sábado, 21 de julio de 2018

Carta de amor a Nicaragua


Por Sergio Rodríguez Gelfenstein:

En el esfuerzo por conocer a China, su vida, su cultura, su idiosincrasia y su historia y tratar de entender lo que hoy está ocurriendo en ese país y las implicaciones que ello tiene y va a tener en el mundo, he terminado de escribir un libro en el que después de tres años de investigación y siete viajes a ese país, intenté sintetizar el vasto conocimiento adquirido, logrando comprender y aprender muchas cosas. Una de ellas, tal vez la más importante es que sus parámetros de comportamiento como individuos, como sociedad y como Estado emanan de una historia y una filosofía que no es la nuestra, a lo mejor esto es una verdad de perogrullo, pero creo que el desconocimiento de una afirmación tan elemental lleva a conclusiones erróneas que conducen a análisis incorrectos de la realidad de ese país y de las repercusiones que el acontecer de su vida política tiene en lo interno, y por supuesto en lo exterior.

Me di cuenta que el desconocimiento de su historia y filosofía, de la cual deriva su actuación política tiene fundamentos distintos de los de Occidente, entre ellos el concepto filosófico de tiempo. Me vi obligado -en el capítulo referido a este aspecto- dedicar un subcapítulo para explicar las diferencias en el uso del concepto tiempo para los occidentales y los orientales. Pienso que ahí radica parte importante de las incomprensiones entre ambas culturas y civilizaciones, lo cual, dado el poderío creciente de China en el siglo XXI tiene repercusiones planetarias.

Pero, no es de eso que quiero escribir hoy, lo anterior solo sirve de referencia para decir que he aprendido de China que los procesos sociales, sobre todo cuando son de transformación, se gestan y desarrollan en tiempos muy extensos, generalmente mucho mayores que la vida útil promedio de un ser humano de este siglo. A los occidentales nos cuesta mucho entender este hecho que es muy natural para los chinos.

Los procesos sociales, entre ellos los intentos de cambio revolucionario de la sociedad son fenómenos sumamente complejos en los que intervienen múltiples factores subjetivos que conducen a una metamorfosis del componente objetivo que está a la vista. El factor subjetivo más importante es el del papel del ser humano como sujeto de estos procesos, pero también el de aquellos que ejercen el papel de conductores, guías y/o dirigentes que orientan, aceleran, dan curso y establecen las prioridades de cada momento, así como del nivel, calidad y estructura de las organizaciones políticas que tienen la responsabilidad de servir como correas conductoras entre la sociedad y los que asumen la responsabilidad de dirigirla.

Se ha querido establecer una visión idealista de los procesos revolucionarios como si actores y sobre todo conductores fueran seres incólumes, ajenos a imperfecciones, inmunes a las deformaciones que la sociedad de clases impregna a todo aquello que recibe su influencia. Nada más falso. Lo que sí es claro, y ha sido demostrado por la vida y por la historia, es que en la medida de una mayor pureza, capacidad y sensibilidad de los conductores, los procesos pueden avanzar más rápido, mejor y sin correr los riesgos de la desaceleración o la muerte. Creo que quien se acercó en mayor medida a esa perfección fue el Comandante Ernesto Che Guevara quien además tuvo la extraordinaria visión de comprender que para realizar la transformación revolucionaria de la sociedad era necesario construir un “hombre nuevo”. Pero el Che jamás dijo que esa sería una tarea de corto plazo y que estaría vinculada de manera automática a la toma del poder o a la llegada al gobierno, mucho menos cuando esto se produce por vía electoral.

Tal hecho, como todas las cosas de la sociedad y los seres humanos, no son absolutos, son como la vida misma, plena de complejas variables que en cada país se entrelazan para generar particularidades que hacen que ninguna mutación sea igual a otra. Los que opinan desde lejos deberían saberlo y no tratar de encumbrarse a un Olimpo donde nadie los ha ubicado, para emitir definitorias opiniones que muchas veces desconocen la realidad y que suponen recetas inmaculadas que deben ser cumplidas por todos en cualquier condición y en cualquier situación. La vida me dio la oportunidad de poder conversar varias veces con el más grande revolucionario de nuestra época: el Comandante Fidel Castro. Jamás escuché de él una opinión determinante, conclusiva, excluyente del sentir distinto del interlocutor. Supe de discernimientos absolutamente opuestos entre los propios y los de aquellos con quienes conversaba, pero jamás de una imposición o restricción por emanada de la diferencia.

La situación actual de Nicaragua, como la de Cuba en otros momentos e incluso la de Venezuela en años recientes, genera tal grado de polémica y desazón en determinados personajes, que a uno no le queda más que ser una vez más testigo de la fuerza que logran construir los medios de información del enemigo, capaces incluso de quebrar el raciocinio de quienes en el pasado dieron muestras fehacientes de integridad y ética. Recuerdo cuando ante el fusilamiento en Cuba de los terroristas que secuestraron un barco de pasajeros para llevarlo por la fuerza a Estados Unidos, José Saramago y Eduardo Galeano pusieron distancia con la isla de la libertad. La vida les dio tiempo para comprender los difíciles avatares que debe enfrentar una dirección revolucionaria cuando la cotidianidad los lleva a desafiar todos los días al imperio más poderoso de la tierra. Ambos se reconciliaron con Cuba y murieron como lo que fueron: dos grandes de nuestra época sin transigir, ni desmerecer de su condición revolucionaria.

Conozco Nicaragua, la conozco bien, no solo desde un escritorio y una computadora que es la trinchera que me toca ahora, sino desde el Golfo de Fonseca en el caluroso extremo noroccidental hasta el Río San Juan en la frontera con Costa Rica al suroriente, y desde Bilwi (antes Puerto Cabezas) en la región norte del Caribe nicaragüense hasta Peñas Blancas, paso fronterizo con Costa Rica sobre la carretera panamericana.  A través de su territorio solo interrumpido por los lagos, conocí las minas de oro, el duro batallar de los mineros de Rosita, Siuna y Bonanza para extraer la riqueza de la tierra, recuerdo la constitución de las primera baterías antiaéreas en Puerto Cabezas con soldados que no tenían nombre porque no existían los registros de población, rememoro la instalación de los médicos cubanos a comienzos de 1980, en apartadas comarcas de pobladores misquitos, sumos y ramas del Caribe donde nunca había llegado un galeno y en las que los índices de contagiados con enfermedades curables superaba el 70% y los “ancianos” no llegaban a los 40 años. Recorrí los extensos campos de algodón del caluroso occidente chinandegano y leonés, visité las anchurosas zonas ganaderas de Chontales y Boaco y las insurrectas montañas del norte, que todavía respiraban el mismo aire que el general Sandino en las Segovias, Matagalpa, Madriz y Jinotega. Estuve y he vuelto muchas veces a ese sur heroico del departamento de Rivas, donde me hice hombre, guerrillero y revolucionario. Recorrí las calles llenas de historia de los pueblos de Masaya, Granada Estelí y Carazo y sus campos plantados de café y flores. Hice de Managua mi ciudad, caminé por sus mercados, por sus barrios orientales por los que un 20 de julio de 1979 pude todavía palpar el inconmensurable heroísmo de un pueblo que se aprestaba a curar las heridas de la guerra.

Pero no lo dejaron, no le dieron ni un instante de respiro. La primera Purísima (la fiesta religiosa más importante del país) que pasé en Nicaragua, la de diciembre de 1979 estaba al norte de Somotillo, en Cinco Pinos y el Variador al noroccidente del país, donde me habían ordenado trasladarme con una batería de artillería,  subordinarme al Jefe de Batallón de Chinandega Iván Tercero Loáisiga, y estar listos para desplegarnos en combate y repeler una probable agresión de las fuerzas armadas hondureñas que estaban concentrando tropas en la frontera para provocar a la joven revolución triunfante. Diciembre de 1979, solo cinco meses de paz le concedió el imperio al pueblo nicaragüense!!!!!

Y todo sabemos lo que vino después…la guerra, la agresión artera desde Honduras, el bloqueo de los puertos, las sanciones económicas, el intento de rendir por muerte o por hambre al sencillo y abnegado pueblo que por tercera vez los había derrotado: a mediados del siglo XIX, cuando el mercenario Walker intentó crear una extensión de Estados Unidos en Centroamérica; a comienzos del siglo XX cuando el general Sandino y su Ejercito de Hombres Libres los hizo morder el polvo de la derrota y los expulsó del territorio nacional y ahora, en 1979, cuando los hijos de Sandino, hicieron huir al hijo de puta Somoza (como lo llamó Roosevelt). No perdonaron a Nicaragua y no la perdonarán jamás.

Siento el orgullo de haber sido un combatiente internacionalista de Nicaragua, cargo en mis hombros el honor de haber sido fundador del Ejército de Nicaragua, de haber podido colaborar en la formación de sus primeros jefes militares, bisoños guerrilleros exitosamente devenidos en líderes para construir la fuerza militar más poderosa de Centroamérica, más que por sus armas y su poderío bélico, por la fuerza de su conducta, por la dignidad y responsabilidad con la salvaguarda de su patria de sus hombres y mujeres, por el honor de ser hijos de Sandino, de Zeledón y de Andrés Castro.

Y alguien, tal vez con justicia me diga que eso es el pasado y que hoy la realidad es otra. Pero, es que volví a Nicaragua, lo hice en 2008 como embajador de Venezuela, como embajador de Chávez, y esta vez mi quehacer no fue exitoso, lo digo sin vergüenza y sin rubor, fuerzas oscuras conspiraron aquí y allá, para que me sacaran, ocurrió lo increíble, el embajador de Chávez fue sacado de Nicaragua por un gobierno sandinista. Pero, así son las imperfecciones de estos procesos. Al regresar conversé con el Comandante, no voy a revelar lo que me dijo, fue una conversación privada y él, lamentablemente no está para corroborar su contenido, pero estoy tranquilo, no tengo resentimientos y si lo traigo a colación no es porque desee hablar de ello, sino porque sin falsa modestia siento que puedo opinar sobre este país hermano, a pesar del maltrato y la humillación sufrida he vuelto muchas veces y he sentido el aprecio y el cariño de muchos compañeros y compañeras: los mismos del 79, los mismos del 84, los mismos del 89, los mismos de la resistencia a los 17 años de neoliberalismo, los mismos del 2007, los mismos del 2018. Ahí están, siguen luchando, dan la cara, aman su país, son sandinistas hasta la médula y no lo entregarán. Estén seguros de ello como lo estoy yo, combatirán hasta el final, ni se venden ni se rinden, jamás!

No bastan el maltrato y la humillación personal que sufrí aquí y allá para que yo deje de sentir un amor infinito por el pueblo nicaragüense. En este momento tan difícil que están viviendo, recuerdo dos cosas, la primera del Che cuando en un acto en Santiago de Cuba en noviembre de 1964 nos alertaba: "...porque es la naturaleza del imperialismo la que bestializa a los hombres, la que la convierte en fieras sedientas de sangre, que están dispuestas a degollar, asesinar, a destruir hasta la última imagen de un revolucionario, de un partidario de un régimen que haya caído bajo su bota o que luche por su libertad... Y recordemos siempre, que no se puede confiar en el imperialismo pero ni tantito así, nada”.

La otra me la dijo personalmente el Comandante Tomás Borge cuando lo visité en Lima, en fechas cercanas a su enfermedad y posterior fallecimiento “América Latina y sus procesos revolucionarios son muy complejos, hay quien puede confundirse o estar desorientado, en esos casos hay que saber donde está Fidel: ahí hay que estar”.

Cuando Nicaragua sufre los embates imperiales, posiblemente iniciados por errores de conducción, por fallas en la subjetividad de la dirección, por métodos y prácticas incorrectas, cuando se pretende retrotraer la historia, cuando la muerte y la destrucción disfrazadas de democracia se quieren instalar en la patria de Sandino de Rubén Darío y de Carlos Fonseca Amador nadie puede estar confundido, hay que estar donde está Fidel, o visto de otra manera hay que saber donde esté el imperio para ponerse en la trinchera del frente. Estar con Estados Unidos es estar con los enemigos de la humanidad. Lo dice el himno del FSLN. Los errores que se hayan podido cometer se tendrán que superar será el propio pueblo el que exigirá retomar el camino correcto, no habrá soluciones venidas desde afuera, menos del norte, tampoco de la OEA o de la CIDH, no será Almagro, el pupilo de Pepe Mujica el que vaya a dictar las pautas del “comportamiento correcto”. Como dice el periodista argentino José Steinsleger: “El pueblo sandinista decidirá. Mas no para que los escritores caigan en el prosaísmo de ser aclamados por consideraciones que exceden sus méritos literarios, o convirtiendo la paradoja en receta de buena ciudadanía”.

sergioro07@hotmail.com

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