Por Carolina Vásquez Araya:
El silencio alrededor de los crímenes contra la niñez
evidencia complicidad institucional.
Las macabras historias de los “hogares seguros” en donde van
a parar niños, niñas y adolescentes en situación de vulnerabilidad revelan
hasta dónde son capaces de operar las organizaciones criminales y cómo la
sociedad calla y tolera. Estas aberraciones suceden no solo en Guatemala,
Argentina o Chile; también en países más desarrollados en donde los derechos de
la niñez pasan por debajo de la vista pública y se violan sin control alguno.
Las víctimas, al pertenecer a los sectores más débiles de la población –NNA
pobres, abandonados y sometidos a la autoridad de otros- no poseen la menor
credibilidad frente a los sistemas de justicia.
Esto fortalece a las redes de trata de personas en sus
distintas modalidades en un sistema cuya principal característica es la
discriminación contra los sectores más pobres, las mujeres y los menores de
edad. Es decir, grupos poblacionales cuyos derechos no son ejercidos
libremente, sino dependen de quienes ostentan el poder en un escenario de
machismo y patriarcado. ¿Qué ha sucedido con las denuncias recurrentes de la
periodista Mariela Castañón en Guatemala sobre las fuertes sospechas de la
existencia de redes de trata en los hogares seguros de ese país? Nada. Los
entes de investigación, callan. El gobierno sobre cuyos integrantes flotan
sospechas de abuso sexual y violaciones, calla. Y la ciudadanía insiste en
condenar a las víctimas con su actitud atávica de desprecio por su condición de
marginadas, porque en su visión de las cosas nada es más despreciable que un
ser humano débil e impotente.
Las acusaciones crueles e injustas contra las niñas violadas
y quemadas en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción hablan por sí solas. Se las
etiquetó como prostitutas y delincuentes por el simple hecho de haber ido a
caer en un sistema de abuso, tortura y muerte. Las razones por las cuales
habían sido institucionalizadas no fueron analizadas ni comprendidas por una
mayoría urbana siempre presta a condenar a sus semejantes a partir de rumores y
apariencias, dando mayor crédito a los victimarios que a las víctimas.
Arriesgar la vida frente a organizaciones criminales tan
poderosas es una apuesta valiente de los pocos periodistas que se han dado a la
tarea de investigar. Los tentáculos de estas redes se fincan con fuerza no solo
en entidades gubernamentales y cuerpos de seguridad particulares y oficiales,
también se garantizan impunidad gracias al poder de sus clientes. Es decir, de
no emprenderse una campaña de fondo para erradicarlas, lo natural será su
consolidación porque el dinero que fluye del negocio de la trata constituye un
instrumento poderoso para romper obstáculos en todos los frentes, incluido el
sistema de justicia, por lo cual las denuncias quedan en legajos muertos
acumulando polvo.
Uno de los síntomas más preocupantes del poder del negocio
de la trata es la recurrencia de desapariciones de niñas, niños y adolescentes
de todas las edades, especialmente en nuestro continente. Son miles de seres
indefensos cuya ausencia detona alertas pero de quienes, a pesar de las
denuncias, nunca se vuelve a saber. Sin embargo, innumerables prostíbulos que
ofrecen servicios sexuales de menores gozan de la protección de la policía y
otros funcionarios, quienes aprovechan ese recurso de enriquecimiento ilícito
cerrando los ojos a una realidad aberrante. Es imperativo comprender en dónde
reside el origen de esta monstruosa maquinaria y comenzar a construir
sociedades cuya principal prioridad sea la protección de la niñez. La vida de
estos seres vulnerables no es una moneda de intercambio sino la base de una
sociedad funcional, justa e integradora. Una sociedad menos sentenciosa y más
empática.
elquintopatio@gmail.com
En realidad Es evidemnte la complicidad institucional en el maltrato al niño, niña y adolescente. Estos centros deben ser reconsiderados a la luz de una gestión publica eficiente.
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