Por Michel Warchawski:
La adopción por el Parlamento israelí de la ley sobre la
Nación es una confirmación de la deriva del gobierno de extrema derecha para el
que el carácter judío del Estado es prioritario a la democracia. Y marca, según
una periodista israelí, el fin de la democracia.
En el último momento, justo antes del final del período
parlamentario y el inicio de las vacaciones de las y los diputados, el
Parlamento israelí ha votado la Ley sobre la Nación”, una ley constitucional
que no puede ser derogada más que por una mayoría calificada. Una ley que pone al
Tribunal supremo fuera de juego si contemplara anularla por estar en
contradicción con los fundamentos de Israel como Estado judío y democrático.
Esta ley se añade a otra, votada este año, que cambia radicalmente el
equilibrio entre los poderes, y limita las posibilidades del Tribunal Supremo
de declarar anticonstitucional una ley votada por el Parlamento (en hebreo ‘hoq
ha-hitgabrut que se puede traducir por ley sobre la preeminencia).
¿Por qué esta urgencia? ¿Por qué dar a esta ley tanta
importancia?
Antes de responder a estas preguntas, resumamos los diez
artículos de la ley sobre la Nación: srael es la patria histórica del pueblo
judío; el símbolo del Estado es el candelabro, su himno es La Hatikvah (La
esperanza); la capital de Israel es el gran Jerusalén reunificado; la lengua
oficial es el hebreo; el Estado está abierto a la inmigración judía; el Estado
dedicará medios para conservar sus lazos con los judíos del extranjero el
estado promoverá la colonización judía; los calendarios oficiales son los
calendarios hebreo y extranjero (sic); las jornadas del judeocidio, del
recuerdo (de los soldados caídos en el frente) y de la independencia son
jornadas oficiales; el Sabbat y las fiestas (judías) son jornadas no
laborables; enmiendas a esta ley solo pueden ser aprobadas por una ley fundamental (constitucional), con una mayoría de 61
diputados.
Habrá mucha gente que diga: ¿qué hay de nuevo en esta ley?
¿Por qué enfadarse contra esta ley puesto que todo lo que está escrito en ella
ha estado en el trasfondo de la política de Israel desde hace 70 años?
¿Significa algo nuevo la Ley sobre la Nación? ¡Pues claro que sí!
Durante más de medio siglo, Israel ha sido definido como un
Estado judío y democrático, Judío con una gran J, es decir el Estado de los
Judíos -entendido como comunidad y no como religión. Aunque para mucha gente
esta definición es un oxímoron (¿cómo
ser una democracia si se excluye a una o varias comunidades de la soberanía
real?), la caracterización de Estado democrático contaba mucho para la dirección
y el pueblo israelíes. Se quería pertenecer al mundo civilizado, al Occidente
democrático o que se pretendía tal, y no al tercer mundo o al totalitarismo
soviético.
Para las y los ciudadanos, los derechos civiles eran reales,
y a partir de 1996, tanto las libertades públicas como el derecho a la
organización y a expresión no eran solo consignas vacías de contenido. El
racismo antiárabe no desapareció, ni mucho menos, pero no se puede negar que el
espacio público dejaba cada vez más lugar a la minoría árabe.
El carácter democrático (ilusorio) del régimen israelí no
era solo una cuestión de imagen internacional; era también una cuestión de
percepción de sí mismo: la gente que fundó el Estado y las primeras
generaciones de inmigrantes se consideraban parte de la filosofía de las Luces
que supuestamente guiaba al mundo occidental.
Es ahí donde se puede comprender el giro cualitativo dado
por la extrema derecha, que, hay que recordar, tiene el poder desde hace ahora
más de dos decenios. En la línea ideológica y política del neoconservadurismo
ha emprendido una contrarreforma política, social e ideológica, y una verdadera
cruzada contra los valores de las Luces. Benjamín Netanyahu ya no corteja a la
Europa liberal, sino a los regímenes semi totalitarios polaco, checo y húngaro,
y está dispuesto a reescribir la historia antisemita de esos países; él, que ha
instrumentalizado sistemáticamente la acusación de antisemitismo para
deslegitimar todas las críticas a su política que vinieran de la izquierda del
tablero político. Al primer ministro israelí, a sus ministros y amistades no
les plantea ya ningún problema mostrarse con antisemitas notorios,
reivindicarse de las nuevas derechas europeas, y cerrar los ojos sobre los
amigos neonazis de Donald Trump.
En este espíritu, el poder israelí no tiene ya ningún
complejo en romper el viejo oxímoron que calificaba a Israel de Estado judío y
democrático. La ley sobre la Nación tira a la basura la vieja pretensión de ser
a la vez un Estado judío y un Estado democrático: Israel pertenece ya al pueblo
judío y únicamente a él. Las y los ciudadanos palestinos son inquilinos; su
presencia en el país y el ejercicio de sus derechos cívicos son condicionales,
y por tanto siempre provisionales.
El eslogan electoral que lanzó hace una decena de años el
partido de Avigdor Lieberman: “Sin lealtad no hay ciudadanía”, refleja
completamente esta concepción de la nueva democracia israelí. Con la nueva ley
constitucional, está ya grabado en mármol. Cuando escribo estas líneas, la
presentadora de los
informativos de la primera cadena de la televisión acaba de
comenzar las noticias
Con la frase siguiente: “Esta semana negra marca el fin de
la democracia israelí”.
El presidente Reuven Rivlin se ha rebelado también,
públicamente, contra esta nueva ley.
La Ley sobre la Nación declara además que la colonización
judía (en Israel y en los territorios ocupados en 1967) es una prioridad
nacional, abriendo así el camino a nuevas olas de expropiaciones masivas,
incluso de las pocas tierras dejadas a las y los ciudadanos árabes.
Simbólicamente, la ley declara también que la única lengua nacional es el
hebreo, derogando así una de las condiciones impuestas por la ONU en 1949 para
integrar a Israel en su seno.
Volvamos a las preguntas planteadas al comienzo de este
artículo: ¿por qué ahora, por qué tan rápidamente, por qué dar a la Ley sobre
la Nación tanta importancia, cuando su contenido no aporta nada nuevo desde un
punto de vista práctico? Para responder a ello, tenemos que pasar de la gran
política institucional y constitucional a la pequeña política politiquera, y a
la competencia entre Benjamin Netanyahu y su ministro de educación Naftali
Bennett del partido de extrema derecha.
El Hogar Judío. Entre estos dos personajes se desarrolla una
batalla de poder para la determinación de quien será el líder de la derecha el
próximo decenio.
El insulto que significa esta ley para la minoría árabe de
Israel no es de hecho sino una miserable maniobra electoralista entre un primer
ministro que corre el riesgo de ser condenado por graves asuntos de corrupción,
y quien querría ocupar su lugar.
palestinaymexico@lists.mayfirst.org
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