domingo, 3 de noviembre de 2019

El hombre contra el Hombre



Por Mariano Sierras:
Un dilema existencial ante la fenomenología de una violencia sin fin en un mundo  indiferente.

El hombre, la sociedad, el mundo están en vilo por dejarse seducir por todo aquello que le atrae y le ensancha su apetito de poder y ambición.  El hombre. La sociedad, el mundo son insensibles ante los hechos catastróficos.  Quienes son gestores de los procesos sociales…. es todo el mundo y los estamentos de gobierno y los movimientos y redes sociales que impregnan a la sociedad de mensajes subliminales, de ideas, de formas de pensar, de manipulaciones, de indiscriminaciones donde el sentido humano es una simple quimera.

El ser humano es sensible al éxito, al poder, al bienestar, al placer, se deja seducir por la apariencia y por ello quienes manejan los sentimientos por ser dueños de los medios y por detectar el poder embriagan con el engaño y el incumplimiento a los deberes sociales. Se engaña en la familia, engañan los políticos, engañan los amigos, engaña el gobierno y los estamentos sociales, engañan los poderes económicos y productores, se engaña el hombre así mismo., engaña la religión.

Vivimos la política del engaño, la amistad sin sinceridad, queriendo tapar tantos hechos para conseguir intereses personales, económicos, justicia a favor, entre otros. Y que proviene del engaño, sino la indiferencia y la insensibilidad porque cuando no sentimos los rigores sociales no nos damos cuenta del sufrimiento de los necesitados, no percibimos en su dimensión la violencia que llega de todos los fantasmas del poder, alimentadores de desigualdades que reducen física y psicológicamente. Que desencantan las ilusiones de libertad.

Cuando nos dejamos conducir por la manipulación, por los detractores sociales nos volvemos indiferentes e insensibles, siendo estos comportamientos productores de crisis. La espiral finalista de las crisis como causa de la indiferencia y la insensibilidad, hace violencia, violencia de muchas formas que llega a todo el tejido social por igual.  La no existencia de paz interior, la falta de duda, la falta de libertad para el actuar, el no saber asumir conductas sociales, el no superar adversidades, el no rebelarnos ante las injusticias, el ser intolerantes, nos hace inertes, nos hace envenenarnos lentamente con la cicuta del desamor.

Resulta pertinente señalar que la indiferencia y la insensibilidad es toda actitud o estado de ánimo que hace verter cualquier proceso sin importancia, sin buscar o no adoptar ni combatir ninguna doctrina o conducta alienante. Bien se dice que causa más daño la indiferencia que la violencia misma. Dícese también que peor que hacer un daño o causar un mal, que ofender o robar, es ser indiferente ente el dolor ajeno o más aun cuando no hacemos nada para mitigar un suceso corrupto. Nos despedazamos a través de la intolerancia hundiéndonos las fauces hipócritas que desgarra los más profundos sentires, hasta el culmen del alma.

Hemos hecho un mundo de tanta violencia que ésta pasa tan indiferente ante los ojos de todos estando en ese todo el generador de la misma sin prever éstos los efectos que han producido.  Ante tan macabro escenario solo murmullos se oyen por la apatía latente. Es el murmullo de los que no pueden hacer nada y son sobre estos que recaen los resultados de las crisis o el murmullo de algunos que alardean en concia bulos predicando soluciones… La queja contra la violencia es el pan diario. Vivimos la cultura de la academia, del conceptualismo, de la retórica profana. Por todos los lugares se escuchan los sermones y los discursos sobre el tema aduciendo soluciones... Y así nos la pasamos… Indiferentes consumistas de violencia y su apología, provocadores de indolencias.

Tal vez lo que estamos haciendo con esta reflexión también sea esa retórica, pero la diferencia estriba en que lo que estamos haciendo es denunciar de viva voz para hacer que crezca la audiencia de los inconformes, de los indignados. Esta voz es ir en contra toda videncia porque esta voz debe cundir para tomar partido desde nuestro lugar y si por alguna circunstancia somos artífices de hechos violentos, de indiferencia e insensibilidades, empecemos a actuar cambiando ese espíritu de falsa superioridad por un espíritu de humildad que resista ante los honores, por una conciencia en conciencia en rebelión ante la realidad confusa.
Martin Luther King nos recuerda… “Lo más grave es el silencio de las buenas personas “. Este razonamiento permite deducir que una persona que no comete ningún acto corrupto resulta más peligrosa, pues con su silencio es mostrarse indiferente. Es difícil aceptar que ante las deplorables crisis que vivimos, ante tantas víctimas de las injusticias sociales se pueda pasar indiferente, en silencio, sin el mínimo gesto de denunciar o cambiar, talvez porque somos parte de esos indiferentes, aunque sea por los más minúsculos hechos-

La vida no puede pasarnos sin asumir posiciones. Ser violentos hay que medirlo desde el lugar de nuestro hogar, donde cuantas veces allí nos mostramos insensatos por las calamidades de los nuestros. O desde el interior de nuestro ser. Esta actitud que a veces no la detectamos fácilmente nos convierte en apologistas. Ningún principio humano, valor o conducta ética se puede doblegar ante los dogmas del sufrimiento o de la afrenta. Ello es ir en contra de la felicidad de la alegría de vivir. No nacimos para sufrir, pero recibimos la descarga del absurdo del hombre que se encumbra en su tabernáculo simplista. La civilización perdió su curso dejando al hombre esclavo del mundo material y la deshumanización eclipsando la grandeza con la que fue creado y evolucionado.

Volvernos en contra de esas actitudes atrofiantes es dejar sin efecto la lapidaria frase “El hombre es lobo para el hombre “y por el contrario asumamos el papel de la solidaridad. Esta dimensión humana incita a la reconstrucción del bien común donde con luces de encuentro fraternal iluminen los horizontes en aras del respeto, del desarrollo equilibrado y justo, en aras de humanizar los sentimientos para la convivencia armónica, para la sublime paz perpetua.

Otro despojo que debemos desprender de nuestro ser, es el del ímpetu de la soberbia, el ímpetu de la arrogancia con la cual profanamos el culto de la humildad., de la sencillez.  Hemos sido actores de la indiferencia alguna vez. Y como nos hemos sentido cuando se nos mira con desprecio, cuando nos rechazan, cuando poco importamos para los demás, cuando se nos desplazan las ideas, o que decir cuando a nuestros hijos se les hace un desplante o un desdén.

Como no conmovernos, como no indignarnos ante la   descripción de los aconteceres de las iniquidades humanas donde el valor del hombre está ausente del hombre, donde padecemos la ceguera del dilema existencial. El hombre moderno vive de ideales materialistas pues los aspectos más trascendentes para ser, pierden valor. La indiferencia ante los aspectos espirituales, ante los aspectos que le dan fuerza al hombre para crecer hace que la persona humana pierda oportunidades. Entonces, indiferencia, permisibilidad, falta de criterio e insensibilidad se convierten en costumbre, en violencia cotidiana, en una guerra contra sí mismos donde los débiles pierden la guerra siguiendo cautivos de la crueldad humana y de su poder perpetuo.

El dilema existencial le presenta al hombre dos ópticas:  Una, la de vivir en el egoísmo, la de vivir para si solo en su propia dimensión solitaria con cara a la indiferencia y la otra dimensión, vivir para compartir con los demás dentro del campo humanista, dentro del proyecto del servicio a los demás, que estimule ser más por el ser para borrar de la faz de la tierra la insensibilidad y la indiferencia, ambas dimensiones globalizadas  atropellan descarnados sin medida y más aún cuando se tienen gobiernos ímprobos donde el contrato social ha muerto en la faz de la sociedad y en  los  agujeros negros del infortunio politiquero que vaga por la esfera de la ignominia.

Hoy es común la   insensibilidad social y en esa línea se mueve esta reflexión. La persona insensible e indiferente, la que se subsume en la violencia no deja sentir ni vivir el amor social. No podemos
Ser obedientes a las Genesis de la violencia como la acción de políticos, de poderes de estado, de entes dominantes, de movimientos criminales, de leyes impopulares, de las leyes degradantes de la condición humana que deshumanizan perversamente cual el lobo estepario, como acontece con la reactivación del uso del glifosato y del proceso fracking cuyos efectos criminales son contra la tierra, el agua, el hombre y la naturaleza sintiente, contra la vida misma.

Negar el bien es actuar con indiferencia, es descuidar los valores, es endurecer el corazón. Dícese que permanecer insensible e indiferente es un indicativo de incomprensión, de no querer o huir de los enfrentamientos a situaciones, es esconderse en esas mascaras que son la hipocresía y la insensibilidad para eludir compromisos con el cinismo más aberrante, lleno del odio que sale de la boca de nuestro hermano del alma perforando las palabras del perdón.

Del corazón humano es que brota la maldad cuando se carece de principios. Del poder de los gobernantes injustos emana el acto irracional que constriñe al ser a la opresión, a la dominación, a la desigualdad social, a la imperfección, a la imposición de un sentido de vida que lo aleja del mundo de la razón pura, del mundo de la lucha social como el mayor desafío a llevar a cabo-

Indiferencia e insensibilidad se despliegan a no decir ni hacer nada, a no denunciar, a no reclamar con rigor, a no clamar con respeto ante la descortesía y el comportamiento de desgreño que propician funcionarios que prestan servicios sociales a la comunidad en tantos sitios públicos y privados que debemos frecuentar solicitando una atención o un servicio.

Indiferencia e insensibilidad  la desplegamos  ante la observancia del maltrato a los animales y a la destrucción del medio ambiente sin pronunciar una queja o reclamo; indiferencia e insensibilidad  es el comportamiento que desplegamos en nuestros hogares ante un familiar necesitado: indiferencia e insensibilidad es la postura que asumimos  cuando sabemos de alguien que requiere un apoyo pasando de largo   como  lo hicieron tantos en la parábola del  buen samaritano; indiferencia e insensibilidad es la conducta de tantos dirigentes políticos, sociales, Religiosos con su actuar despótico y prometedor que lo único que buscan es prebendas e intereses personales o acciones de gracia  ganadas con camándula ajena como nos lo recuerda Lutero en su reforma,

El antídoto contra la indiferencia y la insensibilidad es el amor, es el compartir, es el servir, es el dialogar, es el quererse así mismo con las dimensiones humanas que adquirimos desde el seno familiar, pues si en ese centro donde se forma la integralidad humana se carece de afecto y de principios se estaría edificando al hombre mediocre...  Pero si hay solidez formativa va cundiendo a futuro todo el engranaje del quehacer humano integral como cuerpo vivo solido en la espiritualidad, fundamento de existencia perenne.

Decimos que toda violencia se combate cuando el hombre analiza su interior con aquella luz de la ley justa, no impune.  La misma ley es generadora de violencia, ya que la ley en poder de los jueces de mármol se queda en la verdad aparente que la entregan sin ir más allá del togado por sus propios medios y sobre ella se juzga, se condena con indicios falsos, falsas pruebas, sin escrutar los valores humanos, sin medir la grandeza humana, sin comprender víctimas ni victimarios.

La religión es un medio para el bien común, pero allí también se siembran deficiencias, allí también se oscurece la fe por falta de la verdad y la práctica del evangelio, que hoy está al margen, ya que la religión pareciera ser lo único para conocer el mensaje del amor de Jesús, sin saber que esa religión esta manchada con dogmas sin fe, con miedos, con temores con oscuras creencias.

Fantasmas de violencia recorren el mundo en una carrera sin fin donde la dignidad se pierde. La conciencia humana se alimenta de la palabra necia, del pensar impuro que lleva a la comunidad a desarrollar actos irracionales y a las instituciones a violar derechos humanitarios. Para Kant, la condición del hombre es la guerra de todos contra todos. Esto acontece cuando se carece de principios morales siendo propicio para que el desorden social se produzca. La carencia de moral social es el camino a la transgresión, a la negación del hombre, pues hace tiempo negamos al Dios personal para hacernos dioses, homus deus. El hombre no puede seguir siendo lobo para el hombre. Esto debe ser una simple ficción de nefastos pasados.
El régimen imperante transforma y ejecuta la democracia negativamente y eso es violencia política que genera conflictos de todo orden que deteriora la sociedad alterando las condiciones de vida sociales y culturales que se encaminan a la deshumanización, acuñando hegemonía que agrede el valor de la persona, que agrede toda buena gestión, en búsqueda del ...     no más. Basta ya...

La violencia moral viciada penetra en las entrañas humanas perforando la dignidad humana con actos que deforman todo comportamiento social. Frente a toda violencia como ciudadanos del mundo pacifico, debemos actuar sin temor, sin exclusión contra todo acto agresivo atentatorio contra las personas y las instituciones sociales, no hacerlo nos convierte en apologistas de los delitos, en cómplices de la decadencia, en herejes sociales y políticos, usurpadores de la paz.

De la condición humana débil brotan los instintos pandémicos destructores contaminando los espíritus puros, justos y honestos. Como seres del amor, estamos obligados a examinar la conciencia para cultivar la tierra prometida, para equilibrar el ser acorde a la naturaleza y sus leyes que a pesar de la violencia que ejercemos contra ella, nos sigue dando vida, nos sigue prodigando el pan de vida por medio de sus precursores, los campesinos gestores de paz y olvidados por la indiferencia, generadores del pan diario, combatientes del hambre que domina al mundo.

El desafío del hombre es trascender, que se consigue cuando respetamos al otro en su condición de igual, cuando legitimamos la vida de los pueblos, cuando construimos en consenso con los gobernantes sentido de derecho a existir en un mundo globalizado. Abramos el pensamiento libre hacia construir caminos de esperanza en la diversidad, en la diferencia, en los contrastes sociales haciendo que esto no altere el devenir social ni el reconocimiento del hermano prójimo.

Todos somos culpables de la intensidad de la violencia que viene provocando sentimientos enfermizos modificatorios de la estructura democrática e institucional. La condición humana sostenida con violencia es propia de desadaptados sociales, de politiqueros y de aquellos que se asientan en los salones patrios, de aquellos que desde cómodos sillones nos representan, de aquellos partidos sin base social y política, de aquella cúpula eclesial caduca y fraccionada, de aquellos que desde los confines de las sedes financieras y productivas y desde tantos otros lugares donde se estructuran los derechos humanitarios y económicos y se imparte justicia con un togado inmerecido, desprenden impunidad, miseria, dominación, violación, desigualdad, apropiación y maltrato a tantos hermanos que, de sol a sol, soportan el cristo de espalda como condenados de la tierra de una república fallida, sentida y olvidada por la historia como lo predica el historiador.

marsblawyer@gmail.com

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