Por Manuel Humberto Restrepo Domínguez:
Lo que las multitudes griegas y romanas no podían oír,
algunos sabios las podían leer y cualquiera que tuvo un maestro, una maestra,
las ha podido seguir leyendo varios siglos después. Lo que en el foro es
elocuencia, en el estudio es retórica y en el aula argumento, una combinación
de razones y emociones que se juntan en una idea que libera. El maestro, la
maestra, hablan ante una multitud que escucha, que quiere escucharlos. Muchos
niños y jóvenes del mundo siempre encuentran en la clase algo emocionante,
capaz de distraer incluso el hambre y el miedo.
Evo Morales, que se hizo presidente, camino por años muchas
horas diarias, para llegar a su escuela. Así lo hacen los indígenas de pueblos
emberá, wayuu y tantos otros cruzando campos minados, llenos de peligros, de
mafiosos, paramilitares y sádicos en uniforme, al acecho, para ir a escuchar al
maestro, a la maestra.
Ellos, iluminan con sus propios sueños los sueños y alegrías
de otros. Aprenden como lo hace el escritor a hablar al intelecto y al corazón
de su estudiante y a través suyo a la humanidad, nunca pueden dejar de hablarle
a la humanidad desde el contexto de su tiempo. La palabra del maestro, la
maestra, es exquisita, delicada, y quien lo enuncie está obligado a hacerlo con
el lenguaje correcto y cuidadoso, con admiración y respeto. La herramienta del
maestro, la maestra, nunca es una tecnología (una vez fue el lápiz, después el
bolígrafo, la pizarra, la tiza, el marcador, el computador) es su pedagogía,
que se acompaña de honestidad intelectual y solvencia ética, basada en que dice
lo que sabe y puede reconocer, sin sonrojo, lo que no sabe y comprometerse a
aprenderlo.
Al maestro, la maestra, no le importa ser juez, ni calificar
a otro para descalificarlo de esa manera o ponerlo por encima o por debajo de
los otros. Al maestro, la maestra, le interesa que su estudiante aprenda,
circule saber, imagine, desborde su creatividad y curiosidad, construya mundos,
unos con el método científico y otros de la vida simple, mezclada, imperfecta,
llena de problemas y demandas y que aprenda a ser rebelde, desobediente y
responsable para luchar contra las injusticias de su tiempo.
Los libros son su mejor riqueza y la herencia que dejan, que
enseñan a pasar de mano en mano y las ideas de mente en mente, hasta sacar de
cada palabra su esencia que libera. El libro es útil para combatir el egoísmo,
la imprudencia y la avaricia del comerciante, que ofrece cursos de lectura
rápida o aprendizajes inyectados. El maestro, la maestra, inducen con sabiduría
a conocer la generosidad y la humildad, enseñan que sus hijos son sus
pensamientos y disuelven su alma en el universo todo, y así aman a todo el
universo (Fernando González, Pensamientos 1916). Son conscientes que vinieron a este mundo no
solo para vivir en él, bueno o malo, si no para hacer de este el mejor lugar
para vivir. Luchar, resistir, enseñar, dar ejemplo, son constitutivos del
significado de maestro, de maestra, cuya condición no se gana con un diploma,
ni un contrato que lo diga. Se conquista con las batallas del día a día,
derrotando ignorancias, egoísmos, misoginias, fascismos y aduladores y
sembrando semillas de transformación, cambio y esperanzas por un mundo mejor,
solidario, fraternal, justo.
La escuela, el colegio, el liceo, la universidad, el aula,
son el tradicional despacho del maestro, la maestra, siempre serán el lugar
predilecto para habitar como los seres humanos justos y libres, que se
desalientan con menos facilidad, que rechazan la guerra y todas sus violencias
y se niegan a seguir o hacer adhesión a cualquier gobierno autoritario, que
quiera regar sangre inocente. Donde hay ideas, lecturas, razones hay maestros y
sentido de humanidad.
Esta vez, campea el virus, pero no importa, no empañará, el
día del maestro, de la maestra, aunque se viva sea de esta inusual manera, en
el encierro. Aunque cambien las formas, esta conmemoración de abrazos y
felicitaciones por pantalla tendrá la novedad, de que dejará tiempo para
vivirlo a plenitud a base de recuerdos, de Memoria. En eso el maestro, la
maestra, tienen el privilegio como nadie más en la tierra, de tener la memoria
de sus estudiantes, decenas, cientos, miles de historias para repasar una a una
y saber y agradecerles, porque el maestro solo existe gracias a la rebeldía de
sus estudiantes.
Feliz día maestra,
maestro, es lo que hay que decir en época de pandemia, confinamiento y
aprendizajes, sobre todo para reaprender o mejorar la capacidad sobre el
cuidado de sí, del otro, del planeta y de entender cuanto valor tiene esta
tarea bonita de ser a secas el maestro, la maestra. A mis colegas
universitarios de la UPTC y a quienes todos los días se niegan a la
inmovilidad: Feliz Día.
mrestrepo33@hotmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario