Por Manuel Humberto Restrepo Domínguez:
La movilización de protesta en América del Sur y España, no
tienen en su fuente las violencias, ni provienen de asociaciones al terrorismo,
ni las fomenta la izquierda. Son expresiones producto de la cada vez más
notoria ruptura entre el orden económico, que da ganancias y poder político a
pocos y el orden social más injusto y desigual. Las mayorías en protesta solo
reclaman garantías a derechos ya ganados. En américa por derechos sociales, en
España por derechos políticos. Son levantamientos no orientados a obtener algo
nuevo, si no a impedir la continuidad del desastre y acceder a lo suyo.
En el camino de la protesta se atraviesan tres grandes
obstáculos, que conducen hacia la violencia y por esta vía la pérdida del
capital político y organizativo que podría ganarse en cada movilización. La
primera es la intransigencia, autoritarismo y arrogancia del gobierno, que
descalifica, amenaza, estigmatiza y condena de antemano creando condiciones
adversas; después la ferviente militancia periodística de los medios que
confunde, miente y reduce a espectáculo morboso lo que ocurre, llenando sus
parrillas de presunciones y prejuicios y; tercera la arremetida policial,
forzada a alterar, reprimir y provocar escenas de violencia que minan la
legitimidad de la protesta, reducen la calidad de ciudadanos responsables de
quienes protestan y debilitan la capacidad de organización.
En América la movilización la nutren sectores medios y
empobrecidos, que dinamizan protestas indetenibles en poco tiempo y unen
sentimientos reprimidos de desesperanza, desesperación, temor y rabia, forman
multitudes, antes que masas conscientes que respondan a un proyecto social u
organización política. Este modo de acción concentra los inconformismos por el
abandono y olvido del estado, que no ve, oye, ni atiende las demandas urgentes
de quienes carecen de los bienes materiales para satisfacer necesidades que
parecían superadas.
Son luchas transversales, en las que confluyen múltiples
agendas complementarias. Son movimientos espontáneos, aunque en ellos
participen sectores de amplia y solida tradición, conducidos especialmente por
jóvenes, en lucha contra el poder hegemónico, al que se le reclama haber tomado
partido por el capital, entregado la democracia del pueblo al mercado (legal e
ilegal) y proveerlo con los bienes públicos el enriquecimiento, despojo y
acumulación de los recursos que corresponden a derechos.
La reivindicación en américa es por garantías a derechos
sociales y económicos. Son grandes movilizaciones, a las que el estado ofrece
fuerza policial desbordada. En el centro de Santiago arde el edificio de
energía por un aumento en las tarifas del metro y se revive el fantasma de
Pinochet; hace una semana fue Quito por un aumento en las tarifas de
combustibles, por eliminación de subsidios y se revive el fantasma de de los
buscadores del tesoro de Atahualpa que no dudaron en torturar y quemar a los
indios y; desde hace unos días en Bogotá y otras ciudades retumba un eco de
descontento y recriminación por dilaciones a los derechos de educación, salud,
jubilación y empleo y medidas latentes como la regulación de la protesta. Son
multitudes, que denuncian desigualdades y reflejan las consecuencias de la
voracidad criminal de los financistas, que ganan expulsando del sistema humano
a miles de personas que quedan sin garantías para llevar la vida con dignidad.
A diferencia de América del Sur, Barcelona encarna otra
lucha, de reivindicación política centrada en la libertad y contra una especie
de totalitarismo en democracia. Cientos de miles de catalanes, hacen pueblo y
no muchedumbre, ni multitud espontanea, convocan a Europa a ser consecuente con
su mejor conquista: libertad. Llaman al gobierno y a la sociedad española a
recocerles su derecho a ser libres a su modo y a tener soberanía sin la
injerencia del estado español bipartidista, cuyas partes contaminadas de
dictadura franquista, impiden desactivar el espíritu de dominación y conquista,
así como pudieron desactivar las armas por acuerdo pacífico.
El pueblo catalán, no responde a la lógica de lucha
transversal ni espontanea, son sectores medios y acomodados de población,
resultado de un acumulado de tradición histórica, que trata de completar su
libertad y su autonomía, pidiéndole al estado que la realidad jurídica y social
que hay en las líneas de la constitución española, les permita vivir como
nación con territorio, lengua, costumbres y modos de ser catalanes antes que
españoles y hacer realidad el derecho a ser independientes, conforme a la
autonomía señalada con la práctica y la cultura jurídica de posguerra.
Cataluña, hace tiempo reclama que se cumpla la constitución que en su primer
artículo proclama el carácter democrático del estado, que ampara su validez en
las decisiones de los poderes públicos cuando derivan del consentimiento de los
ciudadanos.
Hay percepción de doblegamiento de las cortes al poder
político y de alejamiento de la voluntad popular, al tratar de imponer la
supremacía constitucional (¿dictadura constitucional?) que ahoga la vitalidad
de una democracia tomada como ejemplo en la misma américa latina, en la que
dejó enterradas sus espadas y sus cruces, para que nunca regresaran al viejo
mundo. Encarcelando y silenciando a sus líderes y gobernantes, por reclamar
autonomía, en Cataluña el estado español parece hacer renacer el espíritu de su
pasado invasor en américa, del que todavía permanecen vigentes sus huellas en
casos como Colombia, donde “el único delito es estar contra el gobierno” y
donde la desobediencia al poder del soberano (y su partido) no se paga con
cárcel, si no con amenaza, destierro y muerte, como lo muestra la tenebrosa
cifra superior a 700 líderes y defensores de derechos asesinados a la sombra de
la revuelta social y la construcción de paz.
En América y en Barcelona, se pueden estar sentando las
bases de una agenda global común contra el capitalismo y su espíritu depredador
de la política, la democracia y la vida misma en todas sus condiciones. Además
queda claro que la violencia es “preparada y producida en contra de las
movilizaciones”, para deslegitimar, dispersar y estigmatizar y es incubada en
las ultraderechas políticas, que se valen de la acción policial, como
herramienta de fuerza desbordada que alienta, empuja y crea condiciones de caos
utilizables para reprimir, enjuiciar, limitar y amedrentar el ánimo de
resistencia pacífica y organizada y “llenar de razones” al gobierno para
promover la seguridad y la fuerza y declarar que el estado está en guerra
contra un enemigo implacable.
mrestrepo33@hotmail.com
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