miércoles, 3 de mayo de 2017

La verdadera bomba y quién la construyó

Por Néstor Francia

Gran revuelo ha causado, al menos en el mundo político e intelectual venezolano, un interesante reportaje publicado en la revista alemana Das Magazín, cuya traducción al español nos llegó por medio del portal Cuba debate. Se titula “Yo no construí la bomba. Sólo demostré que existía” (“Ich habe nur gezeigt, dass es die Bombe gibt”, en alemán). Los aspectos más relevantes del sonado reportaje para nuestro Análisis de hoy son:


  •  Todo lo que hacemos, ya sea online u offline, deja una huella digital (Big Data)
  •  La compañía detrás de la campaña online de Trump, así como la del Brexit, era una compañía de Big Data: Cambridge Analytica
  • La base del Big Data son cinco dimensiones sicológicas (Big Five): ddisposición,  conciencia, extraversión, amabilidad y neurosis (conocidas como OCEAN, por las siglas en inglés)
  • Con base en esta metodología se creó una compañía, Strategic Communication Laboratories (SCL), que ofrecía marketing basado en modelos psicológicos. Uno de sus principales objetivos: influenciar en elecciones
  • SCL, involucrada en derrocamiento de gobiernos y que ha servido a la OTAN, es la empresa madre de Cambridge Analytica, la compañía de Big Data que luego trabajó para las campañas online de Donald Trump y el Brexit
  • El marketing de Cambridge Analytica se basa en una combinación de tres elementos: ciencia del comportamiento usando el modelo OCEAN, análisis de Big Data, y publicidad especializada (publicidad dirigida y altamente segmentada)
  • En los Estados Unidos, casi toda la información personal está a la venta
  • El equipo de Cambridge Analytica recibió 100.000 dólares de Trump en julio de 2016, 250 mil en agosto, y 5 millones en septiembre. Y en total ganaron más de 15 millones de dólares en esa campaña
  • Se afirma que esta herramienta fue decisiva en las victorias del Brexit y de Trump

 El hombre brillante y honesto que desarrolló el método se llama Michal Kosinski y ante la avalancha de reclamos por los supuestos favores que hizo al Brexit y a Trump, declaró: “Yo no construí la bomba, sólo demostré que existía”. Nosotros, que también somos honestos, decimos que la verdadera bomba es otra: las elecciones burguesas, y se sabe quién la construyó. La “bomba” de la psicometría no es más que una sofisticación en la mira de la bomba real. Los revolucionarios tenemos que cuidarnos de caer en el nuevo mito que se nos podría instalar: que la derecha gana elecciones gracias  a la psicometría y no por las perversiones intrínsecas del modelo electoral, que son básicamente las mismas desde que existen las elecciones modernas.

Las elecciones, tal como las conocemos, son una creación de la gran revolución burguesa, la Revolución Francesa, seguramente inspirada, como unos cuantos de sus conceptos, en el clasicismo antiguo, anterior al dominio feudal. La idea de “democracia” que surge de esa Revolución es básicamente la misma que existió en Atenas, donde el “pueblo” estaba realmente conformado por los “ciudadanos” de pleno derecho, los únicos que podían ser propietarios de tierra y votar. Ni los metecos (clase de comerciantes y artesanos de procedencia extranjera) ni las clases consideradas más bajas (esclavos y libertos, carentes de derechos ciudadanos, al igual que las mujeres) tenían esos derechos. De hecho, cuando se publica, durante la Revolución Francesa, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en realidad se refería a los derechos de los propietarios, que eran los únicos considerados ciudadanos, los únicos que podían elegir.

Entre las características principales de las elecciones burguesas, desde que se “democratizaron” (voto universal y secreto, voto de las mujeres, etc., frutos de grandes luchas populares por más participación) está la manipulación sicológica, el condicionamiento de las conciencias. Ese es el meollo de las campañas electorales. El pueblo no elige, vota.

Con las elecciones burguesas pasa lo mismo que en otras supuestas “democratizaciones” del capitalismo, que en realidad terminan siendo herramientas de su dominio. La invención de la imprenta posibilitó la expansión paulatina de la industria editorial y la masificación de la prensa. También dio inicio al proceso que condujo a que en los países desarrollados y otros que no lo son tanto, se erradicara mayoritariamente el analfabetismo. Pero eso apenas ha redundado en la distribución democrática del conocimiento real, el conocimiento crítico. Muy por el contrario, se ha establecido el dominio de la prensa manipuladora, de la prensa amarillista y de la sub-literatura que consolidan el dominio cultural de la burguesía, el modo de vida que impone esta clase dominante.

Lo mismo ha pasado con la televisión y la industria cultural en general. Como explica Ignacio Ramonet, "En innumerables campos, Estados Unidos se ha asegurado el control del vocabulario, de los conceptos y del sentido. Obliga a referirse a los problemas que crea con las palabras que él mismo propone. Suministra los códigos que permiten descifrar los enigmas que él mismo impone. Y dispone a estos efectos de una gran cantidad de instituciones de investigación y de ‘depósito de ideas’ (think tanks), en los que colaboran miles de analistas y de expertos, que producen información sobre cuestiones jurídicas, sociales y económicas en una perspectiva favorable a las tesis neoliberales, a la globalización y a los medios de negocios. Sus trabajos, generosamente financiados, son mediatizados y difundidos a escala mundial”.

La psicometría, en el sentido profundo, no es nada nuevo bajo el sol.

Lo mismo ocurre con la Internet, que es el dominio de una minoría. En 2016, en África, de una población de 1.185.529.578 habitantes, solo 340.738.342 eran usuarios de Internet (menos de 30%). En Asia, de 4.052.652.889, solo 1.801.512.654 (poco más del 25%), mientras que en Europa, de 832.073.224, usan Internet 614.979.903 (más del 70%). El internet es pues, otro ámbito de las grandes desigualdades del mundo, no solo por estas cifras, sino por el dominio ideológico que ejercen grandes corporaciones, como IBM, Amazon, Google, Microsoft, Apple y otras.

Otros datos: en 2016, Twitter tenía solo 313 millones de usuarios de una población de más de 7.000 millones de seres humanos. Facebook, 1.654 millones e Instagram 500 millones.

Al igual que en la antigua Grecia y en la Francia pos revolución burguesa, en las elecciones burguesas contemporáneas quienes eligen son los propietarios. Un dato principalísimo del reportaje de Das Magazin es que Trump pagó 15 millones dólares por usar la psicometría en las elecciones de Estados Unidos. Se calcula que en Colombia alcanzar una curul en el Congreso cuesta entre 2.000 y 5.000 millones de pesos (entre 700.000 y 1.750.000 dólares).

Por supuesto, otros factores inciden en el carácter antidemocrático de estas elecciones: los efectos de las crisis del capitalismo, las consecuencias del sabotaje económico y de los servicios públicos, la monumental manipulación mediática, entre otros).

Para el ascenso de las fuerzas progresistas en América Latina, las elecciones burguesas han sido una herramienta útil. Hoy, todo parece volver a la normalidad, y esa herramienta parece estarse reconvirtiendo en la vieja trampa que siempre ha sido. Eso no lo vamos a superar con la psicometría -ese no es nuestro terreno, ni siquiera las elecciones por sí mismas lo son- sino con el retorno a los fundamentos de la lucha de clases. No basta con la asistencia social a los desposeídos, con los logros en salud, educación, alimentación, vivienda. Es necesario profundizar en el empoderamiento del conocimiento crítico por parte del pueblo trabajador, en su conocimiento de la historia y de las ideas políticas y sociales, en el discernimiento de quiénes son sus enemigos y sus aliados históricos, en el fortalecimiento de su conciencia de clase. ¿Cómo hacerlo? Bien, ese es un urgente debate que está pendiente.
francia41@gmail.com


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