Por Homar Garcés:
En 2013, el Papa Francisco hizo una afirmación tremenda y,
si se quiere aceptar, subversiva: «Así como el mandamiento de `no matar´ pone
un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir
`no a una economía de la exclusión y la inequidad´. Esa economía mata. No puede
ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que
sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede
tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es
inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del
más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta
situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin
trabajo, sin horizontes, sin salida.
Se considera al ser humano en sí mismo
como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a
la cultura del `descarte´ que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente
del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la
exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la
que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder,
sino que se está fuera. Los excluidos no son `explotados´ sino desechos,
`sobrantes´».
Para conseguir que esta realidad no perturbe en un grado
mínimo la conciencia de aquellas personas atrapadas de una manera permanente en
una espiral consumista desmedida y la explotación de su fuerza de trabajo
(reproduciendo las relaciones de producción que fundamentan el sistema
capitalista en general), los factores de poder tienen a la disposición una
vasta industria ideológica mediante la cual se modela el comportamiento
individual y colectivo requerido para mantener libre de amenazas de revueltas
populares que pongan patas arriba al orden establecido.
En síntesis, la vida humana y, con ella, la naturaleza han
terminado por ser consideradas por quienes controlan el sistema capitalista
global como cosas que se calculan en base a las ganancias que puedan generar y,
como tales, están expuestas a ser desechadas, si constituyen pérdidas para los
inversores. Esta cosificación de las personas y de la naturaleza está
precipitándonos de modo creciente a situaciones que hacen anticipar a muchos
analistas (sin ser ciencia ficción) el establecimiento de un modelo de sociedad
distópica, o apocalíptica, en donde prevalecería la ley del más fuerte, con una
clase político-económica dominante, para colmo, fascista y una mayoría
esclavizada o semi-esclavizada, sometida al entero servicio y capricho de ésta.
Ante semejante posibilidad, real e inmediata, la lucha de
los sectores populares tendrá que dirigirse -enfáticamente- a la eliminación
definitiva de las diversas condiciones de dominación, desigualdad y explotación
a que han sido reducidos por las clases dominantes. Para lograrlo requerirán
organizarse y trazarse como meta fundamental la toma total del poder, contando
para ello con un nuevo tipo de conciencia que les despoje de ese rol de gentes
de segunda categoría que han asumido a pesar de sí mismos. Esta lucha
comprende, asimismo, llevar a cabo un profundo y sostenido proceso de
desideologización y descolonización cultural, ya que, precisamente, dichas
condiciones de desigualdad, explotación y dominación hunden sus raíces en la
psiquis de los sectores subordinados. Por otra parte, tiene que apuntar al
desmantelamiento de las diferentes estructuras que conforman el Estado burgués
liberal, así como de toda aquella expresión de Estado que se derive del mismo,
lo que nos conduce -con igual propósito- a lo que es la realidad del
capitalismo y sus «distintas» variaciones o mutaciones. «Ni el viejo poder del
capitalismo tradicional -afirmó el profesor y ex combatiente guerrillero
venezolano Ramón Morales Rossi en artículo publicado hace ya unas cuantas
décadas- ni el que pretendió sustituirlo y que devino en nuevo poder
capitalista de Estado son ya alternativas. Hoy está planteado un nuevo reto
para la humanidad con la desventaja para nosotros de que lo viejo se nos
pretende vender como nuevo. En el mundo sólo existe hoy un poder que se bautiza
con diferentes nombres. Ese poder es el del Estado omnipotente, el de las
fuerzas productivas, el del partido, de la familia, la escuela y la obediencia
a ciegas».
Todo esto amalgamado representa la lucha consciente y
organizada que deben librar actualmente los pueblos del mundo. En ella no
únicamente se tiene que incluir el derecho de las naciones a su total soberanía
(seriamente amenazada y vulnerada por los intereses geopolíticos del
imperialismo gringo y sus secuaces), el respeto igualitario a las diferencias
étnicas y culturales, la eliminación del patriarcado, la desigualdad social y la
explotación indiscriminada de la fuerza de trabajo, lo mismo que de la
naturaleza, entre otros elementos negativos del presente, sino básicamente de
defensa y preservación de toda vida en nuestro planeta. Por lo que esa
globalización de la indiferencia, hábilmente construida por los sectores
hegemónicos gracias sus fuerzas militares y a su manipuladora industria
ideológica, extendida ahora a las redes sociales que circulan «libremente» por
Internet, (en función, baste recordarlo, de los intereses de las grandes
corporaciones transnacionales capitalistas) tendrá que dar paso -diligente y
necesariamente- a la solidaridad activa de todas y todos, en una convergencia
de voluntades que tenga
mandingarebelde@gmail.com
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