Por Carolina Vásquez Araya
Solos o en grupo, se internan en el peligroso y desconocido
territorio de las fronteras.
¿Qué los impulsa a emprender una aventura semejante?
Estudios sobre el tema abundan en proporción inversa a las soluciones, dejando
la puerta abierta para que miles de niñas, niños y adolescentes intenten o,
peor aún, logren traspasar los límites de su aldea, caserío, ciudad y país en
búsqueda de algo mejor, de un futuro más promisorio que el ofrecido en su
propia tierra. Son los niños emigrantes, aquellos privados de toda posibilidad
de desarrollo en uno de los países más ricos del continente.
Institutos clausurados, escuelas abandonadas, maestros mal
pagados y peor capacitados ha sido la marca país durante generaciones. Una
universidad estatal que un día fue símbolo de alta calidad académica cayó bajo
el mismo círculo de corrupción, con obvias consecuencias. La desnutrición
crónica infantil se disparó hasta cubrir con su sombra a enormes sectores de la
población menor de 12 años y la carencia de políticas públicas destinadas a
reparar esos agujeros negros brillan por su ausencia. El sistema de salud
pública, también cautivo de grupos criminales, sobrevive en condiciones
paupérrimas por falta de un presupuesto que se deslizó hacia los bolsillos de
unos pocos.
Entonces, ¿cómo es posible criminalizar a la niñez emigrante
como si para ellos emigrar fuera una travesura llevada al extremo? Porque esas
niñas, niños y adolescentes, quienes cruzan las fronteras en condiciones
horrendas de riesgo e indefensión son tratados como delincuentes en todos los
puntos del trayecto. Explotados, violados, hambrientos y desprotegidos por las
autoridades –las mismas que los agreden- carecen de toda garantía de
supervivencia cuando por el contrario, deberían ser objeto de la mayor
protección.
La prioridad ahora es evitar esa emigración de niñez
abandonada. Para lograrlo, la sociedad y el gobierno en pleno tienen la
obligación absoluta de corregir los errores que han llevado a Guatemala a
convertirse en uno de los países con menor calidad de vida del mundo por causa
de la violencia, la corrupción y la desidia de quienes detentan el poder en los
sectores de decisión política y económica. La vergüenza de ser una de las
naciones “productoras” de emigración infantil ya debería haber hecho reaccionar
a la ciudadanía. Pero esta se ampara en la ignorancia de la verdadera dimensión
de la tragedia para no actuar, dejando el destino de sus descendientes en manos
de los menos calificados.
La niñez y la juventud son los únicos recursos posibles de
reciclaje de un país, son el nuevo inventario de talentos, constituyen un
tesoro potencial de productividad y desarrollo cuyo desperdicio demuestra cuán
poco interesa a las generaciones actuales el futuro de su patria. El tiempo de
rescatarlos ya ha vencido y ahora es una tarea de la mayor urgencia actuar con
conciencia, empatía y responsabilidad. No es un asunto de caridad, es un tema
de derechos humanos.
ROMPETEXTO: Los habitantes más abandonados son quienes
tomarán las riendas del país, es preciso rescatarlos.
elquintopatio@gmail.com
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