Por Manuel Cabieses Donoso
No quiero que mi voz se confunda con los rugidos del imperio
o con los ladridos de sus perritos falderos. Pero no puedo callar. El heroico
pueblo de Nicaragua, que en 1979 derrocó a la tiranía de los Somoza, necesita
aliento en su lucha contra la dictadura corrupta y grotesca de Daniel
Ortega-Rosario Murillo.
Es cierto que la reacción internacional, el “sicario”
general de la OEA, los medios de desinformación, el empresariado y la Iglesia
Católica se han adueñado de la crisis social y política que gatillaron los
errores del gobierno. Los reaccionarios se han montado en la ola de la protesta
popular; desplazaron a los estudiantes que están dando un ejemplo de coraje
cívico, y se levantan como los jueces y verdugos de un régimen que protegió sus
intereses. El derrumbe del binomio Ortega-Murillo es el destino que la historia
reserva a los revolucionarios que traicionan sus principios, se asocian con los
enemigos del pueblo y se enriquecen con los fondos públicos.
Por desgracia el silencio de las izquierdas -de las que soy
militante-, permitirá que el desastre de Nicaragua pueda interpretarse como una
derrota histórica del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Otro
estigma en el castigado cuerpo de la Izquierda latinoamericana en momentos que
explora nuevos caminos para salir de su prolongada atonía política.
El vergonzoso final del gobierno Ortega-Murillo no tiene
porqué ser la muerte del FSLN. Son asuntos diferentes. El FSLN lo fundaron en
1961 un puñado de exiliados nicaragüenses en Costa Rica. En La Habana conocí a
uno de ellos que sería su líder indiscutido, Carlos Fonseca Amador. Fue en una
reunión que “cuadraron” los compañeros del Departamento América del Partido
Comunista de Cuba que dirigía el comandante Manuel Piñeiro. Nos reunimos en una
habitación del hotel Habana Libre.
Carlos Fonseca, alto, flaco, cegatón, llegó con dos
compañeros que también se preparaban para volver clandestinamente a Nicaragua.
Tenían interés en conocer las luchas sociales y políticas que en Chile gestaban
el cuarto intento presidencial de Salvador Allende. Carlos Fonseca, modesto, de
pocas palabras, ya tenía un respetable historial revolucionario. El FSLN
agrupaba con dificultades tendencias que se materializaron en tres frentes
guerrilleros casi hasta la victoria de 1979. Tengo el recuerdo de un Carlos
Fonseca claro y preciso en sus palabras, radical en sus opiniones y de una
impresionante sencillez, como todo verdadero revolucionario.
Fonseca no alcanzó a ver la victoria del FSLN. Cayó el 8 de
noviembre de 1976. Su gesto de bravura -la de un guerrillero miope- le costó la
vida. Le cortaron las manos para una identificaron en Managua y la prensa
somocista publicó una foto del cadáver del líder sandinista para desalentar al
FSLN. Sus restos descansan hoy en el panteón de los héroes de Nicaragua.
El sacrificio de Fonseca no fue en vano: las tendencias del
FSLN terminaron por unirse y en 1979 derrocaron al dictador Anastasio Somoza
Debayle. La lucha guerrillera contó con el decisivo apoyo logístico y asesoría
militar de la Revolución Cubana. En la guerra participación numerosos
voluntarios latinoamericanos, entre ellos muchos chilenos. En suelo
nicaragüense se foguearon militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez,
del MIR y del Partido Socialista de Chile.
La victoria sandinista significó un extraordinario estímulo
para la Izquierda latinoamericana -maltrecha desde la derrota en Chile-. Atrajo
la atención y militante solidaridad de intelectuales de todo el mundo, entre ellos
Julio Cortázar.
Aunque el FSLN se matriculó en la Internacional
Socialdemócrata y se entrampó en las redes de corrupción de esos partidos, el
prestigio de la revolución sandinista se mantuvo intacto. Esto permitió al FSLN
gobernar hasta 1990 cuando sufrió una derrota a manos de la derecha. El
tropezón que se prolongó hasta 2007 cuando Daniel Ortega y Rosario Murillo
consumaron el matrimonio morganático del FSLN con el empresariado neoliberal y
la Iglesia Católica. Estos son los mismos “aliados” del FSLN que ahora intentan
derrocar al binomio Ortega-Murillo.
Un importante sector del pueblo de Nicaragua sigue fiel al
sandinismo y ha hecho demostraciones masivas para frenar el golpismo apoyado
por EE.UU.
Nicaragua vive una crisis que requiere pronta solución. Se
ha derramado mucha sangre y se corre el riesgo de un levantamiento que costaría
miles de vidas.
La crisis de Nicaragua requiere también de un análisis
profundo y desprejuiciado de las izquierdas. Hay que rescatar lecciones
valiosas para los proyectos de cambios sociales que están resurgiendo en
América Latina.
Las izquierdas que se identificaron con los principios del
FSLN, con su lucha de más de 40 años para derrocar a la tiranía de los Somoza y
luego para aplastar a la Contra financiada por EE.UU.; las izquierdas que
confiaron en el FSLN y sus reformas que de dignidad y justicia para el pueblo
de Nicaragua, tenemos que contribuir a una solución pacífica del conflicto. Una
solución que no deje en manos de la burguesía y del Buitre del Norte a una
revolución que se vio atrapada en los tentáculos de la corrupción y de la
traición.
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