Por Jesús A. Rondón
Hasta hace meses los gurús que animan a las masas, con
relatos de lo que ocurrirá en el futuro; nos contaban que la interconexión
mediatizada de los seres humanos era inevitable. El futuro entre las personas
estaría mediado por artefactos, conectados a redes cada vez más rápidas, además
de una relación con la vida cotidiana, a través del “internet de las cosas”.
Una visión concebida, en suma: inminente y hegemónica.
Los hechos parecen no contradecirlos, en apariencia; pues
hoy millones de personas hacemos uso de artefactos que nos comunican a través
de redes de internet. Millones de seres humanos miramos la realidad desde una
ventana digital. Nos desplazamos de una pantalla a otra y al final del día,
nuestra exposición pasa sin escrutinio alguno. Una ventana que se puede medir en pulgadas y se puede valorar por la
velocidad y la calidad de la experiencia de las aplicaciones. Es habitual que,
en los encuentros personales, cada uno se encuentre individualizado con su
dispositivo, sustraído o intermitente de una experiencia común. ¿Cuán inusual
es encontrar a alguien que sea capaz de mantenerse en una conversación, sin
contacto con un artilugio de comunicación?
Lo que anunciaron los gurús llegó, de forma inesperada para
el público en general. Una pandemia sin referente reciente, nos confinó en
nuestras casas. A la movilidad “necesaria”, se le agregó la distancia social y
la hipervigilancia de prescripción. Nos redujeron a la interacción social
esencial. A la distancia relacional, se sumó la distancia física.
Este confinamiento, esta inmovilidad, esta distancia social,
nos llevó a parte del escenario expuesto por los gurús. Es decir, nuestra
interacción se hiper mediatizo. Aumentó el uso de todos los dispositivos de
comunicación, así como el tráfico en las redes (en algunas plataformas se bajó
la resolución de los videos para no colapsar el acceso).
En esta situación que se prolonga y que retorna, conviene
cuestionamos sobre esa ventana, en apariencia infinita. Esta experiencia del
confinamiento nos desvela una ventana que, en realidad angosta, con un paisaje
que se ha tornado tedioso. Re-valoramos que la experiencia humana requiere de
otros espacios y dinámicas que consideramos irrelevantes y que ahora las
reconocemos, porque estamos privados de ellas. Hoy volvemos a encontrarnos con
la necesidad del otro, tal como es: cara a cara, cerca, en diálogo no
mediatizado.
El mercadeo de las transnacionales de la comunicación
seguirá poniendo en escena a los gurús y buscando naturalizar eventos recientes
en nuestra naturaleza como especie. Nuestra evolución está marcada por la
interacción cara a cara. ¿Qué tanto puede afectar esta dirección, hechos que
apenas tienen unas cuantas décadas? ¿Esto nos deshumaniza?
Ahora bien, somos casi ocho mil millones de almas en este
mundo, y para equilibrar el enfoque, solo una parte (la occidental - no
mayoritaria) tiene la ventana angosta de frente. Son parte de la
post-modernidad o una modernidad inacabada, que también son ventanas angostas.
El resto, pues vive más cerca de la forma como hemos vivido históricamente.
Finalmente, la paradoja. Luego del reencuentro con el otro,
la otra, volvemos a nuestras ausencias relacionales. Volvemos al lugar donde
quedamos antes de la pandemia.
¿El problema es la ventana? O ¿El muro donde se encuentra?,
una respuesta clara, nos ayuda a tener una perspectiva útil y actuar
consecuentemente. ¿Habrá que derribar el muro en el que se encuentra la
ventana?, para experimentar el paisaje/vida tal como es y en función de
intereses propios.
jesusalbertorondon@gmail.com
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