La intervención a Vicentín generó un intenso debate
político. Los detractores de la medida dicen que la soberanía alimentaria es
una estupidez. Falso. Ningún aspecto de la soberanía puede ser calificado de
ese modo, tan estúpido.
Ni los dueños y socios visibles y ocultos del monopolio
Vicentín habrán creído nunca tener tanto poder de convocatoria. Apenas Alberto
Fernández informó que intervenía esa empresa en convocatoria de acreedores
salieron a la cancha para defender su camiseta, como si fuera propia, muchos
políticos de derecha, empresarios aún más poderosos que la firma mencionada,
juristas y sobre todo muchos medios y periodistas.
No hacía falta, pero pareció que cada uno llevaba la
camiseta de “Yo soy Vicentín”. Vaya y pase que ese simulacro lo protagonizaran
la bancada del PRO-Cambiemos, la Sociedad Rural y los monopolistas de la
Asamblea de Empresarios “argentinos” dominada por Techint y Clarín.
Esos tipos eran coherentes porque al defender a los Nardelli
y Padoan estaban defendiéndose a sí mismos. Bunge, Aceitera General Deheza,
Arcor y Techint son exportadoras. Su reacción contraria a la intervención y
expropiación puede haberse originado al sentir ese miedo que Víctor Hugo
Morales describió en sus relatos futbolísticos: “balas que pican cerca”.
Lo doloroso es que muchos de los que manifestaron en
Avellaneda y otras ciudades son gente común, que no tiene ni un pedazo de
tierra dónde caerse muertos. Es preocupante que hicieran causa común con
Vicentín y su ejército de monopolios puesto en pie de guerra. Habla de nula
conciencia política de un sector, no digamos mayoritario, pero importante de la
sociedad.
Si hubiera por parte del gobierno nacional una acción
decidida y planificada para recuperar la empresa y otras de similar peso en el
sector alimentario y exportador, entonces sí se podría tener confianza en que
los argentinos mal informados podrían ser ganados para la causa. Hay tantas
vacilaciones oficialistas y pasos al costado - pueden ser hacia atrás -, que no
se puede arriesgar un resultado. El partido está abierto.
El partido monopolista acusó que todo fue una maniobra
ilegal, socializante y violatoria de la seguridad jurídica y la propiedad
privada.
En cambio, no respondió a los motivos reales del gobierno:
es una empresa a punto de quebrar y podía ser adquirida a precio vil por una
multinacional. Hay miles de puestos de trabajo directos y otros indirectos en
riesgo, y créditos impagos al Banco Nación por 18.300 millones de pesos y al
Bapro por 1.600 millones. Ante el vaciamiento de Vicentín, empezado varios
meses antes del COVID-19, y la crisis que se acentuó después del virus, era
necesario que el Estado actuara. Y lo hizo bien. La clave es que ahora no
retroceda ni se arrepienta ante el petit aluvión vicentino de los que quieren
emular al lock out patronal de 2008.
Soberanía alimentaria
Además de asegurar los puestos de trabajo, el pago a los
productores que vendieron a Vicentín y recuperar los fondos regalados por el
Banco Nación en tiempos de González Fraga al mayor aportista a la campaña de
Cambiemos, la expropiación es necesaria para fines más estratégicos.
El gobierno lo enunció en forma somera, tratando de no
levantar polvareda (otra muestra de ingenuidad sobre la naturaleza agresiva
monopólica). Adujo que así el Estado influiría en el precio de los alimentos y
tendría un testigo en la liquidación de divisas. También aludió a la soberanía
alimentaria, más bien tangencialmente.
El sector más progresista del gobierno, con un comunicado de
La Desdibujada Cámpora, hizo hincapié en contar con Vicentín para avanzar hacia
la soberanía alimentaria.
Esto fue contestado en forma ignorante por los ignorantes y
con modos ignorantes por quienes no lo son sino muy mal pensantes.
Entre los brutos, el senador Alfredo de Argelis, declaró:
“se cae por el suelo el argumento de la soberanía alimentaria cuando los
argentinos producimos diez veces más alimentos de los que necesitamos”. En
otras palabras, ¿qué me vienen con soberanía si ya producimos para 400 millones
de personas?
Un mal pensante como el ingeniero Héctor Huergo, de Clarín Rural,
insultó en forma parecida al ex ruralista entrerriano que no tiene ni un cacho
de cultura. Huergo cerró en Clarín (9/6): “Por si no se entiende, esto de la
soberanía alimentaria es una soberana pelotudez”.
La verdad no está del lado de los pelotudos (palabra
elogiada por Roberto Fontanarrosa en el Congreso Internacional de la Lengua
Española).
-No existe soberanía alimentaria cuando hay abundante
cosecha, pero 16 millones de argentinos pasan hambre.
-No existe cuando diez empresas (5 foráneas) acumulan el 91
por ciento de la exportación de granos y alimentos, cobran en dólares y no los
liquidan sino cuando fuerzan devaluaciones.
-No existe cuando se profundizó la concentración de la
propiedad agraria, desapareciendo miles de productores. Los pequeños propietarios
y los pueblos originarios se ven muy excluidos.
-No existe cuando la soja es el 60 por ciento de lo que se
produce, con 22 millones o más de hectáreas dedicadas a ese cultivo, con
altibajos según los precios internacionales.
-No existe cuando se produce en base a mayoría de cultivos
transgénicos, que usan semillas y agrotóxicos contaminantes. Felipe Solá, en el
gabinete menemista de 1996, autorizó el uso de semillas transgénicas para
beneficio de Monsanto. Hoy Solá es canciller y Monsanto es Monsanto Bayer.
No hay definición perfecta de soberanía alimentaria, pero
una aproximada dice: “La Soberanía Alimentaria es el derecho de los países y
los pueblos a decidir qué queremos sembrar y cómo queremos alimentarnos. En 24
años de esta idea promovida por el movimiento campesino, se la define en
términos de poder sembrar de manera agroecológica, no usar transgénicos ni
agrotóxicos, fomentar los mercados locales y la descentralización” (Carlos
Vicente, del Foro por un Programa Agrario Soberano y Popular).
Los pelotudos y las hormigas no se terminan nunca, pero
fuera de los dos nombrados, ¿quién más se burlará de la soberanía alimentaria?
“Audacia y más audacia”
Expropiar o no a Vicentín, y en caso afirmativo, anclarse en
sus dos puertos privados del Paraná o avanzar hacia otras multinacionales de la
exportación, es hoy un parteaguas. No es el único.
Sigue en discusión la cuarentena, que hoy cumple 74 días,
porque es fuerte la presión de los monopolios (otra vez sopa) que quieren
volver a sus negocios como sea. La novedad fue que la flexibilización en CABA
coincidió con un aumento de contagios y hubo opiniones presidenciales de que se
podría volver a la etapa 1, desde la 4 actual. Fue una expresión sin un plan
determinado, pero puso los pelos de punta a los vicentinos, de por sí híper
sensibles.
Hay indicios que está viniendo el temido pico (hubo 17
muertos ayer, con un total de 802 fallecidos). Y en el Estado será necesaria la
audacia de Dantón, antes que la prudencia albertista.
Por audacia no se debe entender aventurerismo sino coraje.
Por caso para presentar al Congreso el demorado impuesto a la riqueza, que
sería un aporte por única vez. El banquero cooperativo Carlos Heller, apremiado
por Gustavo Sylvestre, dijo que en poco tiempo ese proyecto entrará en
Diputados. Se lo aguarda hace mucho…
Y aun cuando se lo apruebe y se lo cobre – difícil ante las
gambetas a lo Garrincha de los popes de AEA - será un genio reforzado. Con esos
3.500 millones de dólares extras se solventará una parte menor de los gastos
del Estado. Se precisa audacia para aumentar esas finanzas.
Otro tema clave para la democracia, aunque se crea que sólo
interesa a centenares de damnificados, es la relación prostitúyete y delictual
entre la justicia y los servicios de inteligencia.
Se divulgaron más detalles de bandas de narcos, servicios y
operadores político-judiciales complotados con la AFI durante el macrismo.
Espiaban para poder demonizar, procesar y detener a opositores como CFK y
Moyano. Eso es grave, pero más cuando la mesa política de la organización
delictiva la habrían integrado Gustavo Arribas de la AFI y el ministerio de
“Justicia” de Germán Garavano.
Las buenas noticias de Cristina Camaño en la AFI y María
Laura Garrigós de Rébori como interventora del Servicio Penitenciario, no
alcanzan a sanear aquellas cloacas. En la AFI ya se vio al final del gobierno
de CFK que con cambiar la sigla de la SIDE y algunos funcionarios no se clausuraba
el pútrido sótano de la democracia.
La prometida reforma judicial del 1 de marzo sigue durmiendo
una larga siesta, muy santiagueña. También acá hace falta audacia para cambiar
desde la Corte hacia abajo. Son asuntos donde “el que no cambia todo no cambia
nada”.
Para terminar con la agenda más caliente, está lo de la
deuda externa. La nueva oferta de Martín Guzmán de 52 centavos por dólar se
acerca mucho a lo demandado por los nuevos fondos buitres.
AF no es revolucionario, pero en un viaje a París podría llegarse
hasta el Teatro Odeón. Enfrente está la estatua de Dantón, líder de la gesta de
1789 y ahí se lee: “Para vencer a los enemigos de la revolución, hace falta
audacia, todavía más audacia, siempre audacia”.
Una lección de la escuela primaria para el profe de Derecho
Penal: a los tibios los vomita Dios. Y los fagocita la derecha, para
sufrimiento de muchos.
ortizserg@gmail.com
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