Por Juan Pablo Cárdenas S.
El coronavirus le ha regalado a los gobiernos y a los
políticos la magnífica posibilidad de exhibirse a través de los medios de
comunicación. Pero nada se compara a lo sucedido en Chile con el presidente
Piñera quien prácticamente irrumpe todos los días y a toda hora en las
pantallas de la TV, tal como también lo hace aquel conjunto de ministros,
parlamentarios y alcaldes que hasta el inicio de la pandemia pasaban
inadvertidos o estaban ya completamente desacreditados ante la opinión pública.
No sería extraño que la propia derecha gobernante acabe por
erigirse en el ariete de las reformas y transformaciones tradicionalmente
propiciadas por la izquierda, al descubrir con esta crisis el papel ineludible
del Estado, especialmente en la superación de fenómenos como la pandemia y la
debacle económica y social derivada de ésta. No sería tan extraño que algún día
lleguemos a ver a nuestros gobernantes interviniendo bancos, revocando el
sistema previsional, o auspiciando sueldos y salarios dignos. Incluso prometiendo
una “nueva normalidad” respetuosa del medio ambiente, con una economía más
equitativa y solidaria. Porque, a ratos, ya no se distinguen en Chile
diferencias nítidas entre el discurso de los políticos más derechistas y el de
los voceros opositores. Algunos hasta han llegado a ilusionarse con la
conversión ideológica de las más rancias figuras del pinochetismo,
aparentemente conmovidas ante el país real y sumergido que se devela tan
trágicamente en estos últimos meses.
Pero, cuidado, no nos dejemos engañar. Lo que hay,
realmente, es mucho oportunismo ante el dantesco espectáculo de las condiciones
de vida de millones de compatriotas y de cómo la infección se propaga allí
donde existe justamente más pobreza y hacinamiento. Efectivamente, se les ha
entrado el habla a los más reaccionarios y angustiados personajes ante el temor
de que el Estallido Social retorne con más fuerza y virulencia una vez que la
pandemia quede bajo control. Por lo mismo que, ahora, la demagogia recomienda
ganarse la confianza del pueblo, confinarlo en sus barrios y comunas,
alardeando sobre medidas que les roben las banderas de lucha a los
progresistas.
Los gobernantes chilenos saben que los recursos fiscales son
todavía muy abundantes y podrían ser aumentados sustancialmente para el rescate
efectivo de los que más sufren. Sin embargo, solo se obligan a desprenderse o
redireccionar solo algunos discretos pesos del Presupuesto Nacional para
mitigar la furia del pueblo. Pero siempre que ello no implique reducir los
escandalosos recursos asignados a las Fuerzas Armadas y de Orden (los
cancerberos del régimen,) y jamás se incluya la posibilidad de aprobar un
impuesto patrimonial, por ejemplo, a las más grandes fortunas del país. Entre
las que destaca el gran peculio de Sebastián Piñera.
Es preferible alentar los préstamos con garantía estatal
para las empresas, antes que poner en riesgo el sacrosanto derecho de
propiedad, así sea que el hambre mate más personas que el Covid 19. A la banca, por ello, se le han dado los
mayores recursos y garantías para seguir practicando la usura en desmedro de
sus deudores, aunque los recursos provengan del erario nacional. Hasta aquí, se
amenaza “con todo el peso de la ley” a los que infringen el toque de queda o se
escapan de sus domicilios saturados de gente y sordidez, sin que los grandes
especuladores de la industria y el comercio sean procesados y castigados por
elevar los precios de los alimentos y medicinas. Aprovechándose, además, de la
oferta gubernamental de venderle bienes y servicios directamente al Estado y
sin licitación alguna. Por ejemplo, negociando con las autoridades empeñadas en
este momento en distribuir cajas con alimentos y enseres sanitarios a las
familias más “vulnerables” del país. Y cuya pobreza y hacinamiento recién ha
sido reconocida por el Ministro de Salud con “lagrimas de cocodrilo”.
En efecto, el despropósito de repartir víveres casa a casa,
en vez de dinero a los desempleados que ya superan el millón de trabajadores
(15 por ciento en la Capital), solo se explica en la oportunidad que esta faena
le da a los políticos de practicar un descarado proselitismo. Porque esta
repartija sin duda resulta mucho más cara, lenta y arriesgada, pero, de paso,
les da a algunos poderosos dueños de supermercados la posibilidad de desatascar
sus bodegas y rentabilizar sus inversiones.
No intentamos para nada aminorar la gravedad de la pandemia,
pero son las cifras oficiales las que nos señalan que en Chile los que mueren
por este contagio representan apenas el 4 por ciento de los que sucumben
cotidianamente por otras enfermedades como el cáncer, la hipertensión y las ya
consabidas pestes; así como en el mundo las víctimas de los cataclismos
naturales, accidentes del tránsito y guerras son infinitamente más de las que
deja esta infección de moda. Ni qué decir lo poco que representa letalmente
este mal en quienes lo contraen (el 1 por ciento), en relación a los que
perecen en todo el orbe por inundaciones, terremotos y otros fenómenos
naturales, como esta plaga de langostas que ha arrasado con miles o millones de
hectáreas en la India. Es decir, con el sustento de los campesinos y, de nuevo,
de las poblaciones más pobres.
Por algo es que algunos políticos de derecha están renuentes
a las cuarentenas y los cientos de miles de cesantes que deja en confinamiento.
Cuestión que inexorablemente nos tiene a las puertas del hambre, el pillaje y
otros efectos sin duda peores que adquirir en Covib 19. Más, todavía, cuando
estas reclusiones domiciliarias lo único que han logrado desde su ejecución es
aumentar el número de infectados y fallecidos. Demostrando que el aislamiento
social definitivamente no es sinónimo de encierro obligado en muchas comunas y
barrios de clase media y pobre. Cuando la necesidad lograr un sustento diario
obliga hasta a los propios infectados a escapar de sus casas y desafiar la
represión policial y militar.
Es razonable, entonces, que países como México y
Centroamérica le asignen discreta importancia a esta pandemia, cuando hasta
aquí no han podido controlar tantas otras enfermedades y contagios más
devastadores. En Chile mismo, es evidente que entre los más pobres existe poca
disposición a someterse a las restricciones de los gobernantes, cuando lo suyo
es trabajar en lo que sea por sobrevivir. Nada los hace pensar que la letalidad
del coronavirus puede ser peor que la de otros contagios, el frio o la
desnutrición. Simplemente por lo que experimentan en carne propia.
De allí que existan diferentes actitudes en el mundo frente
a esta pandemia. En África, Asia y regiones vastísimas de América Latina, nos
señalan, hay más fe, esperanza y caridad que en corazón cristiano de Europa o
Estados Unidos. Tal vez esto se compruebe con los rigores impuestos en el
Vaticano para aislar a sus cardenales y obispos, los que debieran estar mucho
más propicios a ingresar a la eternidad sin aferrarse tanto a la vida… Qué duda
hay que un San Francisco de Asís, Sor Teresa de Calcuta y nuestro propio
Alberto Hurtado hoy estarían auxiliando a los humildes, visitando a los enfermos
y consolando a los moribundos, sin ocultarse tras los vetustos muros de sus
templos. Sin someterse, tampoco, a los dictados de la autoridad.
Es triste que tantas personas avalen a pies juntillas las
medidas impuestas por las autoridades políticas, sometiéndose a la soledad, la
angustia y las miserables migajas que se les anuncian a través de la prensa
abyecta. Sin tomar conciencia de la forma en que la población es engañada y
nuevamente abusada por una clase política que carece de toda solvencia y legitimidad
democrática. Que se dejen embolinar por las cifras que Piñera tanto ostenta,
sin saber que sus dádivas son todavía demasiado mezquinas en comparación al
tamaño de las arcas fiscales y reservas de Chile en el exterior.
De esta forma es que el discurso progresista utilizado por
La Moneda solo represente un “volador de luces”, una promesa falaz, que más
temprano que tarde renovará con bríos las demandas de la inmensa mayoría de los
chilenos.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
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