Por Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Sobre la paz como derecho humano y patrimonio común
La gran responsable
de la guerra, ha sido la injusticia provocada por la desigualdad, la
marginación y la exclusión y le corresponde a la justicia[2] derrotarla y abrir
el camino para la realización de la paz concreta, material, real, estable y
duradera, soportada en bienes materiales, simbólicos y retóricos, que promuevan
un cambio en las condiciones en las que la guerra es prospera y rentable. La
sociedad de la paz requiere volver los ojos sobre la necesidad de fortalecer el
estado de derecho, quitárselo a las mafias que lo controlan y a las clientelas
que lo debilitan y ponerlo a disposición del respeto y garantía para la
realización de los derechos humanos.
Colombia necesita para entrar en la paz de un estado de
derecho que hablen menos de democracia y la practique más y que sea capaz de
extender, comunicar y conducir valores, conductas y acciones de convivencia
pacífica, entre sus habitantes y sus instituciones promoviendo la inclusión y
el reconocimiento de cada uno como ser humano hasta abandonar la idea de
matarnos, agredirnos y hacernos daño. La
paz es el camino, no es un fin, ni un objetivo. La paz es un derecho ya
conquistado, un valor de dignificación humana y un principio guía para vivir
con tranquilidad. Hace dos mil años, Aristófanes desde el teatro enalteció el
sentido de la paz, mostrando que esta había sido robada a la humanidad por la
guerra que la había metido en una caverna de la que todavía no ha sido
rescatada, Trigeo organizo a la gente para ir a sacarla de allí sin lograrlo,
después otros optaron por crear una ciudad de aves para volar y escapar de la
guerra y como nosotros los colombianos nos metidos en una guerra sin fin y hoy
parece que la estamos rescatando, construyéndola, día a día en medio de las más
crueles adversidades y huellas de una implacable barbarie.
La paz como valor humano, es un bien material indivisible e
inseparable de la seguridad humana que tiene que ver con lo más elemental de un
ser humano para vivir como el agua y la comida. Como valor es también el ideal
de estar tranquilos, sin sobresaltos, una aspiración de que nada falte para
poder ser mejores humanos, La paz como valor se constituye en la relación de
cada uno con el otro, los otros y con la naturaleza y se construye en el
contexto de la sociedad en la que se vive, empieza desde adentro de cada quien
y por sumatoria se produce la paz social y luego la paz entre pueblos y
estados. Del valor de la paz se desprende su doble condición de derecho humano
universal y de precondición para el disfrute de los demás derechos ya
alcanzados. Es un derecho individual de las personas que se refleja en el
colectivo para convertirse en patrimonio común de la humanidad.
Pero la paz también es un principio que convoca a la
sociedad y a los estados a educar y ser educados para la paz, de manera que se
pueda vivir en una sociedad segura contra la explotación y la opresión y
convoca a través de ella a desobedecer, a objetar la conciencia frente a las
amenazas a la vida y a ponerse en resistencia cuando un ser humano es tratado
como cosa, olvidado, ofendido, despojado. La paz como principio alienta las
constituciones y las instituciones y llama a ser tratados con igualdad y
justicia.
De la paz como valor y principio nace el derecho humano a la
paz, como un bien, un patrimonio, una conquista resultante de luchas sociales,
que se ha movido a través del tiempo con múltiples voces. A manera de ejemplo
Lisistrata en el siglo tercero alentó una insurgencia de mujeres que se negó a
ir a la cama con los hombres a cambio de que abandonaran la guerra y los
convocó a educar a sus hijos para las artes; Hildegarda de Bingen en el siglo
XI, uso el ambiente de paz para crear un convento de monjas sin habito y desde
lo alto de una colina compuso 70 piezas musicales, realizo el más completo de
los estudios sobre el papel de las plantas en la curación de enfermedades y
estudio la teología que solo estaba destinada a los hombres y todo lo afirmó
sobre el espíritu de paz que ofrecían las artes y las ciencias para ser
humanos.
En el siglo XVII Olimpie de Gouges recorrió las calles de
París agitando las ideas de la libertad en el marco de la revolución francesa y
Mery Wollstonecraff recorrió la geografía de Europa pregonando el
reconocimiento de los seres humanos como iguales y libres. En cada tiempo
hombres y mujeres se han unido en el valor y principios de la paz para empuñar
la rebeldía. Hoy doscientos años después de habernos declarado derechos como
humanos, somos lo que somos, sabemos reclamar derechos, tenemos capacidad para
levantar la voz, tenemos vitalidad para no dejarnos someter. Las luchas
anteriores nos han enseñado a ser humanos, a reconocernos unos a otros como
iguales, sin amo, sin dueño y a entender que la vida es para vivirla con
dignidad y que la paz es mejor que la guerra, en eso consista el patrimonio
común.
La paz como valor y principio, se convierte en un derecho
síntesis sin el cual el resto de derechos no puede realizarse, hace parte de la
esencia humana de las personas y se constituye en el espíritu que mueve a los
grupos a los pueblos y a la humanidad a portarse como humanos. La declaración
de derechos de los pueblos de 1984 acogió el sentido de que a los humanos les asiste
el derecho sagrado a la paz y a los estados les corresponde respetar, hacer
respetar y garantizar la existencia de la paz y le recordó a la humanidad que
no hay guerras justas, ni santas ni limpias, que todas las guerras son crueles,
absurdas.
Si la paz es
principio, valor y derecho, que viene entonces en materia de implementación de
los acuerdos de paz alcanzados en y que garantiza su implementación?.
Lo primero es que hay que reconocer que en Colombia existen
dos realidades, una es material, la otra es de formalidades. En la Colombia
real la paz se está construyendo con la gente que hace cositas, (dicen las
victimas), la gente que teje paso a paso su propia vida, la que lucha día a día
por su trabajo, por su educación, por su salud, por su alimento, por su
vivienda, por mantener su vientre en gestación libre de temores, la gente que
conoce y cuida la solidaridad como un bien sagrado, la que si se queda callada
se ahoga, la que dice las cosas sin cálculo político ni cuentas electorales, la
gente que no tiene nunca un proyecto escondido bajo la manga para hacer daño ni
apropiarse del bien común, la gente que puede mirar a los ojos sin
reservas. La Colombia real es esa que
lucha día a día por liberar a la paz, sacarla de la caverna en la que ha estado
encerrada por el clientelismo y la corrupción de las elites en el poder que se
roban cada año casi la mitad del presupuesto, que se toma las instituciones
como botín para ofrecer contratos y que cínicamente habla de paz pero alienta
el odio y se resiste a permitir que la sociedad se humanice, abandone las rutas
de la muerte. La Colombia material entre 2011 y 2015 vio caer asesinados a 534
activistas y defensores de paz y entre 2016 y 2017 ya enterrado a más de 100,
lo que indica que a pesar de los avances producidos todavía persiste el terror,
los paramilitares están ahí y miles de funcionarios se niegan a dejar avanzar
la paz, ponen trabas, piden de mas, burocratizan el camino, son indolentes. La
Colombia formal, la otra, quiere entrar en la OCDE, está convencida que hay que
salir de la guerrilla y no del conflicto, le parece importante firmar TLC y ser
miembros de la OTAN, se complace de la polarización en Venezuela y se jacta con
los premios a la ecología que entregan los contaminadores y los premios a la excelencia
que reparten los despojadores, se regocija de tener no menos de cien leyes
nuevas después de formados los acuerdos, incluido un desastroso y extralimitado
código de policía y se llena de con cinismo de propuestas para quedarse con los
recursos de la paz bajo el manto de un discurso de posconflicto ya instalado,
sin que hayamos comprendido todavía lo que paso en el conflicto y sin haber
reconocido como tal a la barbarie padecida para no dejarla reducida al perdón
semántico que produce impunidad.
Lo segundo es no olvidar que se pactó un acuerdo de paz y se
avanza en conversaciones en otro, y que para llegar a negociar la guerrilla no
estaba ni cansada ni débil, ni derrotada y que las elites que pactaron tampoco
estaban cansadas ni avergonzadas de ser las primeras responsables de la
tragedia. El estado y las instituciones no fueron un actor estudioso de la
guerra, fueron el actor principal y las aterradoras cifras de 225000 muertes,
más de 50000 desparecidos forzosos y más de 6 millones de desplazados forzosos,
y en general las 8 millones de víctimas en estos últimos cincuenta años de
guerra, lo comprometen, con todo y sus funcionarios como autores directos, en
connivencia, aquiescencia u omisión de dicha barbarie y es allí donde hay que
ubicar el foco de atención de la educación en y para la paz y la formación de
valores en defensa de la vida.
Lo tercero es no olvidar que fue la conciencia de la gente,
su cansancio de vivir amontonando muertos y dolores en cordones de miseria
sometidos al abandono y la indolencia, -que al integrarlos serian iguales a una
ciudad de victimas del tamaño de Bogotá-, la que se cansó de la guerra y ha
logrado devolver la esperanza para vivir en paz, con respeto y cuidado por la
dignidad humana, libre de intenciones de sometimiento, con responsabilidades
por el otro y fomento colectivo de la humanidad. La paz no se origina entonces
en el gobierno, es resultado provisional de una lucha de síntesis que convierte
lo alcanzado en el derecho a convertir en un valor real y en un principio
central para reorganizar la vida misma en individual y en colectivo.
Lo cuarto, es desmontar algunos mitos que de tanto
repetirlos tienden a volverse verdad y hacer claridades respecto a que: Con el
acuerdo de paz, la insurgencia se compromete a dejar sus armas y el uso de la
violencia como herramienta política pero no su proyecto político, ni su
programa socialista por el que se alzó en armas. Esto quiere decir que no hay
que esperar a ver como los guerrilleros se convierten en empresarios, en obreros
de construcción, en panaderos o en técnicos en sistemas, si no hay que esperar
a que se conviertan en políticos de carrera, en adversarios de la clase
política tradicional. Quiere decir que hay que bajarle el tono al afán de
ciertas instituciones y organizaciones a ver que ofrecerle o venderle a la
guerrilla sin armas, cursos de pastelería, diplomados, cátedras de paz o
ebanistería y mejor prepararse para orientar cursos y diplomados para capacitar
funcionarios que aporten a modificar y ajustar las instituciones de tal manera
que sean puestas del lado de la gente, de sus demandas, de sus necesidades. Se
trata no de preparamos para educar a los nuevos actores políticos sin armas si
no de compartir una misma educación de paz que tampoco la sociedad ha tenido.
Es preciso recordar que se está acabando una guerrilla en armas, pero no se
acaba ni degrada el derecho de rebelión y hay que esperar una movilización
social creciente y fortalecida en su resistencia exigiendo que los cambios
efectivamente se produzcan y el derecho a la paz contribuya a que los demás
derechos invisibilizados por la guerra se realicen.
Las apuestas de paz
territorial
Las apuestas
territoriales de paz tendrán que ir integrando elementos comunes para confluir
en una mirada integral de lo que pasó y de una reparación para que la barbarie
no se vuelva a repetir. Las aproximaciones diferenciales permitirán comprender
cada realidad territorial y armonizar procesos de planeación y articulación
interinstitucional que usualmente se superponen, aquí se requiere que las
instituciones se adecuan a las necesidades y oportunidades del nuevo contexto,
que los funcionarios se formen para entender al país real, abandonen esa
absurda mentalidad de servirle a los sistemas más que a la gente, de ir bien en
indicadores pero muy mal en las condiciones materiales de existencia colectiva.
Las instituciones deben ser garantes de convivencia, reparación y no
repetición. La articulación institucional es la mejor herramienta para
garantizar que los compromisos pactados se cumplan y la implementación de
acuerdos sea efectiva y oportuna. A las víctimas, como ellas lo anuncian todo
el tiempo, no se les puede seguir dando el tratamiento de necesitados, de
humillados, que para acceder a algo deben demostrarle a toda la sociedad que no
tienen nada y que su hambre es de verdad, se naturalizo la costumbre de tratar
a las víctimas como a gente que pide y a la que hay que darle, no se les
respeta, ni se les atiende, se les llama a hacer filas, a entregarles cosas.
Las apuestas territoriales
son también una garantía contra el centralismo que toma decisiones desde Bogotá
por los territorios, que no conoce lo que ocurre porque sus expertos, como el
periodismo desinformador, van simplemente de paso a cumplir acríticamente una
tarea o porque quieren participación
pero a la carrera, firmando la hoja de asistencia que a veces parece que es lo
único que importa, antes que propender por empoderar, por devolverle a la gente
lo que le corresponde. La participación en el camino hacia la paz exige
reconocer la multiplicidad, la riqueza de experiencias de las comunidades, el
saber concreto en cada cultura y cosmovisión y acelerar los procesos políticos
y jurídicos especialmente, para que la reparación a las víctimas se les haga en
vida y para que la persecución y el riesgo de los defensores de derechos, de
tierras, de víctimas y en general de la paz y los derechos no sean parte de la
contabilidad de la tragedia que se reproduce con políticas de terror y de
exterminio y que esperamos no volver a repetir.
Los territorios son los lugares donde ocurren los hechos,
donde la gente se hace humana y es en el territorio, en la memoria, en la
cultura, donde se forjan los derechos, se resiste a las arbitrariedades y se
puede señalar a los responsables que han impedido que los seres humanos puedan
vivir en dignidad y ser respetados y
reconocidos por el solo hecho de ser humanos.
Finalmente solo decir que es urgente entender que si esta
universidad, este territorio de memoria Boyacense, recibiera tan solo el dinero
que se gasta en cinco días de guerra en Colombia a razón de 45000 millones de
pesos por día se podría sostener en plena gratuidad durante un año a los 30000
estudiantes de esta universidad y proveer de mejores garantías y condiciones a
los más de dos mil profesores a contrato hoy levantados en protesta reclamando
por un trabajo docente que también sea decente y respetuoso de derechos que
sirva para aportar a la construcción de educación en paz. Y de igual manera con
los 50 billones que se roban sin pudor ni compasión las elites en el poder y
sus estructurados sistemas de clientelismo y corrupción, la sociedad podría
impedir que nunca más volviera a morir un solo niño por desnutrición o un solo
humano por enfermedades prevenibles.
La célula de la guerra ha hecho metástasis y a partir de
ahora queda prohibido el derecho a matar, humillar, hacer daño, ver al otro
como cosa, o pretender someter o eliminar a su adversario. A partir de ahora
queda establecido que la paz se hace desde los territorios, nunca más desde los
escritorios.
P.D. Estas palabras
son un homenaje y guardan el espíritu de las victimas reales del conflicto de
las que escuche sus voces sin odio ni rabia, en el Encuentro Nacional de
Participación convocado por la Unidad de Victimas y son también un rechazo al
asesinato sistemático y calculado de líderes sociales.
[1] Conferencia presentada en el Congreso Regional de Paz,
Boyacá, el día 27 de abril, en UPTC, Tunja, en el marco del Congreso Nacional
de Paz, convocado por cientos de organizaciones sociales en más del 50% del
territorio colombiano.
[2] No la de la rama judicial, que en el reciente informe de
abril 25 de 2017 publicado por transparencia internacional, aparece como la
entidad con mayor riesgo de corrupción.
mrestrepo33@hotmail.com
0 comentarios:
Publicar un comentario