izquierda chilena
necesita poner al día su programa, métodos de acción y referentes ideológicos
para convertirse en alternativa de poder. El plumero revolucionario debería ser
implacable con las telarañas del dogmatismo y con el polvo del oportunismo.
La lucha revolucionaria de nuestros días tiene un sesgo
marcadamente cultural. Debe derribar la contracultura del capitalismo, que es
hegemónica, y su ariete, el consumismo. Los golpes recibidos en ese terreno han
sido muy duros. Son los caminos que nunca más se deben recorrer.
Un traspiés mayúsculo fue asimilar conceptos antagónicos:
socialismo con estatismo. Socialismo es sinónimo de poder popular, de libertad
y democracia; estatismo, en cambio, es la concentración del poder y la
dictadura de una oligarquía burocrática.
Socialismo es libertad y estímulo de capacidades e
iniciativas que concurran al bien común. El estatismo, en su forma extrema,
levanta muros de contención a las aptitudes individuales e ignora -cuando no
persigue- las diferencias filosóficas, religiosas y de género.
El propósito socialista de nuestra época es crear
condiciones sociales, económicas y políticas que permitan a las masas
conquistar posiciones más sólidas para avanzar hacia objetivos superiores.
Vivimos la época de la inteligencia artificial, no la del
ferrocarril y el telégrafo de los precursores ni de las cúpulas dirigentes del
pasado más reciente. Se necesitan nuevas ideas para reactivar las turbinas
revolucionarias.
El mundo asiste a la agonía del capitalismo, pero no
necesariamente a su desaparición. El capitalismo -lo ha demostrado- puede tener
muchas muertes y otras tantas resurrecciones.
Los proyectos socialistas deben incluir líneas de
construcción que no se tuvieron en cuenta o subvaloraron en el pasado. El de
hoy debe ser un proyecto de amplia mayoría y no solo de vanguardias.
En Chile aprendimos al costo de miles de vidas que no basta
una victoria electoral del 37 por ciento, que obliga aceptar tutorías políticas
para acceder al gobierno. Hoy la absoluta mayoría es determinante. En 1970
éramos un país de nueve millones, hoy somos casi 19 millones.
En el plebiscito de octubre por una nueva Constitución
tendrán derecho a voto casi 15 millones. En la dimensión de esa realidad -y del
mundo que cambió de época- hay que trabajar el proyecto socialista.
Lo fundamental siempre será la acumulación de conciencia y
organización. Pero los reveses sufridos indican que de manera simultánea hay
que construir las defensas de la sociedad socialista que nace. La soberanía
alimentaria y el aseguramiento de insumos médicos, por ejemplo, son vitales.
Como también lo es un ejército identificado con el proceso de cambios.
Postergar la actualización ideológica y orgánica del
socialismo, es regalar tiempo al capitalismo para que -todavía más salvaje-
supere su crisis. Lo demuestra el resurgimiento del racismo, característica
endémica de la ‘cultura’ nacional, que no sólo afecta al pueblo mapuche sino
también a los inmigrantes y a las capas sociales más pobres y explotadas del
país.
El racismo, la militarización, las bandas de matones de la
derecha en La Araucanía y las amenazas de los camioneros reeditan episodios de
los años 70 y son señales de lo que ocurriría si la Izquierda continúa ausente
o relegando sus debates al aire viciado del Parlamento.
Vivimos una profunda deslegitimación de las instituciones
del capitalismo. El ‘peso de la noche’, sin embargo, tiende a imponer salidas
de consenso cupular. El precario andamiaje de la institucionalidad permite
sostener la recomposición transitoria del modelo. Por eso el desfile de
prematuras candidaturas presidenciales y la radicación de la política en la más
desprestigiada de las instituciones.
Eso hace aún más urgente el bosquejo de una alternativa
socialista. El plebiscito de octubre es una coyuntura favorable.
Hay que intentar un amplio movimiento de participación
cívica. Rebasar las limitaciones y trampas del plebiscito y convertirlo en una
verdadera Asamblea Constituyente, como es voluntad del pueblo. Esto
significaría un salto de calidad en la lucha anti oligárquica y una expectativa
mejor para la Izquierda.
Desempolvar el proyecto socialista es tarea de todos. La vía
es reagruparse para construir futuro. Una propuesta en tal sentido es el
‘movimiento de los girasoles’ que hace unos años planteó Raúl Pelegrín Arias,
un arquitecto de larga militancia comunista, padre del comandante José Miguel
del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR).
mobatorr@gmail.com
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