Por Leandro Albani:
El periodista Grégoire Lalieu habla con La tinta
El triunfo de Donald Trump en Estados Unidos dejó a muchas
personas asombradas. El magnate inmobiliario, que forjó su carrera entre estafas,
negociados turbios y una sobre exposición mediática, llegó a la Casa Blanca con
un discurso en el que prometía un fuerte proteccionismo, la desescalada militar
estadounidense en varias regiones del mundo y un combate frontal contra la
inmigración.
El periodista Grégoire Lalieu escribió, junto a al
investigador Michel Collon, el libro El mundo según Trump (co-editado el año
pasado por Investig’Action y El Viejo Topo Investig’Action), con el objetivo de
desentrañar las políticas de un outsiderde la clase política, pero que acumuló
sus millones siendo un alumno ejemplar dentro del sistema capitalista.
La tinta dialogó con Lalieu sobre qué le espera al mundo con
Trump en la Casa Blanca, sus “promesas” de resolver las guerras en Medio
Oriente, su polémica relación con los medios de comunicación y quiénes son sus
seguidores en Estados Unidos.
¿Qué importancia tiene la llegada de Trump en Casa Blanca?
La elección de Trump refleja una profunda crisis. Una
crisis económica primero, que en Estados Unidos dura desde hace años. Desde el
shock del petróleo de 1973, de hecho. Aquel choque no fue la causa de la
crisis, solo fue un desencadenante. De hecho, la economía de Estados Unidos
enfrenta una crisis de sobreproducción. En su carrera por el máximo beneficio,
las empresas estadounidenses buscan producir más. Al mismo tiempo, gran parte
de la producción se ha deslocalizado y, para la gran mayoría de quienes han
podido conservar sus trabajos, las condiciones laborales se han deteriorado.
Esto condujo a un empobrecimiento general. Entonces, ¿a quién podrán vender sus
mercancías cada vez más numerosas, si las personas se vuelven más pobres? Este
es el origen de la crisis. Es una crisis de sobreproducción propia al sistema
capitalista.
La globalización ha brindado algunas oportunidades para la
exportación mientras la situación estaba decayendo a nivel nacional. Pero hay
límites. De modo que en los últimos años, la economía de Estados Unidos salta
de una crisis a otra. Cada solución encontrada en el corto plazo conduce a un nuevo
problema en el mediano plazo. Durante la crisis asiática de 1997, los
inversores estadounidenses invirtieron en el Nasdaq, lo que provocó una burbuja
que explotó en 2001 y 2002. Luego se embarcaron en préstamos arriesgados y
volvieron a obtener ganancias, pero causando la crisis de las hipotecas
subprime en 2008. Estados Unidos fue salvado por China, que inyectó miles de
millones de dólares para no ver cómo el valor de sus reservas se derritiera
como la nieve al sol. Pero incluso hoy algunos predicen un nuevo colapso, como
el economista Eric Toussaint. Aprovechando las bajas tasas de interés desde
2010, las grandes empresas privadas se han endeudado de manera masiva. Primero
para comprar sus propias acciones en el mercado de valores, lo que hace aumentar
el precio y permite pagar a los accionistas. Luego para especular comprando
deudas de otras compañías. Las empresas no financieras como Apple, Ford o Ebay
son, de ese modo, particularmente activas en el mercado de la deuda. Pero una
nueva burbuja se está formando y acabará por explotar.
La elección de Trump también refleja una crisis del
imperialismo estadounidense. Estados Unidos ha multiplicado las guerras para
mantener su hegemonía. Pero el balance de estos conflictos es negativo para
Washington, que no pudo evitar el surgimiento de otras grandes potencias como
China y Rusia. Así, hemos pasado de un mundo unipolar a un mundo multipolar en
el que Estados Unidos no puede hacer lo que quiere. Lo vimos en Siria.
Finalmente, la elección de Trump también refleja una crisis
política y mediática. El establishment está perdiendo legitimidad, lo que
explica el éxito, tanto en Estados Unidos como en Europa, de los candidatos que
se presentan como antisistema. Por lo tanto, la élite de los Estados Unidos
enfrenta una profunda crisis. Y la elección de Trump, así como las reacciones
virulentas que desencadenó, muestra cuánto está dividida esta élite sobre cómo
resolver la crisis.
¿En qué se diferencia Trump de la política clásica de
demócratas y republicanos?
Para decirlo de manera sencilla, la política de los
demócratas y los republicanos estaba dirigida hasta ahora a controlar el mundo.
Era necesario debilitar a los competidores, desde las antiguas potencias
coloniales europeas hasta la Rusia y la China de hoy, pasando por la Unión
Soviética. Para lograr esto, Estados Unidos ha proyectado su poder en todo el
mundo, construyendo bases militares en las cuatro esquinas del globo, librando
guerras y organizando golpes de Estado. El objetivo era poder controlar las
regiones más estratégicas. Lo que permite a las multinacionales estadounidenses
encontrar salidas para sus productos y capitales, acceder a materias primas
baratas y explotar mano de obra poco costosa. Por lo tanto, a través de
instituciones como el Banco Mundial y el FMI, Estados Unidos impuso su
globalización neoliberal que tenía que beneficiar a las grandes corporaciones.
Pero hay otra cara de la moneda. En primer lugar, mantener
este imperio estadounidense es caro, incluso muy caro. Además, la globalización
neoliberal no beneficia solo a las empresas estadounidenses, ya que sufren la
competencia china, en particular. Finalmente, si bien la globalización
neoliberal ha beneficiado a las grandes multinacionales, también ha perjudicado
a muchas empresas en el país y ha socavado sectores importantes de la economía
nacional.
Trump marca una
ruptura con la política clásica de los demócratas y los republicanos, porque no
quiere continuar en este camino, mientras que Hillary Clinton quería continuar
como antes. Para Trump, el balance de esta globalización neoliberal es
negativo. Y las guerras en todo el mundo no aportan lo suficiente. Prefiere
volver al mercado nacional, de modo que privilegia las relaciones bilaterales a
las multilaterales. Y para aquellos que quieran beneficiarse de la protección
militar de Estados Unidos, deberán pasar por el cajero. Lo explicó en su libro,
que fue, de alguna manera, su programa para las elecciones. Lo confirmó
cuestionando el funcionamiento de la OTAN.
¿Trump representa a una nueva derecha estadounidense?
Ciertamente. Pero lo que podría llamarse una nueva derecha
es, de hecho, una evolución lógica en el contexto actual. Las crisis
económicas, política y mediática llevan a la derecha a reposicionarse. Estamos
saliendo de 30 años de neoliberalismo durante los cuales los líderes han dicho
que se necesitan reformas duras, pero necesarias para desarrollar la economía.
Pero la gran mayoría de la gente hoy ve que estas reformas no los han
beneficiado y que la situación ha empeorado. Aquellos que quieren continuar en
este camino son cada vez menos escuchados y cada vez más criticados. Están
asociados con los principales medios cuya línea editorial propugna la ideología
neoliberal. A los ojos del público en general, todo esto forma un establishment
corrupto que miente para seguir imponiendo medidas injustas a las personas.
La nueva derecha, por lo tanto, debe posicionarse fuera de
este sistema, incluso si sobre el fondo económico -tan esencial- no tiene la intención
de hacer ningún cambio profundo. Su diferencia, la expone criticando a “la
elite corrupta” y machacando a los refugiados. Es más fácil nombrar a un chivo
expiatorio que construir un modelo económico más justo. Tenga en cuenta también
que la derecha clásica no es impermeable a esta derecha nueva y extrema. En
algunos países, se han formado coaliciones entre las dos tendencias. Y la
derecha clásica adopta un discurso más enérgico para no perder parte de su
electorado a favor de la nueva derecha.
Trump llega al poder con un discurso proteccionista en lo
económico. ¿En la realidad esto es así?
Este es el verdadero cambio que Trump quiere lograr
económicamente. Empezó a ponerlo en práctica gravando las importaciones de
acero y aluminio. Debemos ver si el presidente de Estados Unidos puede
continuar en esta línea. Porque las grandes multinacionales estadounidenses que
se benefician de la globalización no quieren seguirlo. Los países donde ellas
exportan podrían replicar gravando los productos estadounidenses, lo que los
dañaría. Por ejemplo, General Motors y Harley Davidson han criticado
fuertemente las medidas proteccionistas del presidente.
La idea de Trump es reconstruir una base industrial en
Estados Unidos para reactivar la economía y el empleo. Con la globalización,
gran parte de la producción se ha trasladado a países donde la mano de obra era
más barata. Trump quiere traer de vuelta estas fábricas a Estados Unidos. Y
para que las fábricas funcionen, los estadounidenses necesitan comprar
productos estadounidenses en lugar de automóviles alemanes. Incluso si otros
países responden gravando las importaciones de Estados Unidos, el mercado
estadounidense es lo suficientemente grande como para que esta política permita
relanzar la máquina en una primera etapa.
Pero no es tarea
sencilla y es una solución falsa, como dice Henri Houben en nuestro libro.
Efectivamente, tarde o temprano, ese mercado estadounidense llegará a la
saturación. Cuando las ventas de las empresas estadounidenses hayan alcanzado
los límites del mercado nacional, tendrán que buscar en otra parte, es decir,
conquistar nuevos mercados. El capitalismo está hecho así. Las empresas no
producen según las necesidades, producen un máximo para generar ganancias
máximas. Por eso siempre deben encontrar nuevas salidas. Esto explica el
colonialismo de ayer y el neocolonialismo de hoy. Cuando las empresas
estadounidenses ya no tienen suficiente con su mercado nacional, los problemas
más graves pueden comenzar. Esto podría conducir a guerras no solo económicas.
En resumen, el proteccionismo es una falsa solución. No es
posible salvar al capitalismo de sus propias contradicciones. Lo que se
necesita es un modelo económico radicalmente diferente, más justo y más racional.
Pero eso la nueva derecha que representa Trump no va a hacerlo. Entonces,
cuando el súper hombre de negocios se presenta como el glorioso presidente que
hará grande a Estados Unidos, podemos decir nuevamente que es una estafa.
¿Qué sector de la sociedad representa Trump?
—Trump puede contar con los decepcionados de la
globalización, tanto entre los trabajadores como entre los jefes. Hay quienes
han perdido sus trabajos porque gran parte de la producción se ha
deslocalizado. Y aquellos que perdieron contratos porque las multinacionales
recurrieron a subcontratistas más baratos en el extranjero.
Luego están aquellos que piensan que el papel de Estados
Unidos no es jugar a ser el policía en todo el mundo. Y esta idea está más
extendida de lo que pensamos, incluso si en nuestros medios de comunicación
usualmente son los heraldos del imperialismo estadounidense y los que
monopolizan la palabra. Pero otros piensan que el imperialismo es
contraproducente, que cuesta mucho dinero y, en última instancia, aporta poco.
Para estos, Estados Unidos debe enfocarse en sus propios problemas antes de
intervenir en África o Medio Oriente. El historiador Paul Kennedy, que estudió
la caída de los grandes imperios, no les quita la razón. Pero hemos visto por
qué Estados Unidos ha proyectado su poder en el mundo y construido este
imperio. Si no cambiamos el modelo económico, no podemos poner fin a la
dinámica del imperialismo.
Finalmente, al hacerse pasar por un candidato antisistema,
racista y misógino, Trump se ha sentido atraído por los elementos más
conservadores y reaccionarios de la sociedad estadounidense. Esto es
particularmente preocupante, especialmente porque observamos fenómenos
similares en Europa. A menudo se dice que el fascismo es solo la cara más
horrible del capitalismo. Esto se confirma nuevamente. Después de 30 años de
neoliberalismo, los países capitalistas de Occidente están en crisis. Y son los
movimientos neofascistas los que toman el control, sin cambiar los cimientos de
este modelo económico particularmente injusto y plagado de crisis.
¿A qué se debe la tensión entre Trump y los grandes medios
de comunicación?
—En primer lugar, debemos decir que la línea editorial de
los medios dominantes sigue la ideología de la clase dominante. Esto se debe a
varias razones, entre ellas el hecho de que los grandes medios de comunicación
pertenecen a multimillonarios que dependen de los ingresos publicitarios de las
grandes empresas, que imponen condiciones laborales difíciles a los
periodistas, que luego deben trabajar principalmente a partir de fuentes
oficiales porque no tienen tiempo para ver en otro lado.
En cierto modo, por lo tanto, los medios dominantes son una
parte integral de este establishment que Trump critica. Un investigador belga,
Geoffrey Guens, también lo ha demostrado muy empíricamente en su libro Todos
los poderes combinados. Analizó la composición de las juntas directivas de los
principales grupos de medios, los gobiernos y los cargos directivos del
servicio público, las direcciones de las grandes multinacionales, los grupos de
expertos más influyentes… Y encontramos a las mismas personas. Una clase social
aparece muy claramente, la más acomodada. Lo que revela las relaciones
endogámicas entre los poderes económico, político y mediático.
No es de extrañar
entonces que Trump critique a los principales medios de comunicación. Además,
en la era de las redes sociales entendió que un simple Tweet podría ofrecerle
una mayor visibilidad que una larga entrevista en el Wall Street Journal.
Durante la campaña los medios no dejaron de hablar sobre Trump en todo momento.
Incluso si era para criticarlo, el hombre de negocios candidato a la Casa
Blanca estaba en todas partes. En la jerga periodística, se dirá que Trump es
un buen cliente. Esas salidas se vuelven virales. Además, creo que aplica esta
idea de Oscar Wilde: “Que hablen de ti es horrible, pero hay una cosa peor: que
no hablen”.
¿Por qué Trump pone a Corea del Norte como su principal
enemigo?
—Trump es un gran fanfarrón. Incluso escribió libros sobre
el arte de ganar negociaciones, argumentando que así es como se convirtió en un
magnate inmobiliario. Después de su elección, fue atacado por todos los lados
por aquellos que querían continuar como antes e instalar a Hillary Clinton en
la Casa Blanca. Ha habido sospechas de injerencia rusa en la votación, una
estrella porno que lo acusa de chantaje, el asunto de la lluvia dorada en un
hotel de Moscú… Los enemigos de Trump están sacando escándalos de debajo de las
piedras. Por lo tanto, creo que es para liberarse de la presión sobre la escena
nacional, por lo que el presidente está dando la vuelta alrededor del mundo.
Kim Jong-Un fue el compañero perfecto para su pequeño número. Al principio,
Trump hinchó su pecho. Incluso parecíamos cerca de una guerra. Entonces
finalmente consiguió un acuerdo. Veremos qué vale en la práctica. Pero mientras
tanto, el presidente puede pavonearse y demostrar que es efectivo: ha logrado
en unos meses lo que ninguno de sus predecesores había podido hacer durante
años. Y su actitud no es sorprendente. Al amenazar a Kim Jong-Un antes de darle
la mano, Trump aplica uno de sus consejos favoritos: demuéstrale que eres el
más fuerte antes de comenzar a negociar.
Corea del Norte, los ataques en Siria o incluso la madre de
todas las bombas arrojadas en Afganistán, son principalmente efectos de la
comunicación. Es difícil decir lo que traerá el mañana, pero no me sorprendería
ver a Trump terminar su mandato sin lanzar una nueva guerra. Puede parecer
paradójico porque ha aumentado el presupuesto militar como nunca antes. Pero en
su libro, él dice muy claramente que ese ejército no debería ir a la guerra si
no es necesario. Por otro lado, debe ser tan fuerte e impresionante que nadie
se atreva a desafiar a Estados Unidos. Y luego, aumentar el presupuesto del
ejército y los nuevos contratos de armas es una manera de evitar ponerse encima
el complejo militar industrial y que la economía funcione. Como progresistas,
argumentaremos que es contraproducente. Pero Trump está lejos de ser
progresista.
¿Cómo ve la política actual de Estados Unidos hacia Medio
Oriente y América Latina?
—No creo que en el Medio Oriente, Trump repita los errores
de Bush atacando países como Irak o Afganistán. Ni siquiera buscar la
confrontación con Rusia, como lo hizo Obama en Siria. Todas estas guerras han
sido emprendidas por Estados Unidos para controlar esa región estratégica y
frenar el desarrollo de los principales competidores, que son China y Rusia. En
la estrategia de Trump, esas guerras resultaron contraproducentes para la
economía de Estados Unidos. Su principal enemigo es China, que inunda el
mercado estadounidense y compite con las empresas locales. Y para luchar contra
Beijing, Trump probablemente piense que es mejor normalizar las relaciones con
Moscú. Especialmente porque estas relaciones podrían ser rentables para la
economía de Estados Unidos. Incluso desde un punto de vista geopolítico no
sería estúpido. El gran estratega Zbigniew Brzezinski había dicho que quien
quiera controlar Eurasia controlaría el mundo, porque era la región más
estratégica del globo. Washington debe evitar que sus enemigos controlen esta
región. Pero con su política belicosa, Estados Unidos empujó a Rusia a los
brazos de China. Vladimir Putin y Xi Jinping son aliados, y dominan esta
Eurasia. Fue la pesadilla de Brzezinski lo que se hizo realidad.
En Medio Oriente, Trump no debería lanzar nuevas guerras.
Pero también tiene aliados que satisfacer. Estos son principalmente Arabia
Saudita e Israel. Obama los había decepcionado con el acuerdo nuclear de Irán.
Trump rompió ese acuerdo y presionó a Irán para el deleite de sus aliados
tradicionales. A cambio, los Saud (monarquía que controla Arabia Saudita) se
han comprometido a un contrato de armamento récord de 110 mil millones de
dólares. En cuanto a los favores de Tel Aviv, le brindan el apoyo del
influyente lobby pro-Israel. Durante la campaña, Clinton dijo sobre Trump que
Estados Unidos no necesitaba un presidente neutral con Israel. El candidato
republicano se había negado a comentar sobre el conflicto que desgarraba Medio
Oriente. Incluso había prometido cobrar a Israel por la ayuda militar de
Estados Unidos. Pero desde entonces ha mostrado signos de buena voluntad,
incluido el reconocimiento de Jerusalén como la capital de Israel. Así que
Trump fue aplaudido en la última concentración del AIPAC (Comité de Asuntos Públicos
de Israel) en marzo. Un año antes, sin embargo, una encuesta reveló que el 77%
de los judíos estadounidenses desaprobaba al presidente. La situación ha
cambiado. Si Trump quiere terminar su mandato a pesar de los numerosos ataques,
es mejor contar con el apoyo del pro-israelí que es numeroso en Estados Unidos.
Con respecto a América Latina, Trump no ha mostrado ninguna
intención de romper con la tradición según la cual Estados Unidos considera
este continente como su patio trasero. Las relaciones parecen continuar en el
mismo camino. Washington apoya a las burguesías compradoras derechistas contra
los gobiernos de izquierda que desean romper con el neocolonialismo. Hay una
ofensiva muy fuerte en este momento en Venezuela, Nicaragua, Brasil y Ecuador. Incluso
si es proteccionista, Trump no debería poner fin a los mercados que le ofrecen
los mercados de “ese patio trasero”.
leandroalbani@gmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario