Por Mariano Sierras:
Un dilema existencial ante la fenomenología de una violencia
sin fin en un mundo indiferente.
El hombre, la sociedad, el mundo están en vilo por dejarse
seducir por todo aquello que le atrae y le ensancha su apetito de poder y
ambición. El hombre. La sociedad, el
mundo son insensibles ante los hechos catastróficos. Quienes son gestores de los procesos
sociales…. es todo el mundo y los estamentos de gobierno y los movimientos y
redes sociales que impregnan a la sociedad de mensajes subliminales, de ideas,
de formas de pensar, de manipulaciones, de indiscriminaciones donde el sentido
humano es una simple quimera.
El ser humano es sensible al éxito, al poder, al bienestar,
al placer, se deja seducir por la apariencia y por ello quienes manejan los
sentimientos por ser dueños de los medios y por detectar el poder embriagan con
el engaño y el incumplimiento a los deberes sociales. Se engaña en la familia,
engañan los políticos, engañan los amigos, engaña el gobierno y los estamentos
sociales, engañan los poderes económicos y productores, se engaña el hombre así
mismo., engaña la religión.
Vivimos la política del engaño, la amistad sin sinceridad,
queriendo tapar tantos hechos para conseguir intereses personales, económicos,
justicia a favor, entre otros. Y que proviene del engaño, sino la indiferencia
y la insensibilidad porque cuando no sentimos los rigores sociales no nos damos
cuenta del sufrimiento de los necesitados, no percibimos en su dimensión la
violencia que llega de todos los fantasmas del poder, alimentadores de
desigualdades que reducen física y psicológicamente. Que desencantan las
ilusiones de libertad.
Cuando nos dejamos conducir por la manipulación, por los
detractores sociales nos volvemos indiferentes e insensibles, siendo estos
comportamientos productores de crisis. La espiral finalista de las crisis como
causa de la indiferencia y la insensibilidad, hace violencia, violencia de
muchas formas que llega a todo el tejido social por igual. La no existencia de paz interior, la falta de
duda, la falta de libertad para el actuar, el no saber asumir conductas
sociales, el no superar adversidades, el no rebelarnos ante las injusticias, el
ser intolerantes, nos hace inertes, nos hace envenenarnos lentamente con la
cicuta del desamor.
Resulta pertinente señalar que la indiferencia y la
insensibilidad es toda actitud o estado de ánimo que hace verter cualquier
proceso sin importancia, sin buscar o no adoptar ni combatir ninguna doctrina o
conducta alienante. Bien se dice que causa más daño la indiferencia que la
violencia misma. Dícese también que peor que hacer un daño o causar un mal, que
ofender o robar, es ser indiferente ente el dolor ajeno o más aun cuando no
hacemos nada para mitigar un suceso corrupto. Nos despedazamos a través de la
intolerancia hundiéndonos las fauces hipócritas que desgarra los más profundos
sentires, hasta el culmen del alma.
Hemos hecho un mundo de tanta violencia que ésta pasa tan
indiferente ante los ojos de todos estando en ese todo el generador de la misma
sin prever éstos los efectos que han
producido. Ante tan macabro escenario
solo murmullos se oyen por la apatía latente. Es el murmullo de los que no
pueden hacer nada y son sobre estos que recaen los resultados de las crisis o
el murmullo de algunos que alardean en concia bulos predicando soluciones… La
queja contra la violencia es el pan diario. Vivimos la cultura de la academia,
del conceptualismo, de la retórica profana. Por todos los lugares se escuchan
los sermones y los discursos sobre el tema aduciendo soluciones... Y así nos la
pasamos… Indiferentes consumistas de violencia y su apología, provocadores de
indolencias.
Tal vez lo que estamos haciendo con esta reflexión también
sea esa retórica, pero la diferencia estriba en que lo que estamos haciendo es
denunciar de viva voz para hacer que crezca la audiencia de los inconformes, de
los indignados. Esta voz es ir en contra toda videncia porque esta voz debe
cundir para tomar partido desde nuestro lugar y si por alguna circunstancia
somos artífices de hechos violentos, de
indiferencia e insensibilidades, empecemos a actuar cambiando ese espíritu de
falsa superioridad por un espíritu de humildad que resista ante los honores,
por una conciencia en conciencia en rebelión ante la realidad confusa.
Martin Luther King nos recuerda… “Lo más grave es el
silencio de las buenas personas “. Este razonamiento permite deducir que una
persona que no comete ningún acto corrupto resulta más peligrosa, pues con su
silencio es mostrarse indiferente. Es difícil aceptar que ante las deplorables
crisis que vivimos, ante tantas víctimas de las injusticias sociales se pueda
pasar indiferente, en silencio, sin el mínimo gesto de denunciar o cambiar,
talvez porque somos parte de esos indiferentes, aunque sea por los más
minúsculos hechos-
La vida no puede pasarnos sin asumir posiciones. Ser
violentos hay que medirlo desde el lugar de nuestro hogar, donde cuantas veces
allí nos mostramos insensatos por las calamidades de los nuestros. O desde el
interior de nuestro ser. Esta actitud que a veces no la detectamos fácilmente
nos convierte en apologistas. Ningún principio humano, valor o conducta ética
se puede doblegar ante los dogmas del sufrimiento o de la afrenta. Ello es ir
en contra de la felicidad de la alegría de vivir. No nacimos para sufrir, pero
recibimos la descarga del absurdo del hombre que se encumbra en su tabernáculo
simplista. La civilización perdió su curso dejando al hombre esclavo del mundo
material y la deshumanización eclipsando la grandeza con la que fue creado y
evolucionado.
Volvernos en contra de esas actitudes atrofiantes es dejar
sin efecto la lapidaria frase “El hombre es lobo para el hombre “y por el
contrario asumamos el papel de la solidaridad. Esta dimensión humana incita a
la reconstrucción del bien común donde con luces de encuentro fraternal
iluminen los horizontes en aras del respeto, del desarrollo equilibrado y
justo, en aras de humanizar los sentimientos para la convivencia armónica, para
la sublime paz perpetua.
Otro despojo que debemos desprender de nuestro ser, es el
del ímpetu de la soberbia, el ímpetu de la arrogancia con la cual profanamos el
culto de la humildad., de la sencillez.
Hemos sido actores de la indiferencia alguna vez. Y como nos hemos
sentido cuando se nos mira con desprecio, cuando nos rechazan, cuando poco
importamos para los demás, cuando se nos desplazan las ideas, o que decir
cuando a nuestros hijos se les hace un desplante o un desdén.
Como no conmovernos, como no indignarnos ante la descripción de los aconteceres de las
iniquidades humanas donde el valor del hombre está ausente del hombre, donde
padecemos la ceguera del dilema existencial. El hombre moderno vive de ideales
materialistas pues los aspectos más trascendentes para ser, pierden valor. La
indiferencia ante los aspectos espirituales, ante los aspectos que le dan
fuerza al hombre para crecer hace que la persona humana pierda oportunidades.
Entonces, indiferencia, permisibilidad, falta de criterio e insensibilidad se
convierten en costumbre, en violencia cotidiana, en una guerra contra sí mismos
donde los débiles pierden la guerra siguiendo cautivos de la crueldad humana y
de su poder perpetuo.
El dilema existencial le presenta al hombre dos
ópticas: Una, la de vivir en el egoísmo,
la de vivir para si solo en su propia dimensión solitaria con cara a la
indiferencia y la otra dimensión, vivir para compartir con los demás dentro del
campo humanista, dentro del proyecto del servicio a los demás, que estimule ser
más por el ser para borrar de la faz de la tierra la insensibilidad y la
indiferencia, ambas dimensiones globalizadas
atropellan descarnados sin medida y más aún cuando se tienen gobiernos ímprobos
donde el contrato social ha muerto en la faz de la sociedad y en los
agujeros negros del infortunio politiquero que vaga por la esfera de la
ignominia.
Hoy es común la
insensibilidad social y en esa línea se mueve esta reflexión. La persona
insensible e indiferente, la que se subsume en la violencia no deja sentir ni
vivir el amor social. No podemos
Ser obedientes a las Genesis de la violencia como la acción
de políticos, de poderes de estado, de entes dominantes, de movimientos
criminales, de leyes impopulares, de las leyes degradantes de la condición
humana que deshumanizan perversamente cual el lobo estepario, como acontece con
la reactivación del uso del glifosato y del proceso fracking cuyos efectos
criminales son contra la tierra, el agua, el hombre y la naturaleza sintiente,
contra la vida misma.
Negar el bien es actuar con indiferencia, es descuidar los
valores, es endurecer el corazón. Dícese que permanecer insensible e
indiferente es un indicativo de incomprensión, de no querer o huir de los
enfrentamientos a situaciones, es esconderse en esas mascaras que son la
hipocresía y la insensibilidad para eludir compromisos con el cinismo más
aberrante, lleno del odio que sale de la boca de nuestro hermano del alma
perforando las palabras del perdón.
Del corazón humano es que brota la maldad cuando se carece
de principios. Del poder de los gobernantes injustos emana el acto irracional
que constriñe al ser a la opresión, a la dominación, a la desigualdad social, a
la imperfección, a la imposición de un sentido de vida que lo aleja del mundo
de la razón pura, del mundo de la lucha social como el mayor desafío a llevar a
cabo-
Indiferencia e insensibilidad se despliegan a no decir ni
hacer nada, a no denunciar, a no reclamar con rigor, a no clamar con respeto
ante la descortesía y el comportamiento de desgreño que propician funcionarios
que prestan servicios sociales a la comunidad en tantos sitios públicos y
privados que debemos frecuentar solicitando una atención o un servicio.
Indiferencia e insensibilidad la desplegamos ante la observancia del maltrato a los
animales y a la destrucción del medio ambiente sin pronunciar una queja o
reclamo; indiferencia e insensibilidad
es el comportamiento que desplegamos en nuestros hogares ante un
familiar necesitado: indiferencia e insensibilidad es la postura que
asumimos cuando sabemos de alguien que
requiere un apoyo pasando de largo
como lo hicieron tantos en la
parábola del buen samaritano;
indiferencia e insensibilidad es la conducta de tantos dirigentes políticos,
sociales, Religiosos con su actuar despótico y prometedor que lo único que
buscan es prebendas e intereses personales o acciones de gracia ganadas con camándula ajena como nos lo
recuerda Lutero en su reforma,
El antídoto contra la indiferencia y la insensibilidad es el
amor, es el compartir, es el servir, es el dialogar, es el quererse así mismo
con las dimensiones humanas que adquirimos desde el seno familiar, pues si en
ese centro donde se forma la integralidad humana se carece de afecto y de
principios se estaría edificando al hombre mediocre... Pero si hay solidez formativa va cundiendo a
futuro todo el engranaje del quehacer humano integral como cuerpo vivo solido
en la espiritualidad, fundamento de existencia perenne.
Decimos que toda violencia se combate cuando el hombre
analiza su interior con aquella luz de la ley justa, no impune. La misma ley es generadora de violencia, ya
que la ley en poder de los jueces de mármol se queda en la verdad aparente que
la entregan sin ir más allá del togado por sus propios medios y sobre ella se
juzga, se condena con indicios falsos, falsas pruebas, sin escrutar los valores
humanos, sin medir la grandeza humana, sin comprender víctimas ni victimarios.
La religión es un medio para el bien común, pero allí
también se siembran deficiencias, allí también se oscurece la fe por falta de
la verdad y la práctica del evangelio, que hoy está al margen, ya que la
religión pareciera ser lo único para conocer el mensaje del amor de Jesús, sin
saber que esa religión esta manchada con dogmas sin fe, con miedos, con temores
con oscuras creencias.
Fantasmas de violencia recorren el mundo en una carrera sin
fin donde la dignidad se pierde. La conciencia humana se alimenta de la palabra
necia, del pensar impuro que lleva a la comunidad a desarrollar actos
irracionales y a las instituciones a violar derechos humanitarios. Para Kant,
la condición del hombre es la guerra de todos contra todos. Esto acontece
cuando se carece de principios morales siendo propicio para que el desorden
social se produzca. La carencia de moral social es el camino a la transgresión,
a la negación del hombre, pues hace tiempo negamos al Dios personal para
hacernos dioses, homus deus. El hombre no puede seguir siendo lobo para el
hombre. Esto debe ser una simple ficción de nefastos pasados.
El régimen imperante transforma y ejecuta la democracia
negativamente y eso es violencia política que genera conflictos de todo orden
que deteriora la sociedad alterando las condiciones de vida sociales y culturales
que se encaminan a la deshumanización, acuñando hegemonía que agrede el valor
de la persona, que agrede toda buena gestión, en búsqueda del ... no más. Basta ya...
La violencia moral viciada penetra en las entrañas humanas
perforando la dignidad humana con actos que deforman todo comportamiento
social. Frente a toda violencia como ciudadanos del mundo pacifico, debemos
actuar sin temor, sin exclusión contra todo acto agresivo atentatorio contra
las personas y las instituciones sociales, no hacerlo nos convierte en
apologistas de los delitos, en cómplices de la decadencia, en herejes sociales
y políticos, usurpadores de la paz.
De la condición humana débil brotan los instintos pandémicos
destructores contaminando los espíritus puros, justos y honestos. Como seres
del amor, estamos obligados a examinar la conciencia para cultivar la tierra
prometida, para equilibrar el ser acorde a la naturaleza y sus leyes que a
pesar de la violencia que ejercemos contra ella, nos sigue dando vida, nos
sigue prodigando el pan de vida por medio de sus precursores, los campesinos
gestores de paz y olvidados por la indiferencia, generadores del pan diario,
combatientes del hambre que domina al mundo.
El desafío del hombre es trascender, que se consigue cuando
respetamos al otro en su condición de igual, cuando legitimamos la vida de los
pueblos, cuando construimos en consenso con los gobernantes sentido de derecho
a existir en un mundo globalizado. Abramos el pensamiento libre hacia construir
caminos de esperanza en la diversidad, en la diferencia, en los contrastes
sociales haciendo que esto no altere el devenir social ni el reconocimiento del
hermano prójimo.
Todos somos culpables de la intensidad de la violencia que
viene provocando sentimientos enfermizos modificatorios de la estructura
democrática e institucional. La condición humana sostenida con violencia es
propia de desadaptados sociales, de politiqueros y de aquellos que se asientan
en los salones patrios, de aquellos que desde cómodos sillones nos representan,
de aquellos partidos sin base social y política, de aquella cúpula eclesial
caduca y fraccionada, de aquellos que desde los confines de las sedes
financieras y productivas y desde tantos otros lugares donde se estructuran los
derechos humanitarios y económicos y se imparte justicia con un togado
inmerecido, desprenden impunidad, miseria, dominación, violación, desigualdad,
apropiación y maltrato a tantos hermanos que, de sol a sol, soportan el cristo
de espalda como condenados de la tierra de una república fallida, sentida y
olvidada por la historia como lo predica el historiador.
marsblawyer@gmail.com
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