Por Atilio A. Boron:
La oposición venezolana desperdició este domingo una
posibilidad única para medir fuerzas con el gobierno de Nicolás Maduro. Si como
dicen sus voceros, dentro y fuera de Venezuela, los opositores cuentan con el
favor de la gran mayoría de la población, ¿por qué no presentaron una
candidatura única que, quizás, podría haberle abierto la puerta del Palacio de
Miraflores y lograr, por vías institucionales, la tan anhelada “salida” del
presidente Maduro? No lo hicieron, y la excusa fue que no existían garantías de
honestidad y transparencia en el proceso electoral. Olvidaron, o prefirieron
olvidar, la sentencia del ex presidente de Estados Unidos Jimmy Carter -un
crítico del chavismo- cuando en el año 2012 dijo, en el discurso anual ante el
Centro Carter, que "de las 92 elecciones que hemos monitoreado, yo diría
que el proceso electoral en Venezuela es el mejor del mundo."
(https://actualidad.rt.com/actualidad/view/54145-jimmy-carter-sistema-electoral-venezolano-mejor-mundo).
Por si lo anterior fuera poco en los 23 procesos electorales que se llevaron a
cabo desde que Hugo Chávez asumió la presidencia en 1999 jamás se presentaron
pruebas concretas de fraude ante el Consejo Nacional Electoral. Todo se redujo
a airadas declaraciones y denuncias sin fundamento, mentirosas como las que
estamos escuchando en estos días y que son recogidas y reproducidas ad
infinitum por esa cloaca maloliente de lo que una vez fue el periodismo: los
grandes medios de comunicación hegemónicos en América Latina, encargados de
desinformar meticulosamente a la opinión pública.
¿Por qué desertaron de los comicios, por qué no recogieron
el guante que les arrojó Maduro? Fácil: porque ni ellos se creían sus propias
bravuconadas. Sabían que no era verdad que la mayoría del electorado
acompañaría a la oposición; eran conscientes de que por más protestas y quejas
que susciten la crisis económica y las pocas efectivas respuestas del gobierno
el pueblo venezolano sabe muy bien que los opositores son la oligarquía,
superficialmente aggiornada, que por siglos lo oprimió y despreció. Por eso en
lugar de ir a las urnas se dedicaron a denunciar de antemano que las elecciones
serían fraudulentas, un pretexto para evitar que su inferioridad numérica
quedase registrada para siempre. En lugar de ello apostaron a la abstención, y
a la "vía corta" para tumbar a Maduro por medios violentos y
confiando en la eficacia destructiva de las presiones internacionales. Es la
estrategia de "cambio de régimen" que Estados Unidos viene
propiciando hace décadas. En línea con ésta la Casa Blanca se puso a la cabeza
de esa ofensiva y le ordenó a sus peones latinoamericanos que lanzaran un
ataque frontal contra Caracas. Para infortunio de la oposición, la abstención
quedó muy lejos de la marca que esperaba para, de ese modo, deslegitimar el
triunfo de Maduro. En realidad aquella es casi idéntica a la que hubo en Chile
en primera vuelta presidencial del 2017, en donde la tasa de participación
electoral también fue del 46 por ciento, y no hemos escuchado a ninguno de los
publicistas y empleados de la derecha que dicen ser periodistas rasgarse las
vestiduras por ello y cuestionar el triunfo de Sebastián Piñera. Pero una cosa
es Venezuela y otra es Chile; la primera tiene la principal reserva de petróleo
del mundo y Chile no.
Un índice comparativo de la representatividad presidencial,
necesaria para calmar las angustias de las buenas almas democráticas, lo ofrece
el cociente entre los votos obtenidos por diferentes presidentes y la población
electoral. Sebastián Piñera fue elegido presidente de Chile con el respaldo del
26.5 % del electorado; Juan M. Santos con menos todavía, el 23.7 %; Mauricio
Macri, con el 26.8 %; Donald Trump con el 27.3 % y Nicolás Maduro, el domingo
pasado, con el 31.7 %. O sea, que si se va a hablar del atropello a la
democracia en Venezuela, como lo hace el Cartel de Lima, habría primero que
mirar un poco estas cifras y entender lo que ellas significan. Pero la Casa
Blanca no se inmuta ante nada. Fiel a lo que una vez le dijera a un periodista
del New York Times el señor Karl Rove (en el 2003, cuando era el principal
asesor de George W. Bush) "nosotros ahora somos un imperio y, cuando
actuamos, creamos la realidad".
(https://www.reddit.com/r/quotes/comments/8citkn/were_an_empire_now_and_when_we_act_we_create_our/),
el gobierno de Estados Unidos creó la "realidad" de una dictadura
para un gobierno que convocó a 23 elecciones en 20 años y que en las dos
ocasiones en que fue derrotado reconoció de inmediato el veredicto de las
urnas. La oposición "democrática" jamás reconoció sus derrotas y
sumió al país en el caos y la violencia callejera en el 2013 y 2017. Pero
Estados Unidos creó esa "realidad" y sus impresentables lacayos de
Lima se movilizaron al instante para acosar al gobierno bolivariano y profundizar
la crisis en Venezuela. No deja de ser una penosa tragicomedia que personajes
tan desprestigiados como los miembros de esa banda pretendan darle lecciones de
democracia a la Venezuela bolivariana. El gobierno argentino, presidido por un
demagogo que prometió el oro y el moro en su campaña para luego incumplir todas
sus promesas, y que además preside un gobierno cuyos principales figuras son
millonarios que no repatrían sus fortunas convenientemente alojadas en paraísos
fiscales porque no confían en la seguridad jurídica ... ¡que brinda su propio
gobierno!, amén de haber arrasado con la libertad de prensa y el estado de
derecho; el gobierno de México, que en el sexenio de Peña Nieto contabilizaba
40 periodistas asesinados hasta enero de este año, y con un proceso político
electoral corrupto hasta la médula por el narcotráfico y el paramilitarismo,
con miles de muertos y desaparecidos y en donde los 43 jóvenes de Ayotzinapa
son la pequeña punta de un gigantesco iceberg de 170.000 muertos y más 35.000
desaparecidos en los últimos diez años, sin que el hiperactivo secretario
general de la OEA tomara nota de lo que para él, seguramente, es una nimiedad;
el de Colombia, otro gobierno penetrado por el narco, con un presidente que ha
saboteado el proceso de paz y asistido impávido a la incesante matanza de
líderes sociales, aparte de su probada participación -como Ministro de Defensa-
en los asesinatos en masa de la época de Uribe, los "falsos
positivos" y las fosas comunes que siguen apareciendo a lo largo y ancho
de Colombia; el gobierno de Brasil, presidido por un corrupto probado que
fraguó un golpe de estado y usurpó la presidencia de ese país, y que cuenta con
la raquítica aprobación de sólo el 3 % de la población y un 0.9 % de intención
de voto. Estos son los personajes que tienen la osadía de vituperar al gobierno
de Maduro calificándolo como una dictadura. No creo que ningún demócrata en el
mundo debiera preocuparse por a opinión que puedan emitir sujetos con tan
dudosas credenciales democráticas.
Pensando a futuro: con la re-elección de Maduro asegurada,
con la Asamblea Nacional Constituyente a favor del gobierno, la casi la
totalidad de los gobernadores y las alcaldías no puede haber excusa alguna que
impida lanzar un combate sin cuartel contra la guerra económica decretada por
el imperio y atacar a fondo a la corrupción (no sólo la que practican las
grandes empresas sino también la que, desgraciadamente, está enquistada en
algunos sectores de la administración pública) y combatir con fuerza las
maniobras especulativas y el contrabando de los grandes agentes económicos
locales, peones de la estrategia destituyente diseñada por Washington. Sería
suicida ignorar que las penurias que está sufriendo la población venezolana
tienen un límite. La menor afluencia a las urnas este domingo fue una señal
temprana de ese descontento y de un peligroso acercamiento a ese límite.
El gobierno, con el poder que acumula en sus manos, tiene
que actuar sin más dilaciones en dos frentes: el político, para resistir una
nueva e inminente arremetida del imperio, que puede llegar a ser violenta y que
para desbaratarla será necesario profundizar la organización y concientización
del campo popular. Y el frente económico, para resolver los problemas del
desabastecimiento, la carestía, el circulante y la inflación. En una palabra:
es preciso rectificar el rumbo y mejorar la calidad de la gestión de la
política económica para evitar que las penurias del pueblo se conviertan en
decepción y esta, de no mediar una solución a los problemas, en el hartazgo que
abre las puertas de la ira y la violencia. Y, por favor, evitar por ahora
enredarse en estériles discusiones sobre el cambio de la matriz productiva del
rentismo petrolero y todo lo que lo rodea. Ese es un programa de cambio
estructural que, con suerte, para concretarse se requieren quince o veinte años
de continuidad política. Por lo tanto, hay que concentrarse en las tareas
inmediatas, al menos por ahora. Los problemas económicos que afectan a la
población y que debe resolver el gobierno son de cortísimo plazo, de hoy y
mañana, de una semana a lo máximo. Si fracasara en ese empeño el futuro del
gobierno de Nicolás Maduro podría verse muy seriamente debilitado y su
estabilidad entraría en una zona de peligro inminente.
aleteias@gmail.com
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