Por Diego Olivera Evia (*):
Una realidad fatídica de la pandemia en América Latina
Muy pocos pueden tener dudas a estas alturas de que el
Estado colombiano ha sido una entidad político-administrativo-territorial
identificada claramente con el narcotráfico y con la brutal violencia
planificada por las élites y ejecutada por paramilitares y otros mercenarios,
por lo general en contra de los pobres. Típico Estado narcoterrorista burgués,
en el que una minoría ha concentrado la propiedad de los medios de producción y
el capital, este último gracias en buena medida al negocio de las drogas
ilícitas (en especial por el comercio de la cocaína), y ha sometido a sangre y
fuego a las masas, cada vez más empobrecidas y desarraigadas, obligadas en las
últimas décadas a desplazarse masivamente dentro y fuera de la nación
suramericana, aterrorizadas por los asesinos al servicio de las élites.
Para colmo, dicho Estado ha sido un aliado casi
incondicional de Estados Unidos en América Latina, y por tanto siempre
dispuesto a hacer lo posible para ayudar a sus amos del norte a mantener la
hegemonía en la región. Por desgracia la dirigencia colombiana, desde los
mismos inicios de la República en el siglo XIX, ha estado de rodillas ante
Estados Unidos, y un claro ejemplo de ello se manifestó en la política exterior
del Gobierno de Francisco de Paula Santander, ferviente admirador del liberalismo
estadounidense y de la “democracia” con presencia de esclavitud de la joven
nación norteamericana.
Aunque en realidad nada bueno podía esperarse de uno de los
“políticos” más hipócritas, traidores y arrastrados en la historia de América
Latina, autor intelectual de varios homicidios en grado de frustración de Simón
Bolívar.
Y hoy día, en el marco de las amenazas militares contra Venezuela por parte de
Estados Unidos y otras potencias globales, no podía faltar la presencia
importante de Colombia, tanto por los intereses económicos que manejan los delincuentes comunes y de élite
colombianos en su relación con la nación venezolana y su pueblo, como por el
hecho de que Colombia, hermana histórica de Venezuela, tristemente está
dispuesta a asumir el papel de punta de lanza para una arremetida violenta
contra el país vecino, liderada obviamente por el Imperio estadounidense.
El ejército colombiano como cualquier grupo armado al
servicio de las élites colombianas y de Estados Unidos, a través de los narcos,
y los paramilitares, está listo para atacar a los luchadores sociales, a los
indígenas y así desatar la violencia no solo en territorio venezolano y
colombiano, sino en el resto de América del Sur.
Y más allá. Terroristas sobran en Colombia, vinculados en su
mayoría con el narcotráfico, con unas ganas tremendas de continuar la
infiltración en Venezuela y seguir perjudicándola en diversos ámbitos,
cumpliendo a cabalidad su papel como debilitadores del tejido social venezolano
y en general de la nación caribeña.
En pocas palabras, el narcoterrorista estado colombiano es
una amenaza más que sería para Venezuela en la actualidad, y cuenta con
numerosos individuos capaces de hacer de todo tanto para satisfacer sus propios
intereses, como los de las élites colombianas e internacionales.
Quieren terminar de sumir en el caos a Venezuela, a generar
más destrucción, miseria y derramamiento de sangre en nombre de principios y
valores que lejos están de entender y menos aún de practicar. Es más, el
narcoterrorista Estado colombiano no solo es una amenaza de gran magnitud para
Venezuela, sino para el resto de América Latina; solo por ser un aliado casi
incondicional de EEUU en diversos ámbitos, y como proveedor máximo de cocaína
para los norteamericanos, ya se reconoce como un peligro para la paz y la
estabilidad globales.
Una realidad fatídica de la pandemia el América Latina de
Brasil
El día en que los números oficiales – que están muy por
debajo de la realidad, por la demora en confirmar los resultados de exámenes –
de muertos alcanzó la marca de los 10.627 muertos, 730 entre el viernes y el
sábado, más de 30 por hora, y 155.939 infectados, más de cinco por minuto, el
ultraderechista presidente Jair Bolsonaro adoptó por la mañana una decisión
drástica y radical: suspendió el asado para 30 invitados que había sido
confirmado por él en la tarde del viernes. Ese mismo día, un sábado fatídico,
el Congreso decretó duelo nacional oficial por los diez mil muertos. Cuando se
alcanzó, el 28 de abril, la marca de cinco mil víctimas fatales del covd-19, la
reacción de Bolsonaro fue bizarra: “¿Y qué?”. Al promediar la tarde,
bolsonavírus se fue a pasear en jet-ski por el lago de Brasilia, divirtiéndose
mucho. Ha sido también el día en que alrededor de dos mil seguidores fanáticos
del ultraderechista se reunieron precisamente frente al Congreso en otra
manifestación antidemocrática.
Pedían lo mismo que en manifestaciones anteriores,
prestigiadas y aplaudidas por Bolsonaro: el cierre del Congreso y de la corte
suprema. Los más exaltados pedían otra vez intervención militar ya.
Frente a un cuadro trágico, en que varias provincias están
al borde del colapso y se multiplican las escenas dantescas de pilas de
cadáveres al lado de lechos de emergencia en hospitales que tuvieron su
capacidad superada, el gobierno nacional sigue inerte, sin presentar un
programa mínimamente consistente y viable. Pasados más de veinte días desde su
conducción al puesto de ministro de Salud, Nelson Teich sigue mudo. Y cuando
abre la boca, no se entiende lo que dice, porque la verdad es que él tampoco
entiende lo que pasa.
Los puestos clave de su cartera fueron regalados a militares
reformados. Así que Teich, que no sabe nada de salud pública, además de inerte
está tutelado por gente de la confianza del desequilibrado que a cada mañana
deposita sus ancas en el sillón presidencial. Nada de ese pandemónium es nuevo,
y nada indica que semejante y absurdo panorama mejore. Bolsonaro va a seguir
defendiendo que todo vuelva al normal, mientras los muertos se cuentan por
miles y la curva ascendiente de víctimas fatales se acerca a una línea
vertical.
La economía ya está arruinada, y la única política pública
de auxilio a los más desvalidos ha sido la entrega de un bono de 600 reales,
unos 105 dólares. Hubo la distribución de miles de millones de reales a la
banca privada para conceder créditos a grandes empresas. A las pequeñas y
medianas, esa misma banca no se mueve. Y cuando lo hace, impone intereses
astronómicos. Mientras el país se concentra en intentar sobrevivir en medio a
las acciones demenciales del presidente, en dos meses la destrucción de la
Amazonia brasileña aumentó 94 por ciento. Las comunidades indígenas están, más
que nunca, totalmente abandonadas, a merced de invasores.
Por esas y muchas otras razones, la revista médica The
Lancet, una de las más importantes y respetadas del mundo, con influencia
directa en la toma de decisiones de muchos gobiernos, publicó en su más
reciente editorial que Bolsonaro es “la mayor amenaza a la respuesta de Brasil
al covid-19”. También afirma, en el mismo editorial, que mi país se convirtió
en un obstáculo para que el mundo pueda dar combate a la pandemia.
(*) Periodista, Historiador y Analista Internacional
diegojolivera@gmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario