miércoles, 2 de mayo de 2018

Corea Kim y Moon en la encrucijada


Por Ernesto Wong Maestre (*): 
Centenares de noticias han viajado globalmente a través de internet y millones de minutos ha consumido la humanidad observando desde cualquier punto del orbe el estrechón de manos y los pasos dados sobre la línea de demarcación fronteriza, hacia el sur y hacia el norte, por Kim Jong-un y Moo Jae-in. Toda una simbología que aprovecha Donald Trump para atribuirse un logro que solo pertenece a los líderes coreanos y a la heroica etnia coreana que luego de setenta años parece haber encontrado las vías para reiniciar el escabroso camino hacia la total independencia, como una única Nación soberana.



El acontecimiento hacia la unidad de las dos Corea que se está presenciando hoy es una aspiración de la inmensa mayoría de los ochenta y dos millones de coreanos y coreanas que habitan este planeta, casi la totalidad en la península de Corea, pues se identifican como pertenecientes a una de las etnias asiáticas de mayor arraigo y homogeneidad cultural, pero también como una víctima de las políticas expansionistas de imperios vecinos que trataron hasta 1945 de colonizarla o de imperios más globales, como el encabezado por EE.UU que invadió la península en 1950 y sigue empeñado en someterla; ahora mediante la estrategia de mantenerla dividida, como también lo hizo con Vietnam en la cercana península de Indochina entre 1954 y 1975.

Lo ocurrido el pasado 7 de abril es también consecuencia de varios procesos globales que se entrecruzan en ese lado del planeta y donde las principales potencias mundiales se enfrascan en una batalla que a todas luces la está liderando la República Popular China y la va perdiendo la principal potencia armamentista, los EE.UU, debido a la crisis interna y la imposibilidad de salir de ella por estar inserta en la desestructuración del sistema imperialista y en la propia crisis estructural del depredador capitalismo.

En esa encrucijada, Kim y Moon protagonizan ahora el hecho que ya gobernantes anteriores de ambos países habían tratado de llevar a cabo. Por parte de Pyonyang,  Kim Jong-il, padre del actual presidente norcoreano, y del lado sureño, el presidente Roh Moo-hyun, se reunieron en 2007 para firmar la llamada Declaración de Paz y Prosperidad como paso significativo hacia la reunificación. Sin embargo, a los pocos meses todo había quedado en intenciones porque Roh fue víctima de una intensa campaña de descrédito y su gobierno de presiones políticas hasta que culminó su mandato y que le imposibilitaron avanzar con Jong-Il. Meses después Roh “se suicidó” en circunstancias sospechosas que quizás sea necesario volver a investigarlas.

De manera que tanto Kim Jong-un como Moon Jae-in además de sus responsabilidades políticas los vinculan procesos afectivos de alto sentido intersubjetivo porque quien también asesoró a Roh fue Moon quien fungía como su abogado y asistente personal en 2007, y sin duda, conoció en ese acto bilateral al padre de quien ahora le invitó a cruzar la línea fronteriza hacia el norte, territorio donde casualmente nació el padre de Moon. Por ello, no deben ser extrañas las amplias sonrisas, los apretones de mano o las declaraciones de ambos líderes que ayudan a distender el clima guerrerista formado semanas atrás cuando el presidente Donald Trump amenazó con destruir totalmente a Norcorea y Kim respondió con desaparecer con potentes misiles, sitios estratégicos estadounidenses en el Pacífico mientras que mostraba una política paciente, cuidadosa e inteligente de paz hacia Seúl.

Un Jong-un crecido como estadista, ante las amenazas de un Trump belicoso y portador de la filosofía de que otros vayan a la guerra a matarse por EEUU, y un Moon decidido a avanzar en la reunificación desde inicios de su gobierno y en ir tomando distanciamiento nuclear de Washington, unieron sus voluntades para satisfacer lo que a todas luces es un sentir popular a los dos lados de la frontera, el deseo de volver a la tradicional hermandad étnica.

Por supuesto, si todo en la vida política e internacional fuera y quedara en los intereses intra étnicos o interétnicos, el mundo sería de paz y prosperidad como lo afirman siempre en las declaraciones la mayoría de los organismos intergubernamentales en el mundo. La reunificación coreana, como aspiración de ambos pueblos, estará condicionada por la puja de intereses y de operaciones en diversos sectores y de diferentes actores globales, comenzando por el Complejo Militar-Financiero-Comunicacional dirigido desde el dúo Pentágono-CIA, por las megacorporaciones de diversas naciones interesadas en la creciente red económico-comercial-financiera asiática y euroasiática, y terminando por la Organización de Cooperación de Shanghai liderada por China y Rusia, así como por la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN). Son esos cuatro grupos de actores los que en mayor medida impactarán sobre lo que sucederá entre los dos gobiernos de la Península coreana.

Para cualquiera de esos actores, la República Popular y Democrática de Corea (RPDC) comienza a gozar de una nueva imagen mundial, una legitimidad renovada ante la comunidad regional e internacional de la cual estaba siendo apartada por la política imperial estadounidense, y también disponer de un tiempo mayor, con recursos potenciados al anunciar el detenimiento del ritmo de sus gastos nucleares, para insertarse de lleno y con más bríos en los procesos integracionistas multilaterales y bilaterales, comenzando por aquellos sugeridos por el líder Xi Jinping de su vecina nación, donde una de las cincuenta y seis etnias reconocidas en la Constitución Nacional de China es la coreana, de casi dos millones de integrantes que forman la Prefectura Autónoma de Yanbián y habita en la provincia china de Yilin, territorio de carácter geoestratégico tanto para la RPDC y China como para la fronteriza Rusia y el cercano Japón.

Este último con una larga deuda económica y ético-social con todo el pueblo coreano debido a la historia de agresiones e invasiones armadas a su territorio y que siguen siendo obstáculos para la mejoría de las relaciones coreano-japonesas, sobre todo por el avance de la carrera armamentista del llamado “país del sol naciente” y de su oligarquía liberal gobernante de arraigo imperial. A partir de ello se pudiera comprender mejor el sentido de las últimas declaraciones del decaído políticamente primer ministro japonés Shinzo Abe quien por no mostrarse tan prepotente expresó su confianza, pero sólo en que Kim “cumpla su palabra” respecto a las armas nucleares, más no mencionó nada acerca de las ocasiones anteriores en que los diferentes gobiernos surcoreanos no cumplieron lo prometido a la RPDC en materia de avances para la reunificación.

Por su parte, el recién ofrecimiento de Kim, transmitido a Abe por Moon, de realizar una cumbre norcoreano-japonesa queda a la expectativa y posiblemente no se realice antes del próximo otoño en que Moon visite a su vecino del norte. No obstante, la puja político electoral interna de Japón entre liberales y demócratas podría ser un catalizador que incline la balanza hacia uno u otro lado respecto a las relaciones Tokio-Pyongyang. Recuérdese que después que Jong Il y Roh avanzaron con la Declaración del 2007, en Japón ganó el Partido Democrático (después de varias décadas de derrotas) con su líder Yukio Hatoyama quien desde 2009, tuvo una cierta disposición de apertura hacia China y la RPDC, lo cual pudo haberle ocasionado fuertes presiones provenientes de las fuerzas de ocupación estadounidenses y de sus aliados criollos quienes a la postre volvieron a presidir el gobierno a partir de 2012. Hoy, Abe trata de conciliar intereses con las fuerzas internas que abogan por la mejoría de las relaciones con la pujante vecina China, en lo cual el cambio coreano viene a reforzar más esos intereses.   
         
En cuanto a las relaciones bilaterales chino-norcoreanas, el cambio ocurrido potencia más a China y también a la RPDC, tanto geopolítica como geoestratégicamente, debido a varios procesos.  En lo militar, teniendo en cuenta el historial bélico de los gobiernos de EE.UU,  si Moon y Trump deciden continuar con las maniobras conjuntas militares ahora sin armas nucleares, Beiging y Pyonyang no tendrían obstáculo para iniciar las propias maniobras militares que fortalecerían los intereses de ambos gobiernos respecto al Mar de China y a cualquier operación militar en general en esa subregión. Con este inicial acuerdo se presupone que al declarar Kim la disposición a cerrar una planta y posponer los planes nucleares, es porque Moon ya se hubo comprometido también a contribuir a desnuclearizar la parte sur de la península coreana, algo con lo que Trump podría estar de acuerdo dados los altos costos que ello conlleva para el presupuesto de Washington que el gobernante estadounidense lo pretende ir orientando hacia otros objetivos, aunque no menos onerosos para el pueblo estadounidense que es quien paga la carrera armamentista de la oligarquía gobernante, como la que se lleva a cabo con el motivo de la “agresiva Rusia”.  En lo económico-comercial-financiero, los acuerdos intercoreanos favorecen el avance en esas esferas de las relaciones chino-norcoreanas, sobre todo si las sanciones de EEUU y del Consejo de Seguridad de ONU impuestas a Pyongyang son eliminadas o disminuidas, pues esas siempre actuarán para uso del gobierno de EE.UU como la “espada de Damocles”  contra el pueblo socialista norcoreano.

Ya en mi artículo del 25 de noviembre de 2010 titulado “La decisión lógica y estratégica de Corea del Norte” preveía que el conflicto armado en la península de Corea tendía a “incrementarse en razón de las continuas provocaciones militaristas que Corea del Sur, con el apoyo de los Estados Unidos, lleva a efectos contra la República Popular Democrática de Corea (RPDC)”. Fue precisamente ese incremento ocurrido entre 2010 y 2017 un elemento incidente y significativo en la decisión del pueblo surcoreano de quitar del poder en marzo del 2017 a la gobernante corrupta anti-unificación, Park Geun-hye y buscar una opción viable  con la candidatura y la victoria de Moo Jae-in, quien ahora ha cumplido el añorado deseo popular de reiniciar el proceso de unificación norte-sur, aunque este no está blindado aún frente a los potentes actores que utilizan las “covert action”, las “operaciones de bandera falsa”, las campañas de “fake news”, las amenazas, chantajes y sobornos dirigidos criminalmente,  para desestabilizar procesos y naciones. 

En función del proceso unificador, Moon y Kim aprobaron una declaración final, de donde se puede extraer el sentido altamente social que tienen los temas centrales acordados entre ellos. En primer lugar, detener las operaciones de hostilidad y avanzar en la desnuclearización total de la península de Corea lo que significa eliminar gradualmente “los arsenales”, la propaganda dañina en las fronteras y no enfrentarse en el llamado “Mar Amarillo”, todo a partir de firmar un “tratado de paz”. En segundo lugar, desarrollar inmediatamente la estrategia de las “conversaciones militares de alto nivel” e ir creando condiciones para mejorar las relaciones bilaterales mientras que se fomenta “un futuro conjunto de prosperidad y reunificación”. En tercer lugar, fomentar las actividades de reunificación familiar y competir conjuntamente en lides internacionales deportivas bajo una misma bandera. Y en cuarto término, iniciar conversaciones de negociación a cuatro bandas (las dos Corea, China y EE.UU).

Esos acuerdos bilaterales presuponen, ante todo, que Moon y su gobierno están decididos a dar pasos concretos y cumplir lo pactado, lo cual no es la garantía total del avance del proceso de reunificación pero sí un paso superior que busca aprovechar la coyuntura crítica por la que atraviesa la otrora dominación hegemónica estadounidense en la región de toda el Asia-Pacífico y también aprovechar el surgimiento del “nuevo poder condicionado colectivo” expresado en la política china de construir una “comunidad de destino compartido” basada en la creciente interconectividad, como la desencadenada por la Franja y la Ruta, pero también soportada en la visión de “un país dos sistemas” o de la gobernanza global de nuevo tipo, apoyada en una búsqueda de la multipolaridad pero que también tiende a la bipolaridad multicéntrica debido a la política exterior imperialmente obcecada de los gobiernos estadounidense de turno que obligan a cerrar filas internacionalmente contra el belicismo guerrerista en bien de la paz y la salvación del planeta.

Tratar de comprender ese proceso de unificación “intercoreano”, profundamente social, y por tanto ideológico y también geopolítico, sin considerar al imaginario real de ambos pueblos, sus aspiraciones de felicidad y sus anhelos históricos, como lo ignoran y pretenden establecer las limitadas teorías neoliberales de las “relaciones internacionales” donde lo social, con sus batallas políticas internas, quedan enmascaradas en una “caja negra” o ignoradas por metodologías neopositivistas o filosofías pseudo analíticas, resulta a todas luces un empeño cognitivo infructuoso y sesgado, y por ello es que así, con esas limitaciones, lo difunden las cadenas transnacionales de noticias que le hacen el juego a las megacorporaciones de la carrera armamentista y ahora tratan de crear la incertidumbre en torno al cumplimiento nuclear de lo prometido por Kim y de comenzar a buscar con qué torpedear la gestión de Moon, quien junto a su par norcoreano, transitan por una histórica encrucijada.

(*) Analista internacional y profesor de las maestrías en Relaciones Internacionales del Instituto de Altos Estudios de Seguridad de la Nación de la UMBV y de la de Derecho Internacional Público de la UBV, así como de la carrera en relaciones internacionales de la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV.

wongmaestre@gmail.com

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