sábado, 27 de abril de 2019

Imperialismo, subversión e integración en África




Por Ernesto Wong Maestre:

El imperialismo sigue impulsando, principalmente desde su polo estadounidense y el anglo-franco-alemán, ahora mediante la “guerra híbrida”, la desestructuración político-administrativa de todo el hemisferio norte de África.  Tras los sucesos actuales, ocurridos en Argelia, Sudán del Norte y Libia, se evidencia con más claridad que el plan estratégico estadounidense ha entrado a una nueva etapa, después de haberse implementado pacientemente desde 2009 con el ascenso al poder del afroamericano Barack Obama y la anglosajona Hillary Clinton, y el derrocamiento de tres gobiernos con costas al Mediterráneo, y de otros enclavados en el gran desierto del Sahara, como es el caso de Mali y de Gambia, todos en conflictos con EE.UU o con otro centro imperial.



La acumulación de fuerzas, previo a este nuevo tipo de guerra, parece haberse cumplido y ahora esas fuerzas (violentas, financieras y mediáticas), bien articuladas están en pleno desarrollo, siendo controladas y ejecutadas desde los centros de mando, quizás del Africom (Comando del Ejército de EE.UU para África) o desde las propias embajadas estadounidenses enclavadas en los países. 

Es necesario precisar que ese gobierno del “hijo de África”, como le llamaron algunos gobernantes de la región a Obama, con imagen favorable para los africanos en general, logró propiciar el derrocamiento, antes de finalizar el año 2011, del gobierno de Hosni Mubarack en Egipto, el de Zine El Abidine Ben Alí de Túnez y el de Muhamar al Gadaffi en Libia, tres de los países más estables y prósperos de toda África pero “posicionados” en la opinión pública  por los grandes medios de comunicación al servicio imperial como “autoritarios” y “corruptos”. Por ello, según el guión imperial, sus pueblos se habían “cansado”, “hastiados”, e iniciado revueltas populares opositoras, denominadas, para un marketing más efectivo, “La Primavera Árabe”.

Ello se logró con un gran despliegue mediático por todo el mundo, a través de las redes sociales y medios de comunicación intervenidos desde el exterior y también con operaciones diplomáticas, de inteligencia, subversivas y con el respaldo de la OTAN pues ante la resistencia del gobierno de Gadaffi, el aparato imperial acudió al uso de la mayor organización militar del planeta para someter al líder libio, detenerlo, permitir su cruel asesinato y luego hasta festejarlo por la  jefa de la diplomacia estadounidense quien se alejó de toda ética y respeto humano por quien había logrado el más alto desarrollo social en un país de África y se aprestaba a dotar al continente de mayor nivel de independencia financiera y económica. ¿Será que esos logros fueron motivos de los gobernantes estadounidenses para llevar a cabo una acción tan vil contra un Jefe de Estado con quien EE.UU sostenía relaciones diplomáticas?.

Lo cierto también en todo esto es que la OTAN, con larga hoja criminal de asesinatos masivos a causa de bombardeos sobre ciudades, tal como ya había ocurrido en la cercana Panamá (1989) o en Yugoslavia entre 1991 y 2000, había cumplido así su nueva doctrina militar anunciada en 2010 que incluía, por primera vez en su historia,  “al sector civil” en sus planes militares, lo cual se cumplió cabalmente, en el caso norafricano, con el apoyo de la Secretaria de Estado Clinton quien viajó por el norte africano en varias ocasiones en 2009 articulando financiamiento para grupos de jóvenes  emprendedores quienes en el momento oportuno desempeñaron funciones asignadas u obligados a involucrarse en las acciones preparatorias iniciadas por el gobierno estadounidense para luego poder lograr la aprobación del Consejo de Seguridad de una “zona de exclusión aérea” sobre Libia y más tarde la OTAN concluyera la tarea con el aniquilamiento de las diezmadas fuerzas gadafistas y propiciando el caos en todo el país, que aún hoy, ocho años después “justifica” una nueva intervención externa ante la opinión pública mundial.

La última conversación telefónica del presidente Donald Trump a fines de abril con el mariscal Jalifa Haftar, el jefe militar libio-estadounidense, alzado en armas en Libia contra el gobierno reconocido por la ONU, es muy sintomática porque encaja perfectamente en la doctrina ultraconservadora y pentagonista del “cambio de régimen”, así como en la “ingeniería social” que implica intromisión e injerencia en los asuntos internos de otro país y el uso de mercenarios nativos o vecinos para derrocar gobiernos y luego instalar otros dóciles a Washington. 

Aunque la aspiración de EE.UU es desestructurar todo el continente para volver a apropiarse en mayor grado de las riquezas africanas y así poder bloquear la política exterior de la República Popular China de intercambio en beneficio mutuo con los gobiernos de la región (la que está produciendo significativas transformaciones de África, tal y como lo han reconocido más del 80% de los mandatarios africanos) la gran potencia estadounidense ha preferido primero consolidar más su poderío en la parte septentrional del continente, pues la parte meridional africana, desde la Cuenca Congolesa hasta Suráfrica, está siendo integrada, y por ello reforzada, con acierto económico, comercial, político y militar por la Comunidad de Estados del África Meridional (SADC siglas en inglés).

LA SADC EN ACCIÓN

La tarea subversiva del imperialismo dirigida al “cambio de régimen” en los países incómodos para Washington en esta subregión del sur es mucho más difícil de lograr, aunque no lo deje de intentar en algunos de esos países que integran la SADC.  Podría pensarse que para blindarse ante esa apetencia imperial, los gobernantes de esa agrupación integracionista han reconocido la necesidad de una mayor actuación de defensa conjunta y de promover gobiernos consensuados entre ellos sobre la base de la mayor aceptación popular.  Los recientes e intensos cambios de gobiernos, en los que intervino la acción concertada previsible de la SADC, principalmente en Zimbabwe, Suráfrica, República Democrática del Congo, Angola, Madagascar y Zambia, fueron acontecimientos que de cierta forma contrarrestaron los intentos imperialistas de provocar “cambios de régimen” según esos intereses de dominación y hegemonía.

Al proyecto supremacista que impone el gobierno de EE.UU al resto de sus polos imperialistas, le basta -a corto y mediano plazo-  controlar el extenso y rico territorio del Sahara (donde es probable que haya más petróleo que en Arabia Saudita o Venezuela)  y su entorno cercano (zonas cultivables y costas al norte, este, sur y oeste) que es más del cincuenta por ciento de todo el territorio de África, lo que posibilitaría poder contrarrestar el extenso poderío sinoafricano acumulado en la última década, ahora más concentrado, debido a lo ocurrido en el norte, hacia la parte oeste y sobre todo meridional, precisamente donde actúa el poder colectivo de la SADC.

LA PERSPECTIVA GEOPOLITICA

Respecto al norte de África, los laboratorios de guerra del Pentágono lo han definido como “el portaviones de EE.UU para la futura guerra nuclear contra China”, lo que colinda también con la doctrina neoconservadora y la “estrategia de contrafuerza” y de “guerra preventiva” a la que hacen mención los ideólogos y promotores del terrorismo de Estado de la Casa Blanca como John Bolton, Elliot Abram, Mike Pence, Mike Pompeo, Gina Cheri Halep, entre otros operadores del Complejo Militar-Financiero-Comunicacional de EE.UU.  Y esa visión concuerda casi totalmente con la que aun predomina en la OTAN, aún cuando al interior de esa organización se están desarrollando contradicciones de tal magnitud que a algunos analistas las consideran que harán colapsar la estructura político-militar atlántica.

El pragmatismo político-militar estadounidense también trasciende al planeamiento estratégico revelado desde el primer quinquenio de este siglo por algunos expertos del Pentágono y por el que se comenzó a guiar la geoestrategia imperial al transformar desde 2010 el panorama político en ese continente. Tales cambios ocurridos en Túnez, Egipto, Libia, Mali, República Centroafricana, Gambia, Chad, Niger, e intentados en Argelia, los Sudanes, Somalia, Nigeria, Kenya, Etiopía, Ghana, Burkina Faso, entre otros, fueron impulsados por el imperialismo desde sus centros en Norteamérica y Europa con el fin de imponer el poder de sus megacorporaciones pero también guiados por los intereses y objetivos geopolíticos tanto de carácter físicos (recursos), como de carácter espacial fronterizo y poblacional.
 
En tal sentido, lo que viene ocurriendo en Argelia y Sudán, insisto, son dos procesos generados por la geopolítica injerencista y expansionista del imperialismo que se aprovechan de “estructuras políticas en crisis” y de los movimientos juveniles antiautoritarios para llevar a cabo su acción injerencista del “cambio de régimen” y de los “enjambres sociales” y provocar escaladas caóticas de revueltas hasta producir los cambios deseados.

Tanto Argelia como Sudán siempre fueron objetivos de quienes promovieron las “revoluciones de colores” y “la primavera árabe” pero eran dos objetivos menos inmediatos que los objetivos a alcanzar en Libia, Túnez y Egipto donde lograron someter o derrocar a sus gobiernos, aunque este último no se haya dejado dominar totalmente y por ello siga siendo un objetivo diferido para otra ocasión.

No es nada casual que el gobierno militar de Egipto esté haciendo el esfuerzo, basado en el actual apoyo económico-financiero logrado de China, por tomar parte y ser tenido en cuenta en los cambios de Libia, Sudán, Palestina y Siria y así evitar estar totalmente rodeado por aliados potenciales de EEUU e Israel que lo quieren engullir debido a su alto valor geopolítico y geoestratégico valorado por todos los actores globales, sean agrupados o no, desde la potencia norteamericana y la sino rusa hasta la brasileña y la saudita. Para reforzar esa visión de los actores que están invirtiendo en el país de los faraones, el actual mandatario Abdelfatah Al Sisi promovió y ganó abrumadoramente el Referendo que le permite extender su mandato a otros posibles seis años más. Ello da muestras fehacientes del poder popular que respalda a los gobernantes egipcios que no se pliegan totalmente a Occidente, algo decisivo ante un conflicto bélico en que se vea involucrado ese gobierno.

El caso de Argelia es también más complejo que los antes mencionados, tanto para el estudio de sus perspectivas políticas, como para quienes desean provocar allí el “cambio de régimen”, debido a la historia de lucha independentista por las generaciones de mayor edad vinculada al Frente de Liberación Nacional que aún poseen alto prestigio ante toda la restante población, lo que se ha evidenciado en la forma pacífica aunque intensa con que se han manifestado los sectores inconformes con el gobierno de Abdelazis Bouteflika, aun cuando en esas manifestaciones haya fuerzas que responden tanto a intereses del gobierno francés como al de EE.UU o al de la monarquía vecina de Marruecos.  

Como caso sui generis africano es necesario recordar que la dominación marroquí sobre el pueblo saharaui constituye el único caso de colonialismo en el continente. Más tarde o temprano esa nación tendrá que alcanzar su independencia y recuperar los ricos territorios saharauis, principalmente en fosfatos, hoy explotados por la minería marroquí apoyada a sangre y fuego por el ejército del monarca Mohamed VI. La República Árabe Saharahui Democrática está reconocida por la Unión Africana y su población tiene amplios lazos de amistad con la población argelina que le ha brindado su apoyo para alcanzar la independencia. Por ello, ante cualquier situación compleja en Argelia en su desenlace no debe obviarse esta relación estrecha entre ambos pueblos combativos y resistentes.

En cuanto a las expectativas de lo que ocurrirá a corto plazo en el hemisferio norte de África donde hay cerca de cuarenta de las cincuenta y cinco naciones africanas, estas tendrán más relevancia según el desarrollo de los acontecimientos en los casos de Argelia y Egipto por ser dos de las potencias africanas de alta significación en las relaciones con China y en las decisiones de la Unión Africana, e incluso muy tomadas en cuenta por la SADC, debido a sus poderes económicos y significado geopolítico (extensión territorial, grandes recursos energéticos y minerales, ubicación geográfica estratégica, amplia población islámica, prestigio histórico antimperialista y del socialismo árabe) que se articulan más fluidamente con los intereses y objetivos de los gobiernos de las potencias medias que hegemonizan la SADC, formada por quince naciones que incrementan sus vínculos y relaciones con los países que conforman la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), en especial China, India y Rusia, y en menor escala Kazajistán, Bielorrusia, Pakistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán.

Teniendo esto último en cuenta, y que en el norteafricano el imperialismo estadounidense y su otra aliada no han podido dominarlo totalmente, es de prever una creciente interacción entre los países africanos que integran la SADC y los países fronterizos, pero también con los tres países (Uganda, Ruanda y Burundi) vinculados al Lago Victoria y al naciente rio Nilo, y los del litoral oriental norteño como Kenya, Somalia, Eritrea, Etiopía, Sudán del Sur, Sudan del Norte y Egipto. Esos veintidós países, más Argelia, Ghana, Burkina Faso, Guinea Ecuatorial, entre otros enrumbados a lograr mayor nivel de independencia, configuran la “masa crítica” para que África pueda proponer y desarrollar aún más proyectos oportunos, viables, sostenibles, integrales y que contribuyan con la estabilidad política de esos países. El recién creado mercado continental de libre comercio, firmado por casi cincuenta naciones africanas es una clara evidencia de las buenas perspectivas económicas que vienen construyendo los países africanos y China mediante el intercambio de beneficio mutuo, y próximamente siendo copartícipes en el proyecto global de la Franja y la Ruta, dirigido por la R.P.China.

wongmaestre@gmail.com

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