martes, 6 de abril de 2021

Sobre que éramos pocos, se enfermó el presidente

 Por Sergio Ortiz: LA SEMANA POLÍTICA

La pandemia sigue pegando muy duro. Y a modo de advertencia, el COVID-19 contagió al presidente. La segunda ola demanda más cuidados e intervención del Estado en la economía, pero la derecha no quiere y el gobierno no puede.

Los últimos días de marzo fueron elocuentes sobre el empeoramiento de contagios y muertes por el coronavirus. Argentina estaba lidiando con la segunda ola. Cada día volvió a haber 13.000 contagios y algo menos de 140 muertes, con altibajos, pero emulando a los peores indicadores de octubre pasado, cuando la pandemia hizo tanto daño.

En diciembre pasado había 5.500 contagios por día y ahora se empinaron hasta 13.000, un cuadro que resumió muy bien el ministro de Salud bonaerense. Dijo Daniel Gollán: “tenemos una enorme preocupación por la dimensión casi explosiva que está tomando en estos momentos la cantidad de contagiados en una situación que no habíamos visto hasta ahora”.

El único aspecto positivo que podría tener el aislamiento del presidente Alberto Fernández en la noche de su cumpleaños 62, es que haga reflexionar a gente irresponsable sobre el riesgo de contagios. Si se enfermó él, que tenía puesta la vacuna (extraoficialmente también la segunda dosis de Sputnik), yo también me puedo contagiar, sería una buena reflexión.

Pero no es seguro que la enfermedad del presidente estimule para tomar buenas medidas de cuidado; si esto sigue así nuestro récord será peor que los actuales 2.370.000 enfermos de COVID-19 y 56.000 fallecidos.

No es sólo una crítica a los grupos irresponsables que el año pasado fueron espoleados por la oposición macrista y mediática contra la cuarentena. Descontando un 10 por ciento de la sociedad al que no le importa su vida y mucho menos poner en peligro la del prójimo, a la amplia mayoría sí le interesa vivir (otro debate es para qué).

En una época de pandemia y crisis económica-social y cultural, es fundamental que ese grueso de los habitantes tenga pautas bien marcadas por las autoridades democráticamente electas. De lo contrario, cada quién hace lo que quiere y cuándo quiere, y es un sálvese quien pueda. 

Si no hay dirección y organización, en esos momentos tan críticos cada uno corre a tontas y locas. Y en vez de matarnos el virus lo hacemos entre nosotros, chocando y aplastándonos como si estuviéramos en la noche de Cromañón.

En ese aspecto el gobierno de Fernández tiene una nota mediocre. No es muy buena, partiendo de la base de que se trata de un partido muy bravo y que en el primer tiempo aquel tuvo un buen desempeño, con cuidados, ampliación de las camas críticas, vacunación de personal esencial, ayuda estatal con ATP y tres cuotas del IFE, etc.

Pero eso no alcanzó. El gobierno se quedó a mitad de camino y el coronavirus volvió a atacar con mayor agresividad. Uno fue a medias y el otro a fondo. Se puede adivinar quién va perdiendo la partida, que no es el gobierno solamente sino Argentina. Es urgente un giro político y sanitario, independientemente de lo que digan las tapas de Clarín y encuestas.

Vacunas y cuidados

El gobierno confiaba en que la llegada de más vacunas y su inoculación a la población de riesgo iba a solucionar el problema sanitario, y dicho sea de paso, a mejorar su situación política de cara a las elecciones.

La cantidad de vacunas se incrementó, al punto que hasta este fin de semana en total habían arribado 7 millones. El último millón vino desde Beijing y también llegaron contingentes de la Sputnik, de AstraZeneca y otras procedencias.

El gobierno sostiene que 5 millones ya fueron giradas a las provincias para su inoculación, con menos de 4 millones que ya tienen una dosis.

Esa cosecha de vacunas es más que aceptable, teniendo en cuenta el hegemonismo de los países ricos. De todos modos, el oficialismo ya habrá tomado nota que - para que lleguen los 56 millones que tiene comprometidos con contratos de compra- pasará buen tiempo y bastante demoras.

El dato promisorio es que en el universo de productos comenzará a tallar también Cuba socialista, pequeña nación de 11 millones de habitantes y bloqueada en forma total por el imperio desde 1962. Hasta The Washington Post reconoció que la isla se había convertido en una potencia científica, al punto de tener cinco vacunas en etapas de pruebas. De ellas hay dos prontas a servir para vacunar a la población cubana y también para exportarse. Se trata de la Soberana 02 y Abdala (que toma su nombre de una poesía del Héroe Nacional de Cuba, José Martí). 

Acá hubo reuniones del canciller Felipe Solá y el embajador cubano Pedro Pablo Prada, y luego entre éste y la ministra de Salud, Carla Vizzotti, para intercambiar informaciones y detalles técnicos de las vacunas. El diplomático entregó documentación para los controles de nuestra ANMAT. En mayo próximo podrían estar disponibles los primeros lotes de Soberana.

The Washington Post admitió esos logros cubanos, pero tiró mala onda contra “el régimen” supuestamente totalitario. Clarinete, que no tuvo más remedio que hablar bien de esas vacunas, aumentó a piacere una supuesta deuda de Cuba con Argentina. Siendo que el crédito original del año 1973 fue de 1.300 millones de dólares, el gobierno de Mauricio Macri lo recalculó en 2017 con intereses y llevó a 2.551 millones, y las plumas de Héctor Magnetto lo aumentaron a 4.000 millones.

Todas las compras de vacunas van a ayudar en la situación sanitaria. Y de hecho han ayudado ya, pues de lo contrario habría habido más contagios y muchos de éstos podría haberse muertos.

De todos modos, la situación es gravísima, tal como lo decía Gollán. Y por eso mismo resulta casi un chiste de mal gusto que ese ministro y su jefe político, el gobernador Axel Kicillof, anunciaran - en acuerdos con el gobierno nacional- que su “remedio” será doble: no habrá movimientos de personas de 2 a 6 de la madrugada salvo actividades esenciales, y se disminuirá de 20 a 10 las personas permitidas en las reuniones. Parece joda, pero es real.

El virus contempla esas medidas y se ríe. Piensa, es pan comido. Su labor es facilonga total en CABA, por las libertades otorgadas por Rodríguez Larreta. En el conurbano bonaerense también piensa hacerse un picnic con ese par de limitaciones súper light.

Hay más pobreza y hambre

Los números de la economía también infunden miedo. Según la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC, a fines de 2020 la pobreza era del 42 por ciento, o sea afectaba a 12 millones de argentinos, un aumento de 3.2 millones respecto a fines del año anterior. El 10,5 por ciento eran indigentes, con dramas para alimentarse; son 3 millones de compatriotas, 1,2 millones más.

Toda estadística necesita un encuadre político de lo contrario no se entiende. Así, en frío, sin tener en cuenta el marco de pandemia a lo largo de 2020 desde el 3 de marzo cuando se detectó el primer contagio, podría colegirse que el gobierno de Fernández es peor que el de Macri. Aumentó 6 puntos la pobreza, que pasó del 36 al 42 por ciento; esos números son correctos pero la conclusión política mencionada es muy errónea. 

El gobierno de Juntos por el Cambio, sin COVID-19, entre 2015 y 2019, arruinó todos los indicadores económicos y sociales, y nos destripó con el ruinoso crédito de 57.000 millones de dólares del FMI, para la reelección del amigo de Donald Trump.

Fernández tuvo que lidiar con esa pesada herencia macrista y, de yapa, recibió de entrada el tremendo choque del coronavirus. Eso explica buena parte de los malos resultados, como el agravamiento de la pobreza. Hay otros que también preocupan, como la inflación que ya en el primer trimestre de 2021 ha llegado al 12 por ciento y amaga con superar fácil el 29 estampado por Martín Guzmán en el Presupuesto 2021.

¿Cuál es la responsabilidad de los Fernández, incluyendo a la vicepresidenta, en que no mejoraron esos índices económicos y sociales?

El error básico del oficialismo ha sido y es no adoptar medidas económicas de fondo contra los monopolios, banqueros, exportadores, grandes productores y acreedores extranjeros, estos últimos reclamantes por créditos tan irregulares como el de 2018.

A ese lote de multimillonarios no se los quiere tocar. Más aún, se busca su apoyo para un proyecto de “unidad nacional” con soportes como el Consejo Económico Social siendo que esos grupos concentrados vienen ganando fortunas desde el golpe de estado militar-cívico de 1976.

Para que el Estado cuente con fondos para asistir al pueblo en esta segunda ola de COVID-19 hay que afectar con impuestos, estatizaciones, expropiaciones y/o confiscaciones, según los casos, a aquel conglomerado del poder real. Sin eso no hay solución.

Ese ejemplo vale para el caso Malvinas. Muy lindos los actos y mensajes del 2 de abril, pero sólo con discursos no se recuperarán nuestras islas. Habrá que afectar económicamente a Shell, HSBC, Unilever, British Petroleum, Nobleza Piccardo, Minera La Alumbrera y otras sociedades, para que la podrida nobleza inglesa se decida a negociar y devolver lo que nos robó hace 188 años.

O se toman medidas anticolonialistas o se sigue con los meros discursos, pero así la Hermanita Perdida, diría Atahualpa, seguirá perdida.

ortizserg@gmail.com

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