Por Ernesto Wong Maestre:
El imperialismo sigue impulsando, principalmente desde su
polo estadounidense y el anglo-franco-alemán, ahora mediante la “guerra
híbrida”, la desestructuración político-administrativa de todo el hemisferio
norte de África. Tras los sucesos
actuales, ocurridos en Argelia, Sudán del Norte y Libia, se evidencia con más
claridad que el plan estratégico estadounidense ha entrado a una nueva etapa,
después de haberse implementado pacientemente desde 2009 con el ascenso al
poder del afroamericano Barack Obama y la anglosajona Hillary Clinton, y el
derrocamiento de tres gobiernos con costas al Mediterráneo, y de otros
enclavados en el gran desierto del Sahara, como es el caso de Mali y de Gambia,
todos en conflictos con EE.UU o con otro centro imperial.
La acumulación de fuerzas, previo a este nuevo tipo de
guerra, parece haberse cumplido y ahora esas fuerzas (violentas, financieras y
mediáticas), bien articuladas están en pleno desarrollo, siendo controladas y
ejecutadas desde los centros de mando, quizás del Africom (Comando del Ejército
de EE.UU para África) o desde las propias embajadas estadounidenses enclavadas
en los países.
Es necesario precisar que ese gobierno del “hijo de África”,
como le llamaron algunos gobernantes de la región a Obama, con imagen favorable
para los africanos en general, logró propiciar el derrocamiento, antes de
finalizar el año 2011, del gobierno de Hosni Mubarack en Egipto, el de Zine El
Abidine Ben Alí de Túnez y el de Muhamar al Gadaffi en Libia, tres de los
países más estables y prósperos de toda África pero “posicionados” en la
opinión pública por los grandes medios
de comunicación al servicio imperial como “autoritarios” y “corruptos”. Por
ello, según el guión imperial, sus pueblos se habían “cansado”, “hastiados”, e
iniciado revueltas populares opositoras, denominadas, para un marketing más
efectivo, “La Primavera Árabe”.
Ello se logró con un gran despliegue mediático por todo el
mundo, a través de las redes sociales y medios de comunicación intervenidos
desde el exterior y también con operaciones diplomáticas, de inteligencia,
subversivas y con el respaldo de la OTAN pues ante la resistencia del gobierno
de Gadaffi, el aparato imperial acudió al uso de la mayor organización militar
del planeta para someter al líder libio, detenerlo, permitir su cruel asesinato
y luego hasta festejarlo por la jefa de
la diplomacia estadounidense quien se alejó de toda ética y respeto humano por
quien había logrado el más alto desarrollo social en un país de África y se
aprestaba a dotar al continente de mayor nivel de independencia financiera y
económica. ¿Será que esos logros fueron motivos de los gobernantes estadounidenses
para llevar a cabo una acción tan vil contra un Jefe de Estado con quien EE.UU
sostenía relaciones diplomáticas?.
Lo cierto también en todo esto es que la OTAN, con larga
hoja criminal de asesinatos masivos a causa de bombardeos sobre ciudades, tal
como ya había ocurrido en la cercana Panamá (1989) o en Yugoslavia entre 1991 y
2000, había cumplido así su nueva doctrina militar anunciada en 2010 que
incluía, por primera vez en su historia,
“al sector civil” en sus planes militares, lo cual se cumplió
cabalmente, en el caso norafricano, con el apoyo de la Secretaria de Estado
Clinton quien viajó por el norte africano en varias ocasiones en 2009
articulando financiamiento para grupos de jóvenes emprendedores quienes en el momento oportuno
desempeñaron funciones asignadas u obligados a involucrarse en las acciones
preparatorias iniciadas por el gobierno estadounidense para luego poder lograr
la aprobación del Consejo de Seguridad de una “zona de exclusión aérea” sobre
Libia y más tarde la OTAN concluyera la tarea con el aniquilamiento de las
diezmadas fuerzas gadafistas y propiciando el caos en todo el país, que aún
hoy, ocho años después “justifica” una nueva intervención externa ante la
opinión pública mundial.
La última conversación telefónica del presidente Donald
Trump a fines de abril con el mariscal Jalifa Haftar, el jefe militar
libio-estadounidense, alzado en armas en Libia contra el gobierno reconocido
por la ONU, es muy sintomática porque encaja perfectamente en la doctrina
ultraconservadora y pentagonista del “cambio de régimen”, así como en la
“ingeniería social” que implica intromisión e injerencia en los asuntos
internos de otro país y el uso de mercenarios nativos o vecinos para derrocar
gobiernos y luego instalar otros dóciles a Washington.
Aunque la aspiración de EE.UU es desestructurar todo el
continente para volver a apropiarse en mayor grado de las riquezas africanas y
así poder bloquear la política exterior de la República Popular China de
intercambio en beneficio mutuo con los gobiernos de la región (la que está
produciendo significativas transformaciones de África, tal y como lo han
reconocido más del 80% de los mandatarios africanos) la gran potencia
estadounidense ha preferido primero consolidar más su poderío en la parte
septentrional del continente, pues la parte meridional africana, desde la
Cuenca Congolesa hasta Suráfrica, está siendo integrada, y por ello reforzada,
con acierto económico, comercial, político y militar por la Comunidad de
Estados del África Meridional (SADC siglas en inglés).
LA SADC EN ACCIÓN
La tarea subversiva del imperialismo dirigida al “cambio de
régimen” en los países incómodos para Washington en esta subregión del sur es
mucho más difícil de lograr, aunque no lo deje de intentar en algunos de esos
países que integran la SADC. Podría
pensarse que para blindarse ante esa apetencia imperial, los gobernantes de esa
agrupación integracionista han reconocido la necesidad de una mayor actuación
de defensa conjunta y de promover gobiernos consensuados entre ellos sobre la
base de la mayor aceptación popular. Los
recientes e intensos cambios de gobiernos, en los que intervino la acción
concertada previsible de la SADC, principalmente en Zimbabwe, Suráfrica, República
Democrática del Congo, Angola, Madagascar y Zambia, fueron acontecimientos que
de cierta forma contrarrestaron los intentos imperialistas de provocar “cambios
de régimen” según esos intereses de dominación y hegemonía.
Al proyecto supremacista que impone el gobierno de EE.UU al
resto de sus polos imperialistas, le basta -a corto y mediano plazo- controlar el extenso y rico territorio del
Sahara (donde es probable que haya más petróleo que en Arabia Saudita o
Venezuela) y su entorno cercano (zonas
cultivables y costas al norte, este, sur y oeste) que es más del cincuenta por
ciento de todo el territorio de África, lo que posibilitaría poder
contrarrestar el extenso poderío sinoafricano acumulado en la última década,
ahora más concentrado, debido a lo ocurrido en el norte, hacia la parte oeste y
sobre todo meridional, precisamente donde actúa el poder colectivo de la SADC.
LA PERSPECTIVA GEOPOLITICA
Respecto al norte de África, los laboratorios de guerra del
Pentágono lo han definido como “el portaviones de EE.UU para la futura guerra
nuclear contra China”, lo que colinda también con la doctrina neoconservadora y
la “estrategia de contrafuerza” y de “guerra preventiva” a la que hacen mención
los ideólogos y promotores del terrorismo de Estado de la Casa Blanca como John
Bolton, Elliot Abram, Mike Pence, Mike Pompeo, Gina Cheri Halep, entre otros
operadores del Complejo Militar-Financiero-Comunicacional de EE.UU. Y esa visión concuerda casi totalmente con la
que aun predomina en la OTAN, aún cuando al interior de esa organización se están
desarrollando contradicciones de tal magnitud que a algunos analistas las
consideran que harán colapsar la estructura político-militar atlántica.
El pragmatismo político-militar estadounidense también
trasciende al planeamiento estratégico revelado desde el primer quinquenio de
este siglo por algunos expertos del Pentágono y por el que se comenzó a guiar
la geoestrategia imperial al transformar desde 2010 el panorama político en ese
continente. Tales cambios ocurridos en Túnez, Egipto, Libia, Mali, República
Centroafricana, Gambia, Chad, Niger, e intentados en Argelia, los Sudanes,
Somalia, Nigeria, Kenya, Etiopía, Ghana, Burkina Faso, entre otros, fueron
impulsados por el imperialismo desde sus centros en Norteamérica y Europa con
el fin de imponer el poder de sus megacorporaciones pero también guiados por
los intereses y objetivos geopolíticos tanto de carácter físicos (recursos),
como de carácter espacial fronterizo y poblacional.
En tal sentido, lo que viene ocurriendo en Argelia y Sudán,
insisto, son dos procesos generados por la geopolítica injerencista y
expansionista del imperialismo que se aprovechan de “estructuras políticas en
crisis” y de los movimientos juveniles antiautoritarios para llevar a cabo su
acción injerencista del “cambio de régimen” y de los “enjambres sociales” y
provocar escaladas caóticas de revueltas hasta producir los cambios deseados.
Tanto Argelia como Sudán siempre fueron objetivos de quienes
promovieron las “revoluciones de colores” y “la primavera árabe” pero eran dos
objetivos menos inmediatos que los objetivos a alcanzar en Libia, Túnez y
Egipto donde lograron someter o derrocar a sus gobiernos, aunque este último no
se haya dejado dominar totalmente y por ello siga siendo un objetivo diferido
para otra ocasión.
No es nada casual que el gobierno militar de Egipto esté
haciendo el esfuerzo, basado en el actual apoyo económico-financiero logrado de
China, por tomar parte y ser tenido en cuenta en los cambios de Libia, Sudán,
Palestina y Siria y así evitar estar totalmente rodeado por aliados potenciales
de EEUU e Israel que lo quieren engullir debido a su alto valor geopolítico y
geoestratégico valorado por todos los actores globales, sean agrupados o no,
desde la potencia norteamericana y la sino rusa hasta la brasileña y la
saudita. Para reforzar esa visión de los actores que están invirtiendo en el
país de los faraones, el actual mandatario Abdelfatah Al Sisi promovió y ganó
abrumadoramente el Referendo que le permite extender su mandato a otros
posibles seis años más. Ello da muestras fehacientes del poder popular que
respalda a los gobernantes egipcios que no se pliegan totalmente a Occidente,
algo decisivo ante un conflicto bélico en que se vea involucrado ese gobierno.
El caso de Argelia es también más complejo que los antes
mencionados, tanto para el estudio de sus perspectivas políticas, como para
quienes desean provocar allí el “cambio de régimen”, debido a la historia de
lucha independentista por las generaciones de mayor edad vinculada al Frente de
Liberación Nacional que aún poseen alto prestigio ante toda la restante
población, lo que se ha evidenciado en la forma pacífica aunque intensa con que
se han manifestado los sectores inconformes con el gobierno de Abdelazis
Bouteflika, aun cuando en esas manifestaciones haya fuerzas que responden tanto
a intereses del gobierno francés como al de EE.UU o al de la monarquía vecina
de Marruecos.
Como caso sui generis africano es necesario recordar que la
dominación marroquí sobre el pueblo saharaui constituye el único caso de
colonialismo en el continente. Más tarde o temprano esa nación tendrá que
alcanzar su independencia y recuperar los ricos territorios saharauis,
principalmente en fosfatos, hoy explotados por la minería marroquí apoyada a
sangre y fuego por el ejército del monarca Mohamed VI. La República Árabe
Saharahui Democrática está reconocida por la Unión Africana y su población
tiene amplios lazos de amistad con la población argelina que le ha brindado su
apoyo para alcanzar la independencia. Por ello, ante cualquier situación
compleja en Argelia en su desenlace no debe obviarse esta relación estrecha
entre ambos pueblos combativos y resistentes.
En cuanto a las expectativas de lo que ocurrirá a corto
plazo en el hemisferio norte de África donde hay cerca de cuarenta de las
cincuenta y cinco naciones africanas, estas tendrán más relevancia según el
desarrollo de los acontecimientos en los casos de Argelia y Egipto por ser dos
de las potencias africanas de alta significación en las relaciones con China y
en las decisiones de la Unión Africana, e incluso muy tomadas en cuenta por la
SADC, debido a sus poderes económicos y significado geopolítico (extensión
territorial, grandes recursos energéticos y minerales, ubicación geográfica
estratégica, amplia población islámica, prestigio histórico antimperialista y
del socialismo árabe) que se articulan más fluidamente con los intereses y
objetivos de los gobiernos de las potencias medias que hegemonizan la SADC,
formada por quince naciones que incrementan sus vínculos y relaciones con los
países que conforman la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), en
especial China, India y Rusia, y en menor escala Kazajistán, Bielorrusia,
Pakistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán.
Teniendo esto último en cuenta, y que en el norteafricano el
imperialismo estadounidense y su otra aliada no han podido dominarlo
totalmente, es de prever una creciente interacción entre los países africanos
que integran la SADC y los países fronterizos, pero también con los tres países
(Uganda, Ruanda y Burundi) vinculados al Lago Victoria y al naciente rio Nilo,
y los del litoral oriental norteño como Kenya, Somalia, Eritrea, Etiopía, Sudán
del Sur, Sudan del Norte y Egipto. Esos veintidós países, más Argelia, Ghana,
Burkina Faso, Guinea Ecuatorial, entre otros enrumbados a lograr mayor nivel de
independencia, configuran la “masa crítica” para que África pueda proponer y desarrollar
aún más proyectos oportunos, viables, sostenibles, integrales y que contribuyan
con la estabilidad política de esos países. El recién creado mercado
continental de libre comercio, firmado por casi cincuenta naciones africanas es
una clara evidencia de las buenas perspectivas económicas que vienen
construyendo los países africanos y China mediante el intercambio de beneficio
mutuo, y próximamente siendo copartícipes en el proyecto global de la Franja y
la Ruta, dirigido por la R.P.China.
wongmaestre@gmail.com
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