Por Leandro Albani:
Mientras los días de los pobladores de la región kurda de
Afrin transcurren en medio de masacres y saqueos, el presidente turco Recep
Tayyip Erdogan siente que se difuminan los límites de su poder. Con la toma del
enclave kurdo, que costó la vida de más de trescientos civiles, Erdogan se
repone de la crisis que hizo tambalear su poder en 2016, cuando sufrió un
intento de golpe de Estado. Pero, además de controlar Afrin, el presidente
turco parece buscar la expansión de su régimen sobre territorio sirio e
intensificar sus operaciones en Kurdistán iraquí.
La invasión de Afrin que inició Turquía a principios de año
confirmó que la guerra en Oriente Medio está lejos de finalizar y que el
gobierno turco no duda en hacer más profunda la crisis, darle oxígeno a grupos
terroristas que estaban casi extintos y barrer con las minorías que conviven en
el norte de Siria, principalmente sus archienemigos kurdos, que considera una
amenaza para la integridad nacional turca.
Cuando el 20 de enero Erdogan ordenó los bombardeos masivos
contra Afrin, Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea (UE) intentaron mirar
para otro lado. No importaba que Afrin fuera la región más segura en estos
siete años de guerra interna en Siria, ni que esa región –conocida por sus
olivares, ríos y valles– se convirtiera en el refugio de al menos 500 mil
desplazados internos que, pese a las duras condiciones humanitarias, fueron
recibidos, ubicados en campamentos o casas particulares y asistidos por el
pueblo de Afrin y sus autoridades. Europa tardó mucho en condenar la ofensiva,
las primeras reacciones oficiales de la Unión Europea se limitaron a señalar su
“extrema preocupación”. Recién a mediados de marzo el Parlamento Europeo
condenó claramente la invasión y recién hace días Merkel hizo lo mismo. La
semana pasada, Naciones Unidas se pronunció con cierta contundencia sobre lo
que sucede en Afrin. El coordinador humanitario en Siria, Ali al Zaatari,
expresó que “tras haber visto de primera mano las condiciones de la gente de
Guta Oriental y Afrin, que están cansados, hambrientos, traumatizados y
temerosos, necesitamos proporcionarles ayuda urgente”.
Las ambigüedades y los silencios selectivos de los grandes
actores internacionales tienen varias explicaciones. Los de la UE se explican
por el millonario acuerdo con Turquía para que actúe como muro de contención y
frene a los refugiados que intentan entrar en su territorio. Otras
explicaciones son las ventas millonarias de armamento por parte de Alemania a
Ankara, la puja entre Washington y Moscú para que el gobierno de Erdogan elija
cuál será su mejor aliado internacional. En estos días las grandes potencias
priorizan su alianza con Turquía, una economía emergente en Oriente Medio que
aporta el segundo ejército con mayor poder de fuego a la OTAN.
La ofensiva de Turquía –secundada en el terreno por
mercenarios del Ejército Libre Sirio (ELS)– ha dejado más de trescientos
civiles muertos, miles de pobladores heridos, el principal hospital
bombardeado, y generó el desplazamiento de al menos 200 mil civiles de la
ciudad de Afrin, horas antes de que el ejército turco y sus aliados entraran a
sangre y fuego. Las primeras imágenes del ingreso en la ciudad son
estremecedoras: los miembros del ELS saqueando casas y comercios, la estatua de
la plaza principal –que representa al herrero Kawa, símbolo mitológico y
fundacional de la nación kurda– destruida y pisoteada, y decenas de personas
detenidas por el solo hecho de ser pobladores originarios del Kurdistán sirio,
un territorio conquistado en 2012, en el que se construyó un sistema de
gobierno autónomo, inclusivo, que respeta a las minorías étnicas y a las
religiones.
Durante los últimos 60 días de invasión en Afrin, las
Unidades de Protección del Pueblo (YPG-YPJ) sostuvieron una resistencia armada
contra el ejército, al tiempo que evacuaron a miles de civiles afectados por
los bombardeos. Mientras que Turquía afirma que les infligió alrededor de tres
mil bajas a sus enemigos en Afrin, las fuerzas de autodefensa kurdas sostienen
que en total no superaron las 650. Según el Observatorio Sirio de Derechos
Humanos, las tropas turcas y sus grupos aliados habrían tenido más de
quinientas bajas, mientras que las YPG y las autodefensas habrían sufrido
1.500.
Cuando la ciudad de Afrin fue tomada, las YPG-YPJ anunciaron
que la guerra de posiciones sostenida hasta ahora daría un vuelco. Las
autodefensas kurdas explicaron que iban a desatar una guerra de guerrillas
contra los invasores, una táctica en la que están fogueadas luego de varios
años de combates contra el Estado Islámico.
leandroalbani@gmail.com
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