Por Jorge Aniceto Molinari:
La Revolución francesa (1789) marcó un hito en la historia
de la humanidad. El capitalismo naciente requería la libertad necesaria para
poder desarrollarse y superar las trabas del feudalismo. Para ello debía
recurrir a la esencia misma de la naturaleza humana y proclamó: fraternidad,
libertad e igualdad aún cuando sabía que un avance con esos contenidos iba a
tener los propios límites del sistema que se estaba imponiendo.
La socialdemocracia nació con la Revolución francesa, que
equivale a admitir que es el producto político popular del propio surgimiento
del capitalismo.
Su nacimiento de alguna manera está emparentado con la
necesidad del propio capitalismo como sistema, de la mayor amplitud social para
su desarrollo y aquí una disquisición. Cada empresario, cada capitalista
consideraba que sus costos eran lo importante y por lo tanto su esfera de influencia debía ser avara
en el reconocimiento de los derechos a la vez que sentía que sus competidores
no lo fueran para tener para sí un mejor mercado.
La socialdemocracia nació entonces como una política de
Estado capaz de dar la amplitud social que el capitalismo necesitaba arbitrando
lo mejor posible las relaciones intercapitalistas. El primer partido con ese nombre data de 1863
en Alemania, un año antes de la fundación de la 1era Internacional (1864),
aunque otros estiman que fue en 1869. Recordemos que el manifiesto del Partido
Comunista de Marx y Engels es de 1848.
Es una época de una inmensa riqueza ideológica. Nosotros
fieles a las enseñanzas de los maestros sentimos que el crisol material de esa
época hacía que surgieran mentes capaces de resumir en textos formidables
–conductores- toda la coyuntura que se estaba dando. Una concepción idealista
nos daría vuelta el razonamiento y nos diría que fueron esas mentes las que
alumbraron ese devenir histórico.
La socialdemocracia fue una necesidad del capitalismo pero a
la vez la precursora de señalar los limites en los cuales este sistema debía
inexorablemente de transitar.
Ese también fue su drama. Marx y Engels pretendieron de la
primera Internacional un programa –elaboraron con ese fin- para transitar
organizadamente lo que podría ser una transición a un sistema superior.
Su inmensa obra muestra claramente como le dieron al
capitalismo el valor de poder llegar a través de su modo de producción hasta
los confines del planeta pero a la vez desde el punto de vista de la dimensión
humana los límites que el aparato productivo tenía en tanto nacía de la
necesidad de invertir la plusvalía, que no es otro el origen del capital.
Fueron derrotados temporalmente por las necesidades
inmediatas de capas superiores del propio proletariado expresadas de alguna
manera en el bakuninismo. No se podía medir a todo el proletariado con el mismo
rasero y más aún con la existencia de un proletariado avanzado en los países
centros de avances imperialistas en ese mundo de desarrollo capitalista.
Además a ello hay que agregar la necesidad de las capas
dirigentes de las burguesías de esas potencias imperialistas, de hacer
cómplices a los dirigentes de ese proletariado de sus necesidades de guerra, de
sus necesidades de conquista, de nuevos mercados. La socialdemocracia quebró
históricamente su perspectiva de un capitalismo democrático cuando votó con los
opresores imperialistas los créditos de guerra (1914).
Frente a ello un ala de la misma reivindicó en Alemania sus
orígenes y combatió esa política: Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknecht, en el
combate por esas ideas fueron asesinados.
Lenin, mientras tanto elaborando política permanentemente,
construía un Partido socialdemócrata profundamente aferrado a las enseñanzas de
Marx y Engels, y conducía al pueblo ruso a la más grande revolución de la
historia, que incorporaba derechos jamás conocidos en los pueblos del mundo
(ver el brillante resumen de esto en el editorial de Batlle y Ordoñez en “El
Día” a la muerte de Lenin). Asumía de sus maestros la denominación universal de
comunistas, ya reivindicada en el manifiesto de 1848. Es cierto que su triunfo
fue cimentado por la tremenda crisis provocada por la primera guerra mundial y
la falta de perspectivas propias del capitalismo ruso para poder afrontar la
necesidad del funcionamiento del aparato productivo, pero sin ese partido
hubiera sido imposible lograrlo.
El capitalismo estaba lejos aún de llegar a sus límites,
Lenin en 1916 analizaba en “El Imperialismo fase superior del capitalismo” que
se avecinaba una etapa en la que el gobierno de la economía iba a pasar de los
Estados a los complejos empresariales multinacionales que es lo que hoy está ocurriendo.
Luego de la primera guerra mundial el capitalismo se repuso,
Lenin fue derrotado por una corriente que instauró el capitalismo de Estado con
la falsa etiqueta de “comunista”, que no renegó de las conquistas obtenidas por
los bolcheviques pero que pasó a desarrollar un capitalismo de Estado en
pretendida competencia con lo que existía en las naciones desarrolladas, con el
beneplácito ideológico de estas que habían temido la proyección socialdemocráta
universal del pensamiento de Lenin.
En un siniestro símil con lo ocurrido con la revolución
francesa los bolcheviques fueron aniquilados.
La socialdemocracia así entró en la crisis en la que aún hoy
está sumida, sin ninguna perspectiva histórica como tal y sin poder definirse
ante las disyuntivas que la crisis del régimen globalmente les plantea.
Se nos habla de que luchan por un “socialismo democrático”
que nadie sabe definir bien que es y a lo sumo balbucean de que es para
diferenciarlo del socialismo totalitario instaurado por el stalinismo.
El terreno donde mejor se puede analizar esta realidad es en
el programático. Los auténticos stalinistas (que aún los hay) siguen
reivindicando la estatización de la economía, aun cuando no en pocas veces sea
necesario reivindicarla para defender coyunturalmente el aparato productivo,
pero ellos la piensan como programa como objetivo finalista para eliminar la
propiedad privada.
Los socialdemócratas reformistas, herederos de los votantes
de los créditos de guerra al inicio de la primera guerra mundial, se quedaron
en el capitalismo, no lo sueñan como estación final pero ambicionan mejorarlo y
eso va a contra pelo de los paraísos fiscales, de las deudas en crecimiento y
de las emisiones monetarias en crecimiento, se aferran a solo definir la
democracia que cada vez se hace más incómoda dentro de los marcos del
capitalismo actual.
Mientras tanto la vida sigue, la crisis de la predominancia
del modo de producción capitalista ya es irreversible y el mundo necesita que
lo mejor de la humanidad se una en el tránsito hacia un sistema superior con un
programa que permita hacerlo en paz.
La socialdemocracia debe aportar su experiencia abriéndose
al debate.
sipagola@adinet.com.uy
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