Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Amanecimos estremecidos por la muerte de Luis Sepúlveda,
amigo de tantas décadas y notable escritor nuestro que se consagró entre los
dos o tres más leídos en el mundo entero.
Lo conocí casualmente durante los años más negros de nuestra
historia. Fue en Hamburgo nuestro encuentro casual en casa de Anna Petersen,
alemana enormemente comprometida y solidaria con la causa democrática chilena.
Recuerdo que tímidamente me preguntó si estaría yo interesado en leer una novela
suya que recién había escrito y no había logrado el interés de las casas
editoriales alemanas, aunque él quería que esta se divulgara especialmente en
Chile.
En esa larga noche discurrimos de todo lo que se hablaba en
los encuentros de los exiliados con quienes veníamos “del interior”. Sin
sospecharlo, desde allí forjamos una larga amistad y volví con el compromiso de
editarle bajo el sello de la revista Análisis su texto sobre El Viejo que leía
novelas de Amor. Se trató de una edición rápida, artesanal y extraña, porque de
verdad muy pocos, casi nadie, sabía en nuestro país de quién se trataba.
Sin embargo, su libro fue promisoriamente exitoso, por lo
que al poco tiempo una casa editorial francesa se interesó en imprimirla. De
allí, el mismo Lucho y sus amigos nos dimos a la tarea de recuperar todos los
ejemplares distribuidos en librerías, para que los franceses creyeran que ellos
habían sido los primeros en descubrir esta obra que hace algunos años celebró
la venta de un millón de copias solo de su edición de bolsillo.
Desde entonces, Lucho se consolidó como un gran novelista y
casi inigualable cronista. Su pluma traspasó los ámbitos se la literatura e
ingresó a los del periodismo. Se lo exigió su compromiso político y muy pronto
lo tuvimos como columnista y amigo de Análisis y de todas las publicaciones que
hasta hoy luchan por un mundo mejor. Además de formar parte de las
organizaciones de Derechos Humanos y sumarse al desfile incesante de lo que
luchan en todo el mundo por la justicia social.
Pero a sus méritos, Lucho suma haber sido u n entrañable
hermano y amigo. Nos encontramos muchas veces en Francia, España, México y en
su inolvidable Chile. Porque fue de esos famosos que nunca renunció a sus
convicciones, a su sencilla forma de ser y vivir. Íntegro y valiente como
siempre lo conocimos. Se inteligencia, imaginación y bondad se multiplicaron en
muchos libros que no solo nos entretenían, sino nos invitaban a formar parte de
sus anhelos y esfuerzos. A esos propósitos que le dedicó mucho dinero, viajes,
conferencias y los más diversos escritos.
Haciendo distingo de tantos escritores famosos, Lucho
practicó la modestia y el apoyo a todos los viejos y jóvenes escritores que
todavía no alcanzaban debido reconocimiento. Así como con muchos abandona la
vida para recibir el pleno reconocimiento posterior y universal.
Muere también un gran bohemio, un inigualable conversador y
fumador, por lo que de muy poco sirvieron los cuidados médicos para fastidiarlo
con una larga y cruel agonía, allí en Gijón donde terminó su vida… Siempre le
daré gracias a Dios por haberlo conocido y disfrutado tanto de su talento. MI
solidaridad con su compañera y tantos hijos.
Lucho se nos va en tiempos de pandemia y cuando en nuestro
país circulan otra vez los aires de impunidad, ahora por obra y gracia de
Sebastián Piñera, su gobierno y los jueces abyectos que se resisten a morir.
Quizás fallece en el momento mismo que debiera hacerlo, porque no estoy seguro
si habría resistido los virus de la desvergüenza política. El dolor de los
pobres y excluidos que recibieron el don y ahora legado de su vida y ejemplo.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
Diríamos en Venezuela, parodiando al Cantor del Pueblo, Alí Primera: Adiós en DOlor mayor para el maestro Sepúlveda, el del Nombre de torero que no era un Viejo que leía, escribía e imaginaba cartas de amor y a quien conocí en Madrid. Hasta siempre Maestro.
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