Por Carolina Vásquez Araya:
El derecho de los demás es también mi derecho. Una idea para
reflexionar.
Hubo un tiempo no muy lejano –mediados del siglo pasado-
cuando no se hablaba de derechos humanos. Era un concepto desconocido para las
mayorías; no se había desgastado por la manipulación mediática ni el manoseo
social y era algo así como una parte decorativa del léxico diplomático en los
círculos internacionales. Luego, con el transcurrir de los años y la violencia
política ya bien instalada en los países del Tercer Mundo, fue tomando
protagonismo por la obvia necesidad de proteger a la población civil de los
desmanes de sus gobiernos y de grupos extremistas.
El respeto por los derechos humanos y todo mecanismo para
garantizar su protección, constituyen un capítulo indispensable de la vida en
cualquier sociedad democrática en donde las óptimas condiciones de vida de sus
miembros representen un objetivo primordial para sus gobernantes. Por el
contrario, los regímenes autoritarios y dictatoriales se han caracterizado
precisamente por reprimir los derechos de los ciudadanos, oprimiendo y
coartando sus libertades por la fuerza de las armas, la intimidación o la
amenaza, abierta o velada.
Esta clase de sistemas opresivos muchas veces cuentan con la
colaboración entusiasta de un sector de la sociedad cuyos parámetros valóricos
e intereses coinciden plenamente con los de sus líderes, ya sea por protegerse
contra una eventual pérdida de privilegios o por pura convicción. Entonces
orquestan hábiles campañas de desprestigio contra quienes se empeñan en la
defensa de los derechos de la ciudadanía para debilitar su discurso y socavar
sus funciones. Estas campañas pretenden destruir no solo a los defensores de
los derechos humanos; también atentan contra esos derechos retorciendo su
significado con la intención de anular el potencial poderío de una sociedad
fuerte y, por lo tanto, consciente de su papel en la vida de la nación.
El desgaste provocado por esos grupos antidemocráticos
resulta en un incremento de la violencia social y un creciente escepticismo
sobre el papel de la justicia en la resolución de conflictos. Al no comprender
la trascendencia de los valores humanos en las relaciones entre individuos y
grupos, las tensiones fácilmente derivan en la aplicación de la fuerza anulando
toda posibilidad de diálogo y búsqueda de consenso. Se intenta bloquear el
flujo de la información, se amenaza a quienes ejecutan una labor periodística,
social, humanitaria o ambientalista y poco a poco se van cerrando las
posibilidades de crear las condiciones necesarias para el desarrollo de un
auténtico sistema democrático.
En otras palabras, el respeto por los derechos humanos no
conviene a las fuerzas antidemocráticas por ser la base del desarrollo de una
ciudadanía poderosa, educada y consciente de su papel en el mundo que le rodea.
Las libertades consagradas en convenios y tratados resultan una amenaza para
quienes no poseen las calidades para sobresalir sin el recurso del miedo y la
tiranía. Derechos humanos son, para ellos, malas palabras.
Sin el respeto por los derechos humanos no existe la menor
posibilidad de vivir en democracia.
elquintopatio@gmail.com
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