Por Homar Garcés:
Aparte de disminuir significativamente el turismo
internacional, los servicios y el consumo de productos no esenciales en todo el
orbe, de una u otra forma, la pandemia del Covid-19 pone de manifiesto la
desigualdad de clases existente en la sociedad contemporánea. Lo que resalta a
primera vista es que no todas las personas podrán acogerse a la cuarentena
social recomendada por los gobiernos y la Organización Mundial de Salud, entre
ellos, los indigentes, los trabajadores independientes y los pequeños
empresarios; en general, quienes no disponen de un mínimo aceptable de recursos
económicos con los cuales sobrevivir holgadamente día a día.
De esta manera, extremando esta conclusión, se estarán
beneficiando, en un primer lugar, las grandes corporaciones y, en un segundo
lugar, se prescinde de un porcentaje de la población que, bajo la lógica
capitalista, no genera dividendos y representa, según sus cálculos, una carga
onerosa para el Estado.
Todo esto demuestra asimismo que el nivel material de
existencia humana, la esperanza de vida de la población en general y la bonanza
económica infinitos son meras ilusiones creadas por el capitalismo globalizado,
dando paso a unas mayores e injustas condiciones de desigualdad socioeconómica,
aumentando de modo exagerado y dramático la tradicional brecha que separa a
ricos y pobres.
Al referirse a este tema de actualidad, son varios los
analistas a nivel internacional que coinciden en afirmar que, más allá del
ámbito sanitario, esto sería el preámbulo de la descomposición irreversible que
sufriría el sistema capitalista. Otros hablan de la puesta en marcha de un
proceso malthusiano de reingeniería social a fin de adecuar a los seres humanos
a las nuevas exigencias e intereses del capital corporativo-financiero transnacional, lo cual incluye un
despoblamiento programado (afectando especialmente a aquellas naciones que son
considerados inútiles u hostiles al régimen de explotación capitalista) y el
establecimiento de un Estado militar-policíaco a escala planetaria, encargado
de velar por la uniformidad del pensamiento y de mantener a la humanidad bajo
una misma disciplina.
El horror al contacto humano (entendido como distanciamiento
social) cumpliría con este propósito inicial, convenciendo a una mayoría de la
necesidad de establecer oficialmente estados de excepción en las naciones
afectadas, lo que, al mismo tiempo, contribuiría a modificar los estándares de
consumo habituales.
Sin embargo, lejos de este efecto, entre mucha gente, el
Covid 19 suscitó la necesidad -extrema, en alguna porción- de transformar de
modo radical las bases que sostienen la economía y el tipo de sociedad
imperantes; lo cual implica poner en marcha un conjunto de acciones que culmine
en el desarrollo de una revolución social, política y económica de largo
alcance.
Como lo refleja François Chesnais, “que el capitalismo
encuentre límites que no puede franquear no significa en modo alguno el fin de
la dominación política y social de la burguesía, menos aún su muerte, pero abre
la perspectiva de que arrastre a la humanidad a la barbarie. El reto está en
que quienes son explotados por la burguesía o no están atados a ella encuentren
los medios para separarse de su mortífero recorrido”. Esto se ha repetido
innumerables veces en el transcurso de la historia. No obstante, en medio de la
situación mundial actual existen las condiciones propicias para revisar y
revertir por completo el dominio capitalista. El mismo hecho que a los dueños
del capital solo les interese pensar en la disminución de sus ganancias antes
que en la vida de millones de seres humanos sería suficiente motivo para
emprender esta tarea impostergable.
Para lograrla, se requiere confrontar, de manera racional,
el resurgimiento de las absurdas supersticiones apocalípticas de la Europa
medieval, así como la excusa política de atribuirle el origen de esta pandemia
a un vasto plan de dominación diseñado por el gobierno de China -enfrentado al
de Estados Unidos por la competencia comercial- lo mismo que a los migrantes
que, desde las últimas décadas, han traspasado, principalmente, las barreras
fronterizas de Europa y de Estados Unidos, lo que ahora justificaría la
necesidad de implementar una cuarentena social absoluta que impida por completo
su acceso a estos territorios. Como se puede deducir, el Covid 19 cumple un
doble propósito político y económico que, en todo caso, afecta a los países
periféricos del sistema capitalista global, desacelerando sus economías y
exponiendo su autodeterminación a las conveniencias de quienes controlan dicho
sistema, gracias a la posesión de las vacunas y demás insumos utilizados para
la contención y erradicación de este flagelo.
La deshumanización humana (más allá del simple juego de
palabras) representa una seria amenaza para todos. El hecho que ella esté
destacándose en medio del horror desatado por el Covid 19 exige librar una
batalla quizá más exigente que las protagonizadas por pueblos y grupos sociales
en lucha por su emancipación y el reconocimiento de sus derechos.
Demanda una nueva conciencia ciudadana, unas nuevas
relaciones de producción, y una nueva práctica social y política, cuyos ejes
principales sean la dignidad, la libertad y el interés colectivos, en plena
armonía con el resto de la humanidad y con la naturaleza. Este sería el mejor
colofón a lo que enfrentamos y pone en serio riesgo nuestra existencia.
mandingarebelde@gmail.com
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