Por Manuel Humberto Restrepo Domínguez:
Quizá no se conozca en la historia de los conflictos armados
recientes, el caso de una guerrilla que haya hecho tanto para desarmarse, ni de
un gobierno, que haya hecho tanto para obligarla a desistir de ese propósito.
Las FARC, se acabaron y nació de allí la FARC, en singular, como partido
político, que no logra posicionarse en ningún lugar de la política y la
movilización social. Aprendió a sobrevivir a los ataques de la derecha, que lo
recrimina y aborrece, pero tampoco logró asumir liderazgo en la izquierda.
Electoralmente fallaron las cuentas y solo le quedaron las diez curules del
pacto de paz, acordadas para senado y cámara, que apenas si le permiten unos
pocos minutos al aire en el parlamento, controlado por el partido en el poder,
que reniega de no haberlos exterminado y trata de usarlos como chivos
expiatorios de todos los males padecidos y por padecer, y les impide hablar y
actuar con el tono de su discurso construido durante varias décadas.
Es el derecho a la paz y no solo los acuerdos lo que se ha
incumplido. Tampoco se ha cumplido el orden constitucional que obliga a crear
condiciones para sobreponer los actos de paz sobre los de la guerra. Tampoco
hay esfuerzos serios (más allá del papel firmado pero incumplido), por
fortalecer políticas de estado para que los derechos tengan sentido, recursos y
disposición institucional para que sean realizados por la población colombiana.
El estado de derecho esta resquebrajado y se vive en un naturalizado estado de
cosas inconstitucional, presente en sus millones de desplazados, victimas,
desempleados y adicionales con las crecientes desapariciones forzadas,
asesinato sistemático de sus líderes sociales y excombatientes y corrupción en
todo su furor instalada por dentro de la estructura del estado. La cotidianidad
es de violencias está desbordada y es arropada por la arrogancia del poder, que
no ve, no escucha y no atiende las urgencias de la mayoría de población que
clama oportunidades para vivir con dignidad. Esas son apenas unas pocas razones
objetivas para perder o ganar la esperanza en la construcción de paz estable y
duradera.
Del seno de este panorama y no del fracaso o vaso medio
lleno de la implementación de los acuerdos depende el tipo de luchas humanas,
sean civiles o armadas. De ahí y no de las cenizas de un pasado reciente es que
emergió la noche del 28 de agosto la noticia y video promocional de una nueva
guerrilla, que anuncia retomar las armas y promover el sueño de la patria libre
de Bolívar como lo indican sus señales graficas que completan la escena del
regreso a las armas. No es una disidencia, son antiguos armados, que habiéndose
desarmado regresan, se desmarcan totalmente del partido al que pertenecieron y
de las reglas fijadas por la constitución y las leyes colombianas, y afirman
que hay suficientes causas para validar su levantamiento en armas contra el
estado, conforme a lo previsto como derecho de rebelión.
Quienes se presentan allí son viejos y experimentados
guerrilleros. Los que aparecen en la foto configuran un estado mayor, secretariado
o dirección colectiva, que reclama su condición de actor político, que desde la
ilegalidad disputara la legitimidad del estado y, tratara de afectar el bien
jurídico que es la constitución vigente, al amparo y subordinación de las
reglas del derecho internacional humanitario. Quedan sin vínculo alguno con la
justicia especial de paz y sus hechos y acciones de guerra serán los que le
permitan a la sociedad calificar que tipo de insurgencia son, nada es
previsible salvo que son armados de verdad. Al producirse una ruptura total con
el orden constitucional vigente su adversario es el estado y en particular
afirman que sus objetivos serán las elites, que gobiernan, controlan y ejercen
el poder coactivo, represivo y de manejo de las políticas, las finanzas
públicas y la hegemonía de las decisiones. Así ven ellos las cosas y en
consecuencia actuarán buscando que su pensamiento convenza para ser vanguardia.
Le corresponde a la sociedad seguir construyendo la paz
estable y duradera, sin dejarse provocar ni seducir, por quienes acuden a
gritar y a rechazan la guerra en la retórica, pero la alientan sosteniendo
ejércitos privados, ponen recursos para ejecutarla y llaman a cobrar venganza y
despertar heridas y rencores. A la sociedad le corresponde a través de sus
organizaciones civiles, sociales, académicas y defensoras de derechos,
demostrar con hechos de paz, que hay otras formas de lucha y movilización que
hacen innecesaria e indeseable la lucha armada. El problema está en demostrarlo
con modos de acción contundentes, con organización y unidad de propósitos
comunes, desmontando egos que impiden avanzar en colectivo, y no cayendo en la
lógica de la paz derrotada. Son cientos, miles de experiencias de paz que
tienen como base la defensa y construcción de justicia y dignidad sin guerra.
Hay que retomarlas. Indígenas, campesinos y estudiantes, son quienes mejor han
logrado instalar en la defensa de la vida y de la paz renovados modos de acción
y movilización.
La insurgencia civil más contundente tendrá que darse con
las elecciones que vienen en octubre 27, de lo que ocurra dependerá el destino
de la nación y las maneras de vivir en Colombia. Los votos tendrán que
orientarse hacia los mejores seres humanos, a personas de incuestionable
honorabilidad, de talante ético y compromiso real con la paz y el respeto a los
derechos de las comunidades, abiertos defensores del bien público y del estado
de derecho, sin vínculo con ningún actor de la guerra. En las urnas tendrá que
escribirse el mensaje que se le quiera enviar a los nuevos alzados en armas. Si
el proceso electoral sigue siendo propiedad de las elites y los ganadores
fueran los mismos corresponsables de la guerra, la nueva insurgencia armada
tendrá futuro y una pista despejada para cobrar su victoria.
Los que no tienen partido, ni obedecen a centros de
dirección e inclusive ya no confían en nadie, campesinos, obreros, mujeres,
indígenas, estudiantes, que podrían agarrar un arma, pero no quieren o no
pueden, tienen la palabra y la posibilidad de hacer mucho para transformar este
país y saben que el momento es ahora, justo en este limbo que va del regreso a
la guerra (con un nuevo actor del conflicto armado) y de la paz embolatada
entre marañas jurídicas que impiden implementar el pacto político suscrito.
P.D. No hay que dejarse robar la esperanza sentencio el papa
Francisco y en todas las paredes retumba ese eco. La universidad, que es mi
lugar de existencia así lo reclama, así lo espera y hacia allá orienta todas
sus fuerzas, esfuerzos y disposición de lucha desde las artes, las ciencias y
las humanidades. La universidad pública colombiana no está subordinada a ningún
partido político, ni organización social, ni representa ideas hegemónicas de
poder, y es ahí donde hace diferencia para no dejar que se esfume el derecho
humano a la paz y para no caer en la angustia de las violencias. La universidad
nunca va a tirar tiros, sus ideas e imaginación siempre serán más contundentes
que la fuerza del fusil y más alentadoras que los odios y las pasiones con las
que la guerra envilece y mata en vida.
mrestrepo33@hotmail.com
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