sábado, 20 de junio de 2020

La crisis de los pueblos ante el hambre y la miseria


Por Diego Olivera Evía:
Transitando por la práctica social como expresión de humanidad.
Riqueza y pobreza aras de una misma moneda

El Boston Consulting Group (BCG), un grupo de investigación de ciencias económico-financieras, que hace seguimiento de la riqueza personal de los millonarios del mundo, divulgó un informe en Francia según el cual: “… los ricos, a pesar de la crisis financiera mundial, son cada vez más ricos…”; a tal extremo que sus patrimonios se incrementaron en un 5%, hasta alcanzar un monto global de 110 billones de dólares, sólo hasta septiembre de 2009 El BCG también pudo precisar que: “… apenas el 1% de todas las familias del mundo son poseedoras de más del 35% de las riquezas del planeta, y el 0,001% -las personas más ricas del mundo- es decir, las que poseen por lo menos 5 millones de dólares en activos, contabilizan un poco más de 22 billones de dólares…” (www.bcg.org).



La otra cara de esta moneda lo constituye la impresionante cantidad de personas empobrecidas del mundo (más de 2.200 millones), la cual se vio incrementada en los últimos tres años en más de 80 millones de personas, de acuerdo con estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) (www.imf.org).

El principal freno para reducir la pobreza en un 50% para el año 2019 lo constituye la concentración de la riqueza en muy pocas manos. El efecto negativo de la crisis financiera desatada desde el año 2008, aunque significativo, no es el factor que impide la reducción de la pobreza y el hambre en el mundo. Dicha crisis solo ha servido para poner en evidencia los factores y procesos que determinan y dinamizan la concentración de la riqueza antes indicada.

Por ejemplo, durante la crisis bancaria de 2008 los gobiernos-estados imperiales como Estados Unidos y el Reino Unido, que manejan y distribuyen a su libre albedrío la mayor parte de la riqueza mundial, con el aval de organismos como el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), se movilizaron y organizaron para definir las mejores estrategias políticas y económicas para resolver la crisis que se inició en el año 2008 y que puso al borde del colapso financiero a la banca internacional.

A tal nivel llegó esa cooperación que esos gobiernos destinaron un monto superior a los 800.000 millones de dólares para tales fines. En consecuencia, la meta de reducir la pobreza y el hambre en el mundo en un 50% para el año 2015 jamás será alcanzada dada las características de la actual crisis financiera que estremece los cimientos de la economía global a consecuencia de los factores estructurales que la determinan.

En ese sentido, Arraigada (2006) precisó que la pobreza está estrechamente relacionada con exclusión, vulnerabilidad, discriminación y marginalidad en que viven millones de personas, acotando que: “…cuando el concepto de pobreza se define por sus dimensiones más amplias, los conceptos de exclusión y desigualdad tienden a ser incluidos en él, aun cuando es posible diferenciarlos analíticamente. Sin embargo, la distinción es importante puesto que el enfoque escogido definirá políticas y programas diferentes para enfrentar el fenómeno.” (http://www.revistafuturos.info/futuros14/pobreza_genero.htm).

¿QUÉ DEBEN HACER LA ONU Y OTROS ORGANISMOS INTERNACIONALES PARA CUMPLIR CON ESTA META DEL MILENIO MÁS ALLÁ DEL AÑO 2019?

La respuesta no es tan sencilla, más aún cuando está en plena manifestación una descomunal crisis financiera mundial que todavía no alcanza a prefigurar su demoledor impacto socio-económico sobre la totalidad de los habitantes del planeta tierra.

Sin embargo, es el momento oportuno para la definición de un modelo de gestión institucional, basada en la planificación estratégica, con miras no sólo a detener sino disminuir significativamente la pobreza y el hambre en el mundo en un plazo de 30 años. Por ahora, sólo adelantaré una idea muy general, con base en el Marco Estratégico del FIDA para el periodo 2007-2010.

En efecto, si los gobiernos de EEUU y el Reino Unido fueron capaces de disponer de un monto superior a los 800.000 millones de dólares para salvar algunos bancos de la crisis financiera de marras, con sobrada razón la ONU, a través de las corporaciones que dan sustento al FIDA, como es el caso de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP); la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), junto con otros países desarrollados (no afiliados a la OPEP, pero también petroleros como éstos) y de economías emergentes; estarían en capacidad de asumir, en forma inmediata, la recaudación de aportes por una cantidad de 12 billones de dólares ($ de USA), distribuidos a una tasa de 400.000 millones de $ por año, durante treinta (30) años, desde el año 2013 hasta el 2043.

Estos fondos serían suficientes para sustentar, en ese periodo, los gastos e inversiones (reembolsables y no reembolsables) requeridos para aminorar, por lo menos en un 75%, la pobreza extrema y el hambre que padecen más de 2000 millones de seres humanos. La idoneidad, experticia y eficacia para hacer el mejor manejo, administración y aseguramiento de estos recursos, destinados exclusivamente a la inversión, reinversión y gastos operativos de este Mega-Proyecto Humanitario (MPH), tendría que estar a cargo de la ONU, a través de sus organismos especializados como el FIDA, la FAO, el PNUD y el PNUMA.

Los resultados alcanzados por estos organismos en las tres últimas décadas, ha demostrado que la manera más efectiva para vencer la pobreza e incrementar la seguridad alimentaria consiste en dar a los pequeños agricultores y otros habitantes pobres del medio rural y urbano la oportunidad de fomentar las habilidades, los conocimientos y la confianza que necesitan para salir de la pobreza por sus propios medios, sin provocar un deterioro ambiental significativo.

Con base en esta visión prospectiva, es necesario continuar con las inversiones financieras, significativamente superiores a las ya aportadas por organismos como la FAO y el FIDA en los últimos 30 años; toda vez que no realizarlas ni redefinir las políticas agrícolas y agrarias en los países en desarrollo, en particular las orientadas al fomento de la agricultura de pequeñas explotaciones, hará muy difícil para estas naciones alcanzar la meta del Milenio antes señalada.

De allí que la ONU, y sus organismos asociados, estén en la obligación moral de planificar la búsqueda de un fondo, como el antes indicado, que sería suficiente para alimentar y sacar de la pobreza extrema a más de 1.850 millones de personas, que representarían el 75% del total que vive en la pobreza, a través del desarrollo de programas y proyectos agro-productivos, de conservación o recuperación de la capacidad productiva y diversidad de los ecosistemas o agro-ecosistemas, garantizando la preservación del entorno ecológico-ambiental como hábitat para las futuras generaciones.


Transitando por la práctica social como expresión de humanidad
Como se muestra en el esbozo realizado, la mayoría de los investigadores asumen la práctica social desde perspectivas funcionales, o sea, como una actividad ejercida por los sujetos en cumplimiento de una función asignada. Si bien, algunas propuestas buscan el sustento en perspectivas que la reconocen como acuerdo social, finalmente este acuerdo lo configuran en una dirección: como una fijación que debe guiar los procesos de práctica social o como una imposición social que define dichas prácticas.

Pretendemos mostrar que la práctica social es algo más que una actividad, incluso que debe superar los acuerdos sociales desde los cuales se imponen unas funciones que los miembros de un grupo social deben cumplir y en el marco de las cuales debe realizar sus prácticas sociales, que tampoco, por sí mismas definen sociedades; antes que imposición, es una expresión de muchas cosas que se conjugan en el ser humano; es particularidad y socializad, es creación y reconocimiento sociohistórico, es manifestación ética, estética, comunicativa, política… es todo esto a la vez.

La práctica social debe ser considerada como expresión de toda la humanidad del ser humano representada en sus imaginarios sociales; esto es, que debe reconocer, en primer lugar, que el ser humano, quien realiza la práctica social es un ser socializado, o sea que cuando interactuamos con alguien, ese alguien es de por sí y por herencia social, un sujeto con un complejo entramado socio/histórico el cual influye en una práctica social.

En segundo lugar, que la relación con el mundo de quien realiza la práctica social está mediada por la dimensión simbólica e imaginaria que ese ser humano socializado ha configurado sobre el mundo, el ser humano, la vida y la muerte. O sea, quien realiza la práctica social se basa en esa dimensión simbólica / imaginaria del mundo, la cual subsume las otras dimensiones racionales y conjuntistas (ensídicas) (1). Si bien se debe reconocer la existencia de las dimensiones racional, ensídica y conjuntista del mundo, no es sobre ellas que el ser humano configura su realidad y define sus acciones e interacciones, pues cada una de estas acciones en interacciones corresponde a una significación que da sentido a dicha acción.

En tercer lugar, es importante considerar que, pese a esa fuerza de la historia y la tradición en la práctica social, los sujetos particulares matizamos los acuerdos sociales con nuestras propias significaciones sobre el mundo, el ser humano, la vida y la muerte. Los sujetos damos sentido particular a los acuerdos desde la imaginación radical que cada uno construimos, gracias a esas fuerzas psicosomáticas que permiten ver el mundo con nuestros propios lentes, lo que implica una radical creación, aunque en una relación magmática con lo social.

Y por último las prácticas sociales no son linealmente (unidireccionalmente) producto de nada ni generan condicionalmente nada, sino que estas fuerzas se presentan articuladas a manera de magmas, que configuran significaciones imaginarias sociales en las cuales se funden las formas de ser/hacer, decir/representar de los actores sociales que realizan una práctica determinada. En consideración a ello, pese a su capacidad de generar comportamientos e incluso grupos sociales, son también generadas desde ese magma de significaciones sociales que involucran lo racional, lo ensídico, lo particular (psicosomático) y lo social; pese a estar dinamizadas por los acuerdos sociales (en un aparente estado de inmovilidad respecto de cómo debe ser la práctica) en ella misma existe ebullición constante que hace posible permanentes transformaciones por parte de los sujetos particulares o grupos sociales que la realizan. ransitando por la práctica social como expresión de humanidad.

Como se muestra en el esbozo realizado, la mayoría de los investigadores asumen la práctica social desde perspectivas funcionales, o sea, como una actividad ejercida por los sujetos en cumplimiento de una función asignada. Si bien, algunas propuestas buscan el sustento en perspectivas que la reconocen como acuerdo social, finalmente este acuerdo lo configuran en una dirección: como una fijación que debe guiar los procesos de práctica social o como una imposición social que define dichas prácticas.

Pretendemos mostrar que la práctica social es algo más que una actividad, incluso que debe superar los acuerdos sociales desde los cuales se imponen unas funciones que los miembros de un grupo social deben cumplir y en el marco de las cuales debe realizar sus prácticas sociales, que tampoco, por sí mismas definen sociedades; antes que imposición, es una expresión de muchas cosas que se conjugan en el ser humano; es particularidad y socializad, es creación y reconocimiento socio histórico, es manifestación ética, estética, comunicativa, política… es todo esto a la vez.

La práctica social debe ser considerada como expresión de toda la humanidad del ser humano representada en sus imaginarios sociales; esto es, que debe reconocer, en primer lugar, que el ser humano, quien realiza la práctica social es un ser socializado, o sea que cuando interactuamos con alguien, ese alguien es de por sí y por herencia social, un sujeto con un complejo entramado socio/histórico el cual influye en una práctica social.
(*) Periodista, Historiador y Analista Internacional
diegojolivera@gmail.com

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