Por Diego Olivera Evia:
Los pueblos del Planeta son desclasados y en la pobreza
El origen de la pandemia
Mientras se escriben estas líneas, el Coronavirus 2019, que
se hizo público en noviembre del 2019, se ha expandido alrededor de todo el
planeta afectando a 2.4 millones de personas y matando a un total de 171 mil2.
La expansión del virus ha propiciado una transformación de la economía global.
Por un lado, el confinamiento de un tercio de la población del planeta ha
desacelerado la producción de mercancías y el comercio internacional, mientras
que la falta de movilidad ha obstruido el constante movimiento de mercancías y
personas que sostienen el modelo económico capitalista.
Aun cuando el origen geográfico de la pandemia sea Wuhan, la
propagación del virus no pudo haber ocurrido de no ser por las estructuras de
la globalización económica y el capitalismo. Es decir, aunque el virus viene de
China, su verdadero origen está en la economía capitalista. Entonces, más allá
de un problema natural, la pandemia es el resultado de una serie de factores
económicos y políticos que han permitido la creación y expansión de una
‘superficie’ a través de la cual el virus puede esparcirse de manera casi
ininterrumpida. El propio capitalismo es el principal
Una visión de la pandemia
El neoliberalismo o capitalismo del desastre, como lo llamó
Naomi Klein, es una versión del capitalismo neoliberal que busca aprovecharse
de las crisis socio-naturales, para profundizar los medios de extracción de
valor y plusvalía que sostienen la acumulación de capital en una escala global.
En el contexto neoliberal, el papel del Estado se reduce a ser un gendarme al
servicio del capital. Mientras que la ideología de mercado se esparce como un
virus, el estado-nación encarna los medios y fuerzas necesarias para reprimir
la resistencia y eliminar cualquier obstáculo a la acumulación de plusvalía y
capital.
Hasta hace unos meses, las estrategias de represión del
Estado y otros grupos que buscan y defienden la acumulación del capital
(incluidos grupos paramilitares y el crimen organizado) habían hecho cada vez
más explícitas sus formas de agresión en contra de los ‘obstáculos’ que
impedían el desarrollo de grandes proyectos de infraestructura y la extracción
de minerales e hidrocarburos. Evidencia de esto es el número de asesinatos de
personas defensoras ambientales, principalmente en Latinoamérica, cifra que
alcanzó un total de 1,558 de 2002 a 2017, más 164 en 2018.
La desaceleración global propiciada por la COVID-19 ha
puesto un alto -más bien corto- a los procesos extractivos. Sin embargo, sería
ingenuo pensar que las estructuras del capital no regresarán a aprovecharse de
la situación. El capitalismo ciertamente seguirá existiendo después del
Coronavirus, pero será diferente a la versión que conocemos del neoliberalismo
o el capitalismo del desastre. La crisis financiera de 2007-2008 nos permitió
ver algunos de los extremos a los que está dispuesto a llegar el modelo
neoliberal, pero debido a la magnitud de la crisis actual, las respuestas para
la “reactivación” y “normalización” de la economía podrán ser más agresivas y
destructivas. En otras palabras, los gobiernos, en un desesperado intento por
restablecer el orden social y político a la normalidad y con el fin de
restablecer el flujo y la acumulación del capital, están buscando sentar las
bases de lo que puede ser un estado permanente de emergencia que les permita
avanzar agendas al servicio del capital.
Por su parte, las empresas petroleras han aprovechado la
oportunidad de la cuarentena impuesta para reavivar proyectos de
infraestructura como el oleoducto Keystone XL, que busca transportar arenas
bituminosas de Canadá al Golfo de México, mientras que las y los activistas que
lo han frenado están confinados por la pandemia. Paquetes de rescate de muchos
países están dando millones de dólares a las petroleras. Estados Unidos destinó
500 mil millones de dólares a corporaciones, sin restricciones para su gasto; y
en México, con pandemia y un Estado debilitado, PEMEX recibió 65 mil millones
de pesos.
La expansión del estado de emergencia comienza a producir
estados de excepción, en los que el control y manejo de la vida son la
prioridad máxima. Como lo señaló Giorgio Agamben, el coronavirus se ha
convertido en la excusa perfecta para instituir el estado de excepción, en
donde la salvaguarda de la vida se convierte en una oportunidad para tomar el
control del Estado5. Aunque es cierto que el control de la vida es la finalidad
de la biopolítica (por ejemplo: defender la vida a toda costa, lo que Agamben
llama vida desnuda -bare life-), también lo es que la biopolítica considera a
la vida como sujeto o cuerpo sin poder o agencia, como algo maleable con el fin
de asegurar la disciplina y la conducta --por ejemplo, a través de la
producción de sujetos y conductas que reafirman y sostienen el neoliberalismo.
Los pueblos del Planeta son desclasados y en la pobreza
A menudo, la pobreza confina a los pobres de las zonas
rurales en tierras poco productivas, lo que contribuye a acelerar la erosión de
los suelos. Por falta de recursos, los barrios pobres no pueden organizar la
recogida de basuras, que se acumulan y deterioran la salud de los habitantes.
La mala utilización de los recursos energéticos conduce al despilfarro y al
aumento del coste de la energía a niveles que la hacen inaccesible para los
pobres.
El acceso universal a la educación básica y a la formación
profesional, la difusión de información en las comunidades sobre métodos
agrícolas apropiados, la gestión de los residuos y de los recursos naturales,
la protección de los litorales, la gestión de los recursos hídricos y de las
pesquerías son fundamentales para la reducción de la pobreza y la limitación de
sus efectos sobre el medio ambiente. Las medidas emprendidas para detener la
deforestación y los programas de reforestación pueden garantizar un mejor uso
de los recursos naturales en favor de los pobres. La producción local a bajo
precio de calderas y aparatos de cocina que consuman poca energía debería
reducir considerablemente el gasto energético de los hogares desfavorecidos,
protegiendo al mismo tiempo el medio ambiente.
A menudo, la pobreza confina a los pobres de las zonas
rurales en tierras poco productivas, lo que contribuye a acelerar la erosión de
los suelos. Por falta de recursos, los barrios pobres no pueden organizar la
recogida de basuras, que se acumulan y deterioran la salud de los habitantes.
La mala utilización de los recursos energéticos conduce al despilfarro y al
aumento del coste de la energía a niveles que la hacen inaccesible para los pobres.
El acceso universal a la educación básica y a la formación
profesional, la difusión de información en las comunidades sobre métodos
agrícolas apropiados, la gestión de los residuos y de los recursos naturales,
la protección de los litorales, la gestión de los recursos hídricos y de las
pesquerías son fundamentales para la reducción de la pobreza y la limitación de
sus efectos sobre el medio ambiente. Las medidas emprendidas para detener la
deforestación y los programas de reforestación pueden garantizar un mejor uso
de los recursos naturales en favor de los pobres.
La producción local a bajo precio de calderas y aparatos de
cocina que consuman poca energía debería reducir considerablemente el gasto
energético de los hogares desfavorecidos, protegiendo al mismo tiempo el medio
ambiente menudo, la pobreza confina a los pobres de las zonas rurales en
tierras poco productivas, lo que contribuye a acelerar la erosión de los
suelos. Por falta de recursos, los barrios pobres no pueden organizar la
recogida de basuras, que se acumulan y deterioran la salud de los habitantes.
La mala utilización de los recursos energéticos conduce al despilfarro y al
aumento del coste de la energía a niveles que la hacen inaccesible para los
pobres.
El acceso universal a la educación básica y a la formación
profesional, la difusión de información en las comunidades sobre métodos
agrícolas apropiados, la gestión de los residuos y de los recursos naturales,
la protección de los litorales, la gestión de los recursos hídricos y de las pesquerías
son fundamentales para la reducción de la pobreza y la limitación de sus
efectos sobre el medio ambiente. Las medidas emprendidas para detener la
deforestación y los programas de reforestación pueden garantizar un mejor uso
de los recursos naturales en favor de los pobres. La producción local a bajo
precio de calderas y aparatos de cocina que consuman poca energía debería
reducir considerablemente el gasto energético de los hogares desfavorecidos,
protegiendo al mismo tiempo el medio ambiente.
(*) Periodista, Historiador y Analista Internacional
diegojolivera@gmail.com
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