sábado, 3 de septiembre de 2016

El Fidel que conocí

Por Rafael Ángel Ugalde

El culpable se llamó Enrique Mora. El recordado corresponsal de la agencia TASS. Él coordinó el viaje para que estuviera un 1 de mayo en Cuba; de paso subiera por primera vez en un avión. La verdad es que esperaba ver en Cuba un par de marchas; como solía verlas en San José desde que llegué de un área rural de Puntarenas hasta la capital.

Una vez en La Habana, cerca de una enorme estatua de mi mentor, José Martí, veía y no creía. Cientos de almas, primero, luego llegaron miles, y por último, calculo que ese día había congregado más de un millón de personas que esperaban de pie, bajo un sol infernal, al “comandante”.

El clímax de esta primera aventura llegó cuando allá, a la distancia, anunciaron al comandante, que en un discurso de cuatro horas rindió cuentas en los más mínimos detalles, aciertos, errores cometidos, etc. Era Fidel lejano: Gesticulaba, acentuaba frases. Tenía referencia de él, paradójicamente, gracias a la Alianza para el Progreso de Estados Unidos. Cuando niño nos mandaba leche, pan y queso amarillo a nuestras escuelas para que nos dieran desayunos. La maestra doña Cata nos ponía en fila y nos obligaba a repetir una “oración de gracias” por los niños con que Castro desayunaría ese día.

Durante la llamada crisis de Mariel, en 1980, estuve frente a este “come niños” con su inconfundible traje verde oliva. Fue cuando me preguntó por esa mujer tan especial, tan sufrida, tan universal, como Yolanda Oneamuno o Carmen Lyra: se llamada Vriginia Grutter.

A ella en Cuba le rendían especial respeto porque tuvo las hormonas que no tuvieron muchos hombres para enfrentar a la OEA en nuestro Teatro Nacional en 1960, cuando expulsaron de ese foro a la Antillas Mayor
Fue cuando me explicó simpáticamente cómo funcionaban los viejos coches Dodge, Chevrolet y Desoto desde que Estados Unidos apretó las tuercas del bloqueo después de la Reforma Agraria. Los cubanos entonces se anticiparan a la guerra de desabastecimiento, al mejor estilo que padece hoy Venezuela.
En setiembre de 1985, cuando la capital mexicana quedó en escombros por el tremendo terremoto del 19 de setiembre, conocí a las dos de la mañana más de cerca otro Fidel: el solidario. Junto con el recordado Gabo escuchamos la orden de mandar aviones repletos de medicinas y comida “al hermano pueblo mexicano”.
Desde entonces comprendí que Fidel siempre tuvo claro que la Revolución iniciada en la Sierra Maestra tendría carácter dignificante, liberador y educativo, por encima de discusiones teóricas de sí es marxista, leninista, comunista etc.
Durante más 50 años al mando del Estado cubano el “comandante” dirigió gran parte de sus esfuerzos a rescatar el concepto de dignidad entre los seres humanos, a educar en la solidaridad, en la liberación, en la esperanza, contra el egoísmo, la inequidad…..
Hoy no se puede hablar del fin del apartheid en Suráfrica ni la liberación de Angola si no tenemos presente la solidaridad de cientos de soldados, maestros y médicos cubanos que murieron en esos países combatiendo el colonialismo portugués y británico.
La misma América Latina cambió por la Revolución Cubana. Desempolvó el reguero de hormonas regadas en la región por hombres como Cesar Augusto Sandino, Farabundo Martí, Simón Bolívar, Juan Rafael Mora, etc. etc.
Por eso me reí, cuando escuché en la tevé que Fidel tiene 90 años y después de su muerte la Revolución se acaba. Él es de los imprescindibles, como decía Bertolt Brecht, más allá de la muerte.



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