Por Juan Pablo Cárdenas S.:
Lo que más le ha reprochado el Gobierno a la diputada Camila
Vallejo, por su propuesta de reducir la jornada laboral, es que su iniciativa
escape a las normas constitucionales vigentes. Se le acusa de haber jurado
respetar la Carta Fundamental de Pinochet, como deben hacer todos los
parlamentarios que asumen en dichos cargos y, por supuesto, le advierte que
recurrirá al Tribunal Constitucional en caso de que prospere su idea en el
Poder Legislativo.
No se ataca el fondo de la propuesta. No se le entregan al
país informaciones certeras respecto del impacto que podría ocasionar una
reducción a 40 horas de trabajo y no a las 41 que propone el oficialismo,
empeñado en que se le dé cumplimiento a una Constitución que acota a los
integrantes del Congreso Nacional a aprobar o rechazar solo lo que proponga La
Moneda en todo aquello que pueda comprometer el Presupuesto de la Nación.
Debates políticos como los que estamos observando en este
tema son ilustrativos de la forma en que el conjunto de la llamada clase política
(salvo contadas excepciones) ha sacralizado la Carta Fundamental de 1980 con
las cosméticas modificaciones que se le hicieron durante la administración de
Ricardo Lagos. Por supuesto que nos hubiera gustado en todos estos años de
postdictadura que quienes prometieron una Asamblea Constituyente y una nueva
Carta Fundamental se hubieran abstenido de jurar o prometer el apego en todos
sus actos al texto todavía vigente y que tal parece perpetuarse. Con todo, son
muchas la manifestación de nuestra historia en que los actores políticos,
sociales y uniformados han violado la ley y la Constitución. De otra manera
seguiríamos estancados en el siglo XIX o XX. ¡Vaya cómo saben de esto, por lo
demás, los conspiradores y golpistas de derecha que ahora rasgan vestiduras por
la irreverente actitud de la diputada Vallejo!
Lo que hay que afirmar con claridad es que los ideales de
justicia social lo que necesitan, justamente, es derribar los obstáculos que se
oponen a sus objetivos. Es posible que algunas transformaciones puedan
materializarse con apego al ordenamiento constitucional, pero la historia es
contundente en demostrar que, por lo general, los cambios necesitan de una
justa rebelión ante lo establecido. Imponen pasar por alto las legislaciones
construidas por los que quienes mantener sus privilegios versus las
aspiraciones de los pueblos y, en particular, de los más oprimidos.
Ya demasiado tiempo ha pasado en Chile sin que se avance en
favor de la equidad social, un salario mínimo digno, una previsión social justa,
así como que el Estado se propongas realmente garantizar derechos tan
fundamentales como el de la educación y salud. Por el contrario, todos sabemos
que los gobiernos de los últimos años han venido acrecentando la brecha entre
pobres y ricos, así como favorecido la concentración económica e hipotecado
nuestro territorio ante las transnacionales y los inversionistas extranjeros.
Los que se han convertido, incluso, en propietarios de un recurso tan
fundamental como el agua. Además de nuestros yacimientos y empresas de
servicios públicos.
El más emblemático de los establecimientos educacionales, el
Instituto Nacional, nos ofrece en estos días el lamentable espectáculo de que
sus estudiantes deban asistir a clase con los techos de su edificio poblado de
carabineros fuertemente armados y bajo la condición de ingresar a sus aulas
después de una insolente revisión de sus mochilas y otros enseres. Mientras la
represión policial se enseñorea también en las calles a lo largo de todo Chile
ante cualquiera que se anime a protestar y demandar justicia. “Hay que velar
por nuestro estado de derecho”, nos dicen las autoridades, bajo el asentimiento
cómplice de aquellos opositores y disidentes de ayer que se sienten cómodos con
las granjerías que ofrece el sistema institucional a los legisladores
cómplices, a los jueces abyectos y a los sindicalistas vendidos. Muy contentos,
ahora, de ser considerados por los canales de televisión y entrevistados por
esa cáfila de periodistas y animadores mediocres y estridentes que ofician en
sus matinales y farándulas. Mientras los periodistas serios son excluidos o
despedidos apenas ejercen la más mínima crítica al orden establecido.
El gobierno de Piñera estira la cuerda porque sabe que en
apenas unas semanas más se va a dar inicio a un nuevo proceso electoral, en que
la demagogia y el populismo colectivo de los contendientes invadirá los medios
de comunicación y la propaganda política para otra vez llenarnos de promesas,
asegurándole al país que, ahora sí, podrán los jubilados aspirar a una pensión
digna, que los hospitales van a atender a todos los enfermos que se mueren por
miles esperando una consulta médica o intervención quirúrgica. Que por fin será
la hora de fortalecer la educación pública, que continúa sufriendo
invariablemente los estragos de un régimen que solo quiere favorecer a la
instrucción pagada y elitista, las clínicas pagadas y a los inversionistas que
nos traen pan para hoy y hambre para nuestro porvenir soberano.
Para que los mismos y unos cuantos más lleguen a los municipios
y después al Parlamento o a La Moneda a jurar su fidelidad a la Constitución y
a las leyes de la República, a fin de que todo siga igual mientras la rebeldía
popular no se organice y movilice. Esto es, sin ambages, enfrentándose a la
legislación que tantos prometieron cambiar y ahora los tiene apoltronados en el
poder. Y nada, finalmente, harán en favor de la justicia, mientras se ufanan
todos los días de nuestras multimillonarias reservas, abultado PIB y, por
supuesto, le otorgan más y más recursos a los celadores del sistema: a los
uniformados que, de fratricidas, han derivado en ladrones. Además de apuntar
ahora a las cabezas de los escolares.
juanpablo.cardenas.s@gmail.com
Qué bien que un periodista recuerde a todos los chilenos la gran mentira en que vivimos.
ResponderEliminarNo se trata de cualquier periodista. Se trata de uno consecuente con sus principios. ¡Es un gran periodista! Es Juan Pablo Cárdenas. ¡Un profeta de nuestros tiempos! Me uno solidariamente a su lucha que es la mía.
Pbro. Eugenio Pizarro Poblete+