Por Dr. Tito Tricot:
Peñi, en estos momentos de lluvia, permítanme contarles una
historia de hermanos. De esas que se fraguan en las esquinas duras de las
luchas de los pueblos del mundo y de las lejanas galaxias. Hay que decirlas
porque son necesarias como las estrellas. Susurrarlas, quizás, como hacen los
weichafe cuando caminan por los cerros y los bosques del Wallmapu, con decisión
y la memoria a cuestas para decir basta, como hicieron Anganamon y Pelantaru.
Este último dirigiendo la más grande insurrección mapuche iniciada con la
victoria de Curalaba en 1598.
Pero esta es la insurrección de los cuerpos en huelga de
hambre y no contra los españoles, sino que contra los chilenos que ocuparon tu
territorio por la fuerza. Hoy la violencia del Estado se entroniza en el
territorio de tus manos, tus rostros, tus huesos. Es la arrogancia de la clase
colonial y dominante. Como lo fue en dictadura donde los desaparecidos aún no
aparecen y quién sabe por cuáles senderos deambulan buscando la puerta justa
para poder dar el último beso a sus padres, hijos, compañeras o abuelas. ¿Quién
sabe?
Lo que sí se sabe es que Mauricio se percató que la CNI lo
seguía. Era un combatiente, un weichafe de mar, tal vez porque era de
Valparaíso. También de tierra, no sólo por ser Arenas, Mauricio Arenas, un jefe
del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, y su tierra fue ocupada militarmente
desde el golpe de Estado en septiembre de 1973. La usurpación de la tierra por
la clase dominante tal como en el Wallmapu. Por eso permítanme seguir
contándoles una historia de hermanos.
Decirles que “Joaquín”, su nombre clandestino, miró para
todos lados mientras alistaba su revolver para enfrentarse a los agentes de la
CNI. Un combate desigual, más “Joaquín” jamás pensó en ello, menos rendirse
ante el enemigo. No era una opción. Un jefe Rodriguista cae combatiendo me dijo
una noche cualquiera. De pronto entra a una calle sin salida ¡Mierda! Se
parapeta detrás de un auto; los agentes se multiplican, se suman carabineros.
¿Cuántos son, de dónde salen tantos? Y el maldito callejón sin salida y el
weichafe de mar, solo. No hay escapatoria posible. Entonces comienzan las
ráfagas, una tras otra, interminablemente, en una sola dirección. “Joaquín”
cuida cada tiro, son pocos. Apunta y dispara desde el suelo, siempre cubierto por
el automóvil. De improviso, a la distancia, divisa nítidamente a un carabinero
que le apunta con su arma. Y la explosión en plena frente que lo propulsa hacia
atrás con fuerza, cayendo de espaldas al duro cemento.
Te prometo que vi venir la bala, me relató con un cigarrillo
entre sus dedos “Joaquín”. Te prometo. No perdió la conciencia a pesar que el
proyectil le penetró la cabeza. Su último pensamiento fue para su pequeño hijo,
el pensamiento de la ternura antes de presionar el gatillo pues había guardado
un tiro para sí mismo. Rendirse jamás. Se trabó el revólver, llegaron los
agentes y con odio y furia le destrozaron las piernas a punta de ráfagas de
metralla.
Mauricio Arenas, weichafe de mar y tierra, no murió.
Eventualmente volvió a caminar, estuvo preso varios años, escapándose
posteriormente por un túnel cavado magistralmente por otros compañeros. Retornó
a la lucha como hacen los valientes. Él lo era. Por eso maldecía entre dientes
su rabia mientras descargaba el cargador de su fusil contra el auto del
dictador Pinochet en el atentado de septiembre de 1986. Era valiente, y por
ello el desconsuelo al saber que finalmente lo mató el cáncer a los 33 años.
Fue un 12 de octubre de 1991, el mismo día en que los hispanos invadieron
violentamente aquello que luego nombrarían América.
Violencia que jamás ha cesado en el Wallmapu, aunque se
cambiaran lanzas, alabardas y yelmos por fusiles, tanquetas y montajes. Por eso
quería contarles una historia de hermanos, de peñi y lagmen, de luchas de todos
los mundos y galaxias. Es que no me cabe duda que Mauricio no sólo estaría
solidarizando con el pueblo mapuche, sino que andaría por los cerros del sur,
bajo la lluvia o el sol, con ustedes. O estaría en huelga de hambre, como
ustedes. Pero también sé que con el mismo respeto con el cual arriesgó su vida,
únicamente lo haría con la autorización mapuche. Porque este es el movimiento
mapuche, la memoria en movimiento, la historia en movimiento, la cultura en
movimiento, la comunidad en movimiento, la autodefensa en movimiento, el
territorio en movimiento, Como el cuerpo, ese territorio propio peñi que hoy es
parte de tu brega por la autonomía.
¿Qué mayor libertad que clausurar las fronteras de tu
universo de piel y decidir qué hacer con él? Es tu huelga, tu hambre, tu
decisión. Tu Weichan, esa lucha total en un conflicto que no empezaste ni
buscaste. El último recurso ante la arrogancia y racismo del Estado chileno, ya
que su ocupación del Wallmapu –País mapuche– es el origen del
conflicto-chileno-mapuche y la solución de la Huelga de hambre está en manos
del Estado colonial que debe ceder ante las demandas de los prisioneros
políticos mapuche porque esta confrontación de poder, lo quieran o no las
clases dominantes, las forestales y, los agricultores descendentes de los
colonos que usurparon territorio histórico mapuche continuarán. No tiene vuelta
atrás.
El Estado debe entender que este es un problema político,
que los mapuches saben bien que los ríos no beben de su propia agua porque la
naturaleza es sabia. Tan sabía que el río escurre por el mismo derrotero, como
los mapuches que, no importa el tiempo, se desplazan por el camino de los
tiempos de los tiempos el cual, a fin de cuentas, es el tiempo mapuche. Por eso, simplemente deseaba contarles esta
historia de hermanos en un momento donde la solidaridad puede contribuir con un
grano de historia a la Dignidad mapuche.
tricot18@gmail.com
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