Por Profesor Pablo Salvatb:
Son los actuales tiempos unos “tiempos de confusión”,
sostienen algunos analistas y profesores. Pero, cuidado estimado
lector/lectora. Los “tiempos” no se “confunden” por sí mismos y porque sí.
Ellos no campean sobre nuestras cabezas y se dejan caer cuando así lo
consideran. En algunos rasgos de la cultura del presente no hemos ido mucho más
allá de los notables griegos pues. Allí también había oráculos que pretendían
sujetar la acción de los humanos a
ciertas pautas. Pautas pauteadas (permítaseme esta licencia) por el destino y
los dioses. O, también, por la naturaleza.
Pues por lo mismo es que emergió ese pensar diferenciado que se llamó
filosofía. Hubo algunos que consideraron era tiempo de no dejarse llevar tan
mansamente por los mensajes del destino, los dioses o la naturaleza y
comenzaron a inquirir, a preguntar; a dudar, de lo que se ve y de lo que no se
ve.
El objetivo de esa filosofía no era una entretención del
saber por el saber. No. Era comenzar a intentar tomar las riendas de lo que
sucede, alrededor de ellos, en ellos, en las instituciones. Y para ello había
que interrogar: las cosas, las personas, las leyes, el orden natural, el orden
civil, a sí mismos. En particular, el orden ético-político y sus basamentos.
Ingreso por aquí al tema de la confusión actual como rasgo de la cultura
política pública; una confusión que es, interesada. Es decir, que obedece a
ciertos intereses de poder (económico, militar, de recursos).
¿Cuáles? Pues, el poder de las actuales elites que pretenden
seguir imponiéndonos su globalización neoliberal, por todas partes, sin
importar las consecuencias que pueda traerles a los pueblos.
Sabemos que los tiempos de la política son los tiempos del
lenguaje, de las palabras, las
creencias, los argumentos (cuando
existen), los proyectos, los debates y, hoy en día, el uso amoral de las imágenes y
de las llamadas “redes sociales”. Ello
es así porque incluso los más descarnados intereses de poder tienen que
intentar legitimarse en su accionar. Como sea, y las veces que sea esas elites
de poder tienen que machacar el lenguaje y repetir una y mil veces los mismo:
Irak, el Sr. Hussein, tiene armamento químico
y oprime a su pueblo, luego (sin pasar siquiera por el Consejo de
Seguridad de la ONU), hay que invadirlo y masacrarlo (se calcula en un millón
de víctimas esa “pacífica” invasión). Luego, Libia y su líder eran buenos
socios, hasta que se inventó lo de una rebelión y un gobierno paralelo inducido
desde fuera del país y claro, entonces Gadaffi pasó a ser un conveniente
“dictador” al que había que derrocar como fuera.
Ahora ese turno terrible le toca a Venezuela. De nuevo a
nombre de la libre empresa, de los mercados energéticos, de los tecnócratas, y
como no, derechos humanos y elecciones
(válidas solo si las ganan ellos), se fabrica la figura de un nuevo
“dictador”; esta vez es el Presidente Maduro, contra el cual estaría
entonces todo permitido. Y, de nuevo, al igual que la consigna aplicada en el
nazismo, se miente y se distorsionan una
y otra vez las realidades y los motivos de esa descalificación, del bloqueo
financiero, de la intervención externa, de la violencia guarimbera. Para ello cuentan con las corporaciones
mediáticas (TV, radios, redes), una
prensa adicta y las oligarquías latinoamericanas que se comportan como grandes
manipuladores de las sombras que proyectan todos los días, como en la caverna
de Platón. Lo peor es que logran la
atención de ciudadanos
alienados que terminan confundiendo las apariencias con la realidad. A los ciudadanos no se los deja pensar ni
ilustrarse.
La derecha extrema quiere imponer a un señor autoproclamado
y fabricado por la Casa Blanca que nadie ha elegido. Es, nuevamente (como sucedió en Irak) el intento de poner el mundo al
revés.
No hay verdad; lo que
hay son intereses. Claro, estaríamos en
la era de la posverdad pues; con lo cual, no importa lo que se muestre o lo que
se afirme; no importa cuánto se mienta, se confunda o si la gente muere (ya el Sr. Guaidó
advirtió “que las muertes son una buena inversión”) si eso es funcional a los
intereses de poder. Si ello genera adhesiones emocionales. Fíjese lector/lectora: ¿sabe usted cuántos
colombianos viven fuera de su país? Se calcula en unos quince millones ese
número. ¿Sabe cuánta gente del partido Unión Patriótica o supuestos
simpatizantes fueron asesinados a comienzos de los 90, también en
Colombia?
Se calcula en unos 6 mil. Por cierto, Colombia es una
democracia perfecta y modélica (con 8 bases Militares de los USA incluidas),
con una enorme pobreza y miseria también, como corresponde. Alfred-Maurice de Zayas, experto
internacional en DDHH, afirmaba recientemente
que no hay crisis humanitaria en Venezuela: “Cualquier comparación con
Gaza, Yemen, Siria, Libia, Sudán es absurda”.
Agregó: “las sanciones son un factor importante que contribuye a la
crisis. La malnutrición y la falta de medicamentos pueden atribuirse
directamente a las sanciones y constituyen
delitos geopolíticos en la categoría de crímenes de lesa humanidad. EE.UU. no puede pretender estrangular primero
la economía venezolana y luego reclamar que Venezuela necesita asistencia
humanitaria”.
Por todo esto, necesitamos más filosofía, no menos.
Necesitamos más Ilustración, no menos.
El neoliberalismo y sus defensores reproducen lo que fue la ley suprema
para el nazismo en Alemania: “Que tus
oyentes no se planteen un pensamiento crítico, trátalo todo de manera simplista
(…) machacar siempre las mismas teorías simplistas, que no pueden ser refutadas
desde ningún lado” (Víctor Klemperer). Saque usted sus conclusiones.
pablosalvatb@gmail.com
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