Por Leandro Albani:
El gobierno del presidente turco Recep Tayyip Erdogan no
escatima esfuerzos en su objetivo de destruir la revolución que los kurdos,
juntos a otros pueblos, llevan adelante en el Kurdistán sirio (Rojava). Además
de los bombardeos aéreos, el fuego de artillería y la invasión militar abierta
al norte de Siria, el Estado turco incendia campos cultivados, y corta el
suministro de agua a través de las represas que tiene diseminada en su
territorio sobre el caudal del río Éufrates.
Los peligros que genera en Rojava esta política punitiva se
acrecentaron con la pandemia de coronavirus, de la cual el territorio sirio no
es ajeno. La Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria (AANES), que
impulsa el autogobierno en la región, solicitó en varias oportunidades ayuda
urgente para combatir la Covid-19. Hasta ahora, casi nadie respondió a ese
llamado. Al no ser reconocida internacionalmente (aunque controla y administra
casi el 40 por ciento del territorio sirio), la AANES sufre un nuevo bloqueo,
el embargo de facto que le aplica Turquía y el Gobierno Regional de Kurdistán
(norte de Irak). La Organización Mundial de Salud (OMS) negó enviar ayuda a la
AANES, por el cual todos los suministros deben pasar por el gobierno central de
Damasco.
En marzo de 2018, Turquía invadió el cantón kurdo de Afrin.
Luego de dos meses de bombardeos, lo ocupó con sus fuerzas militares y un
variopinto grupo de mercenarios y yihadistas, muchos de ellos ex integrantes de
Al Qaeda y el Estado Islámico. En octubre pasado, Ankara volvió a la carga y
ocupó una franja de unos 200 kilómetros entre las ciudades de Tel Abyad y
Serekaniye. En ambos casos, el gobierno turco envió armamento y funcionarios
que gobiernan de facto con el apoyo de milicias islamistas. Con la ocupación,
en ambas zonas los saqueos de casas e instituciones, el secuestro y asesinato
de personas, y los atentados se convirtieron en moneda corriente.
Si todo esto no fuera poco, Turquía trata de ahogar a la
población de Rojava con un método medieval: incendiar grandes zonas cultivadas
en una zona en donde la agricultura es su principal fuente económica. El jueves, la agencia de noticias ANHA
divulgó un informe en el que afirma que en los últimos meses fueron incendiadas
un alrededor de 40.500 hectáreas de trigo y cebada, y 154 hectáreas de olivos.
La mayoría de los incendios fueron provocados en los asentamientos situados en
la frontera de las zonas ocupadas por el Estado turco.
En declaraciones a ANHA, Selman Barûdo, co-presidenta del
Comité de Economía y Agricultura de la AANES, denunció que hasta tres civiles
murieron cuando trataban de extinguir el fuego y otros dos resultaron heridos.
Según los datos del Comité de Economía y Agricultura de la AANES, el año pasado
fueron incendiadas por las fuerzas ocupantes un total de 176.240 hectáreas de
tierras cultivadas.
Al mismo tiempo, el gobierno turco utiliza los cortes de
suministro de agua para presionar a la población de Rojava. Según la agencia de
noticias ANF, el río Éufrates, que cruza el norte de Kurdistán, “está casi
completamente bajo control turco debido a un sistema de represas”, por lo cual
“Turquía puede modificar a su antojo el flujo de agua” hacia la región.
La afluencia del Éufrates en la actualidad se redujo hasta
150 metros cúbicos de agua por segundo. La agencia ANF recordó que en el
acuerdo “firmado entre el gobierno sirio y Turquía en 1977, se determinó un
mínimo de volumen de 500 metros cúbicos por segundo”. Desde el medio remarcaron
que esta situación “no solo restringe la agricultura y el suministro de agua,
sino que también crea serios problemas para la generación de electricidad, ya
que las plantas de la región no pueden funcionar”.
Sobre el Éufrates existen tres represas en un radio de 600
kilómetros del territorio sirio, siendo el más grande el embalse Tişrîn,
situado en la ciudad de Manbij. Del lado turco, hay seis represas, siendo el
embalse Ataturk el segundo más grande de su clase en Medio Oriente, con la
capacidad de almacenar aproximadamente unos 48 mil millones de metros cúbicos
de agua.
Frente al panorama actual, Mihemed Tarbuş, director del
embalse Tişrîn, advirtió que “reducir la cantidad de agua desde Turquía puede
ser peligroso para las represas. Si continúa así, se volverá una amenaza en
unos dos meses”.
Otra arma de guerra de Turquía para reforzar la ocupación de
varias zonas de Rojava, es el cambio demográfico de la población originaria de
la región. El lunes, la copresidenta de Consejo Democrático Sirio (MSD) Ilham
Ahmed se refirió a este tema durante una reunión en el barrio autónomo de
Sheikh Maqsoud, en la provincia de Alepo. La cotitular del MSD –uno de los
principales órganos de autogobierno dentro de la AANES- recordó que “ciento de
miles” de personas fueron desplazadas por la invasión turca. Ahmed recordó que
el Estado turco intenta “completar su proyecto de asentamiento, que está
cambiando la composición de la población en la región y destruyendo la
identidad histórica de la zona”.
Sólo en Afrin, unas 250.000 personas fueron desplazadas de
manera forzosa luego de la invasión de Turquía, la mayoría de las cuales se
encuentran en campamentos de refugiados en la zona de Shehba, sobreviviendo de
manera crítica pese a la asistencia de la AANES. La metodología de Turquía es
expulsar a los pobladores y reemplazarlo por familias enteras de grupos
yihadistas, incluido el Estado Islámico (ISIS).
Por ahora, y más allá de las denuncias realizadas por la
AANES, ni a la Organizaciones de Naciones Unidas (ONU) ni a ninguna potencia
mundial le interesa demasiado molestar a Erdogan y sus planes militares de
destrucción y expansión.
leandroalbani@gmail.com
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